El asalto de Mastrique/Acto II

Acto I
El asalto de Mastrique
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

El GOBERNADOR DE MASTRIQUE,
flamenco, y algunos.
GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  ¿Dónde dices que quedaba
el ejército español?

ENRIQUE:

Ayer al ponerse el sol
en Petrijón alojaba,
  donde el castillo rendido,
tres cañones viendo enfrente,
por las vidas solamente,
se dio el Alcaide al partido.
  Entraron, y ellos salieron
con sus varas por señal
de paz, donde estrago igual
a su pensamiento hicieron.
  Allí Farnesio alojó
su campo y corte.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

¿Qué intenta?

ENRIQUE:

No estás seguro a mi cuenta;
hoy a recoger tocó
  y sospecho que a Mastrique
marcha, y que sitiarnos quiere.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Cuando a Mastrique viniere,
hallará quien le replique.
  ¿Gran gente trae?

ENRIQUE:

Notable,
más que en número, en valor,
y él por sí, Gobernador,
es capitán admirable.
  Como Alejandro se llama;
de manera al otro imita,
que quitalle solicita,
ya como el nombre, la fama,
  que del Farnesio en lugar,
aunque es tan noble apellido,
Magno, como el otro ha sido,
pienso que le han de llamar.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  ¿Vienen, Enrique, contentos
los españoles con él?

ENRIQUE:

Eso de quejarse dél
no engañe tus pensamientos,
  que a Carlos Quinto decía
en Túnez un capitán:
«Los españoles están
murmurando todo el día»,
  y él respondiole: «Pues id,
y para vengarme en ellos,
murmurá delante dellos:
mal de mis cosas decid».
  Fue el alemán y no había
del emperador hablado,
cuando cayó por un lado
de una puñalada fría.
  Esperiencia dellos hice,
no creas que se le irán:
dicen mal del capitán,
y matan a quien lo dice.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  No importa, Mastrique es plaza
que se sabrá defender;
mucha sangre ha menester,
aunque la nuestra amenaza.
  Invencible fuerza intenta,
mayor muro tiene en mí,
no habrá puesto el sitio aquí
cuando el Duque se arrepienta.
  Grandes defensas tenemos,
gran sustento y munición,
¿piensa, que en viendo un cañón,
a Felipe nos daremos?
  ¿Piensa que es Mastrique, acaso,
el castillejo de ayer?

ENRIQUE:

Cuidado habrás menester,
que viene alargando el paso.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  Hoy es día de mercado:
cuatro mil villanos son
los que en aquesta ocasión
en la ciudad han entrado.
  No los he dejado ir
a sus casas; aunque es gente
rústica, es fuerte, y valiente
adonde no puede huir.
  Mirad cómo podrá entrar
el Duque en Mastrique.

ENRIQUE:

Emprende
intentar lo que pretende:
al rey de España agradar,
  cúyas son estas banderas
que trae; y funda en razón,
que, en los que rebeldes son,
cortan más las armas fieras.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  ¿Rebeldes?

ENRIQUE:

Sí, que esta tierra
era, de parte de padre,
de Felipe, y patria y madre
de Carlos, en paz, y en guerra;
  que el Archiduque casó
con hija del rey Fernando
de España.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

El cómo, o el cuándo,
no he de averiguarlo yo.
  De Mastrique agora soy
el Gobernador, Enrique:
yo he de tener a Mastrique
por quien en Mastrique estoy.
  Perdone España, pues tiene
Indias; esta plaza es mía.

ENRIQUE:

Llegar el Duque porfía;
mucho se acerca, ya viene.
  Súbete al muro.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Allá voy,
donde me abrirán el pecho
primero que a mi despecho
la puerta, a fee de quien soy.
  Mas yo sé que está seguro,
cuando él esté pertinaz.

(Éntrese.)
ENRIQUE:

Con un trompeta de paz
viene un capitán al muro.

(Toca el trompeta.
Entre con él el CAPITÁN CASTRO.)
CAPITÁN CASTRO:

  Espera trompeta aquí,
que pienso que me han oido,
y aun por ventura entendido
lo que pretendo de ti.
  ¡Fuerte plaza! Mucho intenta
Alejandro, mas qué importa,
que cuando la empresa es corta,
en vez de gloria, es afrenta;
  que las grandes, y que en ellas
hay gloria solo en buscallas,
siendo imposible acaballas,
¿qué más bien que acometellas?
  ¡Oh Alejandro valeroso,
a quien tanto España debe,
ya décimo de los nueve,
y más que todos famoso!
  Mas ¿qué trato tu alabanza?
Presto estos muros dirán
si es dichoso el capitán,
o el siglo y Rey que lo alcanza.

(En alto el GOBERNADOR
y soldados flamencos.)
GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  ¡Ah del campo!

CAPITÁN CASTRO:

¡Ah de los muros!

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

¿Qué queréis?

CAPITÁN CASTRO:

De paz estoy.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Hablad, que licencia os doy.

CAPITÁN CASTRO:

Con quién, si estamos seguros.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  Yo soy el gobernador
de Mastrique.

CAPITÁN CASTRO:

Pues oíd,
y lo que digo advertid:
dice el Duque mi señor
  que ha llegado, como veis,
con el ejército aquí
del rey de España.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Es ansí;
llegado a Mastrique habéis.

CAPITÁN CASTRO:

  Pues de parte de Felipe
y de la suya os exhorta
y manda...

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

El mandar acorta.

CAPITÁN CASTRO:

... que, antes que alguno anticipe
  el daño que te amenaza,
le dejes, Gobernador,
la plaza al Rey, su señor,
pues que no es tuya la plaza,
  y te obliga la razón,
y la obediencia, y la ley,
o que, por vida del Rey,
si planta solo un cañón
  antes que se le rindáis,
que hombre en Mastrique no quede
con vida.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Si hacerlo puede.
¡Oh españoles, cómo habláis!
  Di que no se me da nada
que plante un cañón, ni treinta,
que ya sé que trae cincuenta,
su confianza engañada.
  Yo tengo bien conocidas
españolas amenazas,
sus ardides, y sus trazas;
diles que guarden sus vidas,
  que ya conozco españoles;
no me espanta lo que suena,
aunque para cada almena
mil banderas enarboles.
  Pensó que estaba a la puerta
el palio; no hay más que hacer;
¡por Dios que no la ha de ver
para el rey de España abierta!

CAPITÁN CASTRO:

  ¿Qué dices, hombre?

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Esto digo.

CAPITÁN CASTRO:

Vida no os ha de quedar,
que Alejandro podrá entrar
a solo daros castigo.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  Aunque fuera el macedón,
vete y di que no replique;
pensó alojarse en Mastrique
como ayer en Petrijón.

CAPITÁN CASTRO:

  Tú verás cómo te ofende.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Tú verás si me defiendo.

CAPITÁN CASTRO:

Que ha de degollarte entiendo.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Quien mal piensa, mal entiende.
  Lléguese al muro, y verá
de la manera que vuelve.

CAPITÁN CASTRO:

Mastrique en fin se resuelve
en que al Rey no se dará.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  ¡Vete, importuno español!

CAPITÁN CASTRO:

Vuestra destruición sospecho.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

¡Oh fanfarrón!

CAPITÁN CASTRO:

Esto es hecho.
(Quítase.)
Vamos.

TROMPETA:

Che cosa, no vuol?

CAPITÁN CASTRO:

  Dice que no.

TROMPETA:

Pues andiamo,
ni recomendo patrón.

(Vanse.)


(MARCELA y AYNORA como soldados.)
AYNORA:

Tirano de mi afición,
Marcelo amigo, te llamo,
  pues desde el primero día
me tratas con tal rigor,
que no pagar el amor
es la mayor tiranía.
  A don Lope me entregaste;
cruel, engaño me hiciste,
que es, en fin, pues que me diste,
señal que me despreciaste.
  No porque no me ha tratado
don Lope como quien es
más anda amor a los pies
de un hombre tan gran soldado.
  Por eso los estudiosos
quieren más, que recogido,
trata mejor el sentido
en los casos amorosos.
  Un soldado que alborota
la gloria de su ambición,
de la mayor afición
hace un juego de pelota:
  saca amor, y vuelve luego,
pero mas la primer chaza
como el arnés le embaraza,
hace mil faltas al juego.
  Pidiome que, en este traje,
por el Duque me pusiese,
y mientras dama no fuese,
hiciese oficio de paje.
  Obedecile, y estoy
sospechosa que he de ser
conocida por mujer.

MARCELA:

No harás, si lición te doy.
  Y no te enojes conmigo,
pues antes fuera razón
conocer la obligación.

AYNORA:

¿La obligación?

MARCELA:

Eso digo.
  ¿Cuánto mejor estarás
con don Lope, que es un hombre,
que, a la sombra de su nombre,
sol de los demás serás,
  bizarro, fuerte, gallardo,
temido?

AYNORA:

Detente, ahí.
¿Ves eso que dices?

MARCELA:

Sí.

AYNORA:

Pues por eso me acobardo.

MARCELA:

  ¿Por esto, por qué razón?

AYNORA:

Porque tanta valentía
lo que es te dirá algún día
burlarse con el león.
  Es hombre tan temerario
que, a un enojo que le dé,
me ha de coger por un pie
y echarme en un campanario.
  No quiero los hombres yo
tan valientes, tan airados.

MARCELA:

¿Pues qué?

AYNORA:

Humildes, reposados.
El sí por sí, el no por no,
  si a don Lope replicase
en la menor ocasión,
pienso que de un bofetón
treinta escaleras rodase.

MARCELA:

  Esos son los hombres, boba,
que no esotros marioles;
ese brío de españoles
es lo que las almas roba.
  ¿Qué vitoria más honrada
en los amorosos lazos
que ver humilde en tus brazos
la cara de un hombre arada?
  Y es más conforme a razón
querer la mujer al hombre
que tiene famoso nombre,
y de valiente opinión;
  porque allá en la astrología
ama Venus tiernamente
al hombre cuyo ascendente
tiene a Marte, reina mía;
  si de Ovidio sabe el arte,
verá su amor tan liviano
que no bastaba Vulcano
para apartalla de Marte;
  y así los hombres marciales
aman siempre las mujeres,
y muestras que no me quieres,
pues desta regla te sales,
  porque yo soy tan marcial,
que aun el mismo Marte soy.

AYNORA:

Bien con este brío estoy,
y con temerarios mal.

MARCELA:

  Calla, tonta, que no hay gusto,
ya que de gusto te agradas,
como cuatro bofetadas
de un hombre de bien robusto.
  Pues que, ¿tienes tú por bueno
que te llore un maricón?

AYNORA:

¿No es mejor que un bofetón
de toda afición ajeno?

MARCELA:

  No, porque luego verás
tratarse el gusto mejor,
que, como es niño el amor,
azotado, quiere más.

AYNORA:

  Marcelo, aquesas liciones
dalas a gente perdida,
que amor, con amor convida,
blandura, y obligaciones.
  Yerran en esa cautela
los que a amor niño alborotan,
que adonde una vez le azotan,
no vuelve más a la escuela.
  ¿Qué se hizo mi tudesco?

MARCELA:

En alto le levantaron.

AYNORA:

Más que el amor le quitaron
como le dio el viento fresco.
  Retírate, que ha llegado
su Alteza.

MARCELA:

Enojado viene.

(Entren el DUQUE, DON LOPE,
CASTRO, el ALFÉREZ MARTÍN DE RIBERA,
DON FERNANDO DE TOLEDO.)
DUQUE DE PARMA:

¿Ese atrevimiento tiene?

CAPITÁN CASTRO:

Esta respuesta me ha dado.

DUQUE DE PARMA:

  Por vida del Rey, que luego
se ha de batir.

DON LOPE:

¡Que el villano
contra el Júpiter hispano
habló, sin temer su fuego!
  ¡Deme, vuestra Alteza, a mí,
como yo, otros cien soldados,
y los muros derribados
le traeré por Dios aquí!

DUQUE DE PARMA:

  Cien soldados como vós,
¿dónde queréis que los tope?,
porque, a haber otro don Lope,
pienso que bastaban dos.
  Llamadme a los ingenieros;
recorreré la muralla.

DON LOPE:

Igual fuera derriballa
a fuerza de golpes fieros.
  ¡Voto a Dios!, ¡si vuestra Alteza
no me deja allá subir,
que al turco vaya a servir,
córteme el Rey la cabeza!
  ¡Bellacos, rebeldes, viles!

DON FERNANDO:

Bien será que el muro veas
y mandes abrir trincheas
con que su fuerza aniquiles.
  Veamos si obran tan bien
como envían las razones.

DUQUE DE PARMA:

Sus ásperas condiciones
en las respuestas se ven.
  Id vós, Martín de Ribera,
y llamadme al conde Guido.

MARTÍN DE RIBERA:

El Conde era ya venido
por seguirte a la ligera,
  aunque Propercio Barroso
no entiendo que habrá llegado.

DUQUE DE PARMA:

Es ingeniero estremado,
y astuto en cualquier negocio.

DON LOPE:

  ¿Que es astuto? ¡Voto a Dios
que no hay ingenio en el mundo,
sino arrojar al profundo
Mastriques de dos en dos!

MARTÍN DE RIBERA:

  Algo a don Lope le duele.

DUQUE DE PARMA:

La muralla quiero ver.

(Váyanse todos.
Quedan DON LOPE, MARCELA y AYNORA.)
DON LOPE:

Ello vendrá a suceder
de la manera que suele.
  ¡No me dejarán a mí
con cuatro soldados míos,
para proballes los bríos,
llegar! ¿Quién es?, ¿quién va ahí?

AYNORA:

  Un nuevo paje que tienes.

DON LOPE:

A muy buen tiempo has llegado.

AYNORA:

Creo que estás enojado.

DON LOPE:

Y a desenojarme vienes
  cuando el diablo me gobierna.

AYNORA:

Aún mi boca no se abra.

DON LOPE:

De que pase la palabra
que lleve el diablo esta pierna.

AYNORA:

  No tienes salud, señor.
Oféndente mis razones.

DON LOPE:

Darete mil bofetones
por vida de...

AYNORA:

¡Lindo amor!
  ¿Qué te parece, mi bien?

MARCELA:

Di que te los dé, y verás
con qué gusto quedarás.

AYNORA:

Ve tú, y díselo también.

DON LOPE:

  ¿Sabes jugar?

AYNORA:

Sí, señor.

DON LOPE:

¿Traes dados?

MARCELA:

Veslos aquí.

AYNORA:

Muestra.

DON LOPE:

¿Hay dados?

AYNORA:

Señor, sí.

DON LOPE:

¿Hay tambor?

AYNORA:

¡Hola, tambor!

DON LOPE:

  No des voces, picarona,
que, si esta pierna arrebato,
quizá te daré barato
antes de jugar.

AYNORA:

Perdona.
  El atambor está aquí.

DON LOPE:

¿Qué nación?

TAMBOR:

Je suis fransué.

DON LOPE:

Por la vida.

TAMBOR:

Perma fué.

DON LOPE:

Llega.

TAMBOR:

O come vus se ardi.

DON LOPE:

  Echa.

AYNORA:

A ocho.

DON LOPE:

A ocho paro
mil diablos y aquesta pierna...

AYNORA:

Digo.

DON LOPE:

... que a su pena eterna
casi este dolor comparo.
  Reparo otros mil.

AYNORA:

Azar,
siete y llevar.

MARCELA:

¡Buen gobierno!
Hoy le llevan al infierno,
si gana el siete y llevar.

AYNORA:

  ¿Y qué me queda que tope?

DON LOPE:

Tambor.

TAMBOR:

¿Monsiur?

DON LOPE:

Echa un bando.
Di que un diablo está llevando
toda una pierna a don Lope.

(Toma la caja y toca.)


(Entre el CAPITÁN PEREA.)
CAPITÁN PEREA:

  Su Alteza llama a vuestra Señoría,
que el ingeniero Juan Bautista Plaza,
Guido, San Jorge y el Barroso han visto
con él estas murallas de Mastrique
para reconocelle, y ver por dónde
se podría batir, y todos cuatro
dicen que el revellín viejo se bata:
a don Fernando de Toledo ha puesto
de guarda con dos tercios de valones
y alemanes, y a vuestra Señoría
quiere poner, con el valiente suyo,
de San Antón al fuerte balüarte,
porque ya el Coronel desotra parte
del río queda y, de los dos enmedio,
Francisco de Valdés.

DON LOPE:

Paso, Perea,
que no soy sordo, ya lo tengo oido:
ya sé que el Duque fue por la muralla,
y que reconoció con Juan Bautista,
Guido, Barroso, el revellín, y quiere
batirle, y que están puestos los tres tercios
de españoles, valones y alemanes
en San Antón, el revellín y el río.
¿Es más questo?

CAPITÁN PEREA:

No es más, que su Alteza
abrir quiere trincheas y no halla
gastadores, que está sin gastadores.

DON LOPE:

Pues ¿quiere su Alteza que le haga
don Lope gastadores de su pierna?
¿Tanta paciencia presumió que gasto?
Pues voto a Dios que falta ya paciencia
para sufrir dos piernas astrológicas,
que saben las mudanzas de los cielos,
y sus alteraciones y discursos.
Id delante, tambor, y echad el bando,
que Perea es soldado tan valiente,
que no se espantará de ver los diablos.

CAPITÁN PEREA:

¡Cómo los diablos!, ¡y el infierno todo!

DON LOPE:

Oh buen Perea, dadme acá esa mano
y una verdad decidme.

CAPITÁN PEREA:

Diré ciento.

DON LOPE:

¿No es la peor aquesta pierna mía
que cuantas piernas tiene Dios criadas?

CAPITÁN PEREA:

Es tan mala, señor, que apenas puede
ser, en un hospital, pierna de sábana;
es la pierna del pobre paralítico,
que estaba en la pierna, con más bocas
que de carnero, con sus clavos y ajos;
finalmente, merece estar colgada
en San Antón.

DON LOPE:

Pluguiera a Dios, Pérez,
y sirviera yo al Rey con estos brazos,
que han hecho algunas cosas de hombre noble;
sois de Madrid, en fin, llevadme al Duque
y, por el discursillo de la pierna,
tomad este diamante.

CAPITÁN PEREA:

Dios te guarde.

TAMBOR:

Trebon per Diu valante Capitane.

DON LOPE:

Toca la caja.

CAPITÁN PEREA:

¡Qué donaire tiene!

(Vanse.)
(Quedan MARCELA y AYNORA.)
AYNORA:

  ¿Parécete que me has puesto,
Marcelo, en buena ocasión?

MARCELA:

¿Tan gallarda condición
te pudo cansar tan presto?

AYNORA:

  ¡Esta es gallarda!

MARCELA:

El amor
no ha de estar siempre en un ser,
ni ha de querer la mujer
siempre al hombre de un tenor.

AYNORA:

  Si estas asperezas doras,
¿irá el amor adelante?

MARCELA:

Pues ¿es reloj un amante,
que ha de dar siempre a sus horas?

AYNORA:

  Amor dicen que es dolor
que suele dar pena eterna,
pero el dolor desta pierna
sin duda es mayor que amor.
  Si algún hombre vuelvo a amar,
como su salud recele,
primero lo que le duele
le tengo de preguntar.
  Ah Marcelo, ¡a cuántos daños
tus engaños me han traído!
Más mis desdichas han sido
que no han sido tus engaños.
  No te bastó no quererme
sino a quien quisiste darme:
matarme, por no obligarme,
por no obligarte, perderme;
  porque me has dado a un tirano,
sin tener de quien vengarte,
que si en los brazos es Marte,
es en las piernas Vulcano.
  Amor te demandé, ingrato.
¡El mal que me has hecho!

MARCELA:

Aynora,
si tu pensamiento ignora
la llaneza de mi trato,
  ten este Marte por dueño
y este Adonis para el gusto,
que de amarte como es justo,
la fee de hidalgo te empeño.
  Cuando vinieres de allá
con alguna lagrimilla,
yo la enjugaré, bobilla,
con mis regalos acá.
  Siempre la que se ha de holgar
sus postas ha de correr
del aldea del querer
a la ciudad del tomar.
  Don Lope es gran caballero,
súfrele su astrología,
porque amor niño se cría
en mantillas del dinero,
  que, pasado aquel dolor,
no hay nobleza que le iguale.

AYNORA:

¡Ni a ti cuanto el mundo vale
de que me tendrás amor!

MARCELA:

  ¿Eso dudas?

AYNORA:

Pues confirma
tu amor con estrecho lazo,
porque es la pluma un abrazo
con que amor sus cartas firma.

MARCELA:

  Ya no te puedo abrazar.

AYNORA:

¿La causa?

MARCELA:

El Duque ha llegado.

AYNORA:

A bienes de desdichado
nunca le falta un azar.

(Soldados con azadones y espuertas
poniéndolos en el teatro, y viene con ellos
DON PEDRO DE TOLEDO y DON LOPE,
y los demás, y el DUQUE DE PARMA.)
MARTÍN DE RIBERA:

  No hay solo un gastador en todo el campo.
¿Cómo, señor, pretende vuestra Alteza
abrir estas trincheas?

DUQUE DE PARMA:

No es posible,
Ribera, que eso falte. ¡Bueno fuera
que de abrir las trincheas se dejaran
en un campo de tales capitanes,
y de soldados tan ejercitados,
que los tiemblan en Asia, estando en Flandes!
¿No es aquesto cavar?

DON LOPE:

No es otra cosa,
pero, en la guerra y paz, es este oficio
para rústica gente.

DUQUE DE PARMA:

No hay, don Lope,
cosa en la guerra que no sea decente
al mismo General, si hacello importa.
Cuentan de un rey que caminaba un día
de invierno por lagunas y pantanos,
con los carros y máquinas de Marte,
y que le sobrevino escura noche;
los soldados entonces, que movían
los carros entre el lodo, comenzaron
a infamar a su rey con maldiciones,
mas él, entre la gente disfrazado,
ayudaba a las ruedas y decía:
«Decid del Rey, soldados; maldecilde,
mas no del que os ayuda a alzar los carros.
Dadme aqueste azadón a mí el primero.»

DON PEDRO:

Déjele vuestra Alteza: los soldados
le tomarán, que gustan de serville.

DUQUE DE PARMA:

Don Pedro, yo he de ser de los primeros.

DON LOPE:

No haga vuestra Alteza lo que dice,
que cavaremos todos de tal suerte
que podamos pasar a los antípodas
por las honduras que en la tierra hagamos.

(Cave el DUQUE; cave DON LOPE; caven todos.)
DUQUE DE PARMA:

Esto, don Lope, es justo a un justo príncipe.

DON LOPE:

Alto, cavemos, pese al diablo,
pariome a mí mi madre para esto.

DON PEDRO:

Dadme a mí un azadón; dad otro al Conde.

CAPITÁN PEREA:

No quedará, señor, con este ejemplo,
quien no venga a cavar en las trincheas.

MARTÍN DE RIBERA:

Más hará con aquesto, que pudiera
con diez mil gastadores que trujera.

(Todos se entren cavando y al muro se ponga el
GOBERNADOR DE MASTRIQUE y gente flamenca.)
GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  De veras Farnesio toma,
soldados, el sitio.

SOLDADO FLAMENCO:

Y tanto,
que apenas el blanco manto
del alba en el cielo asoma,
  cuando ya en el campo está
y asistiendo a las trincheas.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Que ha de hacer fruto, no creas,
por más priesa que se da.
  Mastrique está defendida
de gente y de municiones.

ENRIQUE:

¡Ah, españoles fanfarrones,
qué poco estiman las vidas!

SOLDADO FLAMENCO:

  Notable priesa se han dado
en las trincheas que han hecho.

ENRIQUE:

Presto dejarán, sospecho,
el sitio; pierde el cuidado.

SOLDADO FLAMENCO:

  ¿No vee vuestra Señoría,
atravesando el camino,
con qué priesa y desatino
que plantan la artillería?

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

  ¡Cuán en vano se desuelan
verá Alejandro muy presto!

ENRIQUE:

Tres culebrinas han puesto
en aquella montañuela.

SOLDADO FLAMENCO:

  Esa sobrepuja el muro,
y de peligro será.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

De que en emboscada está
vive Alejandro seguro,
  pero bien se vee de aquí.

SOLDADO FLAMENCO:

Veinte cañones se plantan
al revellín.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

No me espantan.

(Disparan dentro.)
ENRIQUE:

¿Baten?

SOLDADO FLAMENCO:

Sospecho que sí.

ENRIQUE:

  A la defensa señor,
que empiezan la batería.

GOBERNADOR DE MASTRIQUE:

Hoy nos han de dar mal día,
y lo han de llevar peor.

(Aquí se dispare dentro,
y finja la batería de las piezas, y salga
el DUQUE, caballeros y soldados.)
DON LOPE:

  ¿Llano está?

DON PEDRO:

No está muy alto.

CAPITÁN PEREA:

No harán mucha resistencia.

ALONSO:

Dé vuestra Alteza licencia
para que demos asalto.

CAPITÁN CASTRO:

  Ea, señor, bien seguro
licencia nos podéis dar.

MARTÍN DE RIBERA:

Déjanos ir a asaltar,
famoso Alejandro, el muro.

DUQUE DE PARMA:

  No me ha parecido a mí
muy llana la batería.

ALONSO:

Llana está, por vida mía,
que bien se ve desde aquí.

DUQUE DE PARMA:

  ¿Hay tal valor de soldados?
Señores, no es ocasión;
batirla más es razón.

ALONSO:

Con estos brazos honrados.

DUQUE DE PARMA:

  No, señores españoles,
que no es tiempo: tiempo habrá.

ALONSO:

Ah, que aguardemos querrá
con sombras y guardasoles.
  ¡Cuerpo de Dios!, ¿qué más llana
puede estar la batería?

DUQUE DE PARMA:

Despacio, por vida mía;
aguardemos a mañana.

MARTÍN DE RIBERA:

  ¿Por qué, si agora es mejor,
y todo el campo lo pide?

DUQUE DE PARMA:

La batería lo impide.

TODOS:

Asalto, asalto, señor.

DON LOPE:

  Parece que estos borrachos
piden agua por abril.

DUQUE DE PARMA:

Juzgáis la empresa por vil.

ALONSO:

¡Oh qué graciosos despachos!

DUQUE DE PARMA:

  Reconocer es razón
la batería primero,
porque asaltarla no quiero
sin mucha satisfación.

MARTÍN DE RIBERA:

  Si vuestra Alteza me envía,
yo iré solo y la veré,
y suplícole me dé
licencia.

DUQUE DE PARMA:

¡Estraña porfía!
  Yo sé, Martín de Ribera,
que nacistes en Toledo,
donde jamás entró el miedo;
mas tres quejosos hubiera
  si tan mozo os enviara:
yo fuera el uno, no hay duda;
vós el otro, aunque no os muda
miedo el color de la cara,
  y el tercero en fin serán
muchos más viejos soldados;
parad los bríos honrados
que tanto valor os dan
  para que esta empresa sea,
ya que por tan bueno os dejo,
para un soldado más viejo.
Vaya el capitán Perea.

ALONSO:

  ¡Vive Cristo!, ¿si otro fuera
que mi capitán, qué había?

MARTÍN DE RIBERA:

Quedito, Alonso García.

ALONSO:

Quedo, Martín de Ribera.

MARTÍN DE RIBERA:

  Todos somos de Toledo.

ALONSO:

Seor alférez aquí estoy,
que de barrio honrado soy.

DON PEDRO:

Quedo, alférez; hola, quedo.

DUQUE DE PARMA:

  Ahora cese la cuestión.
Vaya el alférez Hurtado,
si a Perea ha envidiado.

HURTADO:

Todos muy honrados son.
  Voy, pues tal merced me has hecho.

DON PEDRO:

Con gran valor va llegando;
mucho se acerca mirando.

(Disparen de arriba, y
caiga HURTADO en el mismo tiempo.)
DUQUE DE PARMA:

¿Qué fue?

DON PEDRO:

Pasáronle el pecho.

DON LOPE:

  No es nada: un récipe fue
de agua de endivia, o borrajas,
porque se duerma en las pajas.

CAPITÁN PEREA:

Heroico señor, yo iré.

DUQUE DE PARMA:

  Id vós, capitán Perea.

CAPITÁN PEREA:

La Virgen de Atocha vaya
conmigo.

DUQUE DE PARMA:

No le desmaya
ningún peligro que vea.

(Dos o tres arcabuces disparen,
y no le aciertan.)
DON LOPE:

  Con gran valor se ha metido
a reconocer el muro.

DON PEDRO:

¡Qué gran soldado!

DUQUE DE PARMA:

Yo os juro
que ningún miedo ha tenido.

ALONSO:

  ¡Bien haya Madrid, amén,
que tales soldados cría!

CAPITÁN PEREA:

Buena está la batería,
y podrá subirse bien.

DUQUE DE PARMA:

  Decid lo cierto Perea;
dejad agora el valor.

CAPITÁN PEREA:

No está muy buena, señor,
mas, como quiera que sea,
  se podrá subir muy bien.

DON LOPE:

Súbase, señor.

DUQUE DE PARMA:

Pues alto,
en nombre de Dios la asalto,
y de su Madre también.

(Tocadas cajas se entren dentro,

 donde se finge el asalto al muro,
porque el postrero se ha de hacer fuera,
y salga AYNORA teniendo
la espada a MARCELA.)

AYNORA:

  No vayas a pelear,
mi vida, así Dios te guarde.

MARCELA:

Luego ¿tú me haces cobarde
habiéndome de animar?

AYNORA:

  Es muy cobarde el amor
que teme perder el bien.

MARCELA:

¿Qué temes?

AYNORA:

Que no te den
algún balazo, señor.

VOCES:

(Dentro.)
  ¡Felipe, Felipe! ¡España!

MARCELA:

Si los caballos feroces
se animan con estas voces
y el hombre a cualquiera hazaña,
  déjame que participe
desta gloria.

AYNORA:

Está muy llena
del recelo de mi pena.

VOCES:

(Dentro.)
¡España, España! ¡Felipe!

MARCELA:

  ¿Qué no me quieres dejar?,
¿no ves que si hubiera entrado,
si allí hubiera yo llegado...?

AYNORA:

Ya tocan a retirar.

MARCELA:

  ¿Ves qué mal ha sucedido
por no haber estado allí?
{{Pt|[VOZ 1.ª] :|
(Dentro.)
Retiraos, castellani.

[VOZ 2.ª] :

(Dentro.)
No quiere aunque le han herido.

AYNORA:

  ¿Quién es aquel hombre fuerte?

MARCELA:

Un alférez valenciano
cuya valerosa mano
hace temblar a la muerte.

AYNORA:

  Ya se retiran del muro
valerosos y corridos.

(Entren el DUQUE DE PARMA y todos.)

DON PEDRO:

Esto es volver ofendidos.

DON LOPE:

Mastrique está muy seguro.

DUQUE DE PARMA:

  ¿Qué os parece, caballeros?

DON PEDRO:

Que vuestra Alteza levante
el sitio, aunque le espante
tal copia de rayos fieros.
  Habemos aquí llegado
en tan riguroso encuentro,
que hay seis mil villanos dentro
que vinieron al mercado,
  y estos el Gobernador
hace de noche y de día
trabajar.

DUQUE DE PARMA:

La batería
fue poca, que a ser mayor,
  no me sucediera ansí.

DON FERNANDO:

Señor, Mastrique está fuerte,
¿de qué sirve detenerte,
perder gente y tiempo aquí?
  Tiran mil bombas de fuego
y cadenas, que una sola
lleva veinte hombres de bola,
que es un temerario juego;
  tienen tantas invenciones
y defensas, que en mil años
no temerán nuestros daños,
ni entrarán nuestros pendones;
  apenas a vuestra Alteza
una blanca le acompaña,
ni se la envían de España,
que esta es la mayor flaqueza;
  si en Alemania tenía
crédito, ya le ha perdido,
ni al País de Liege ha podido
pagar lo que le debía
  de sustento y municiones
por su palabra tomadas.

DUQUE DE PARMA:

Razones son bien fundadas,
y concluyentes razones.
  Pero resuélvome aquí,
y no hay qué me replicar,
en que tengo de tomar
a Mastrique, o él a mí.

DON LOPE:

  Hágase, excelso señor,
lo que manda vuestra Alteza,
que esa heroica fortaleza
es digna de su valor,
  mas si soldados tan grandes
pierde sirviéndose dellos,
perderá también con ellos
estos estados de Flandes.

DUQUE DE PARMA:

  ¿Qué puede haber que disipe
de su tierra con la guerra?
Pues no hay un palmo de tierra
a devoción de Felipe.
  Yo sé que su Majestad
no puede ser deservido.

DON LOPE:

En que pierda lo perdido,
dice el Duque la verdad.

DUQUE DE PARMA:

  Castro.

CAPITÁN CASTRO:

Señor.

DUQUE DE PARMA:

¿No tenéis
hecho aquel crédito mío?

CAPITÁN CASTRO:

Sí, señor.

DUQUE DE PARMA:

Pues yo confío
que hoy algún dinero halléis.
  Él, y la palabra mía,
dad al ejército luego,
y decildes que les ruego,
por merced y cortesía,
  me presten algún dinero,
que pagaré a toda ley.
Por vida del Rey, que el Rey
me lo dará, y ya lo espero.
(Vase CASTRO.)

CAPITÁN CASTRO:

  Y voy.

DUQUE DE PARMA:

Vós, Perea, llamad
luego a Gabriel Cerbellón,
que tales consejos son
de muy grave autoridad.

CAPITÁN PEREA:

  Él viene.

DUQUE DE PARMA:

Este caballero
de la gran Cruz, milanés,
peleando, Aquiles es,
y Ulises siendo ingeniero.
(Entre GABRIO con la cruz de San Juan.)

GABRIO:

  ¿En qué sirvo a vuestra Alteza?

DUQUE DE PARMA:

Gabrio, ¿qué me aconsejáis?

GABRIO:

Que si a Mastrique miráis
su defensa y fortaleza,
  veréis, señor, cómo entrar
es imposible.

DUQUE DE PARMA:

¿Qué haré?

GABRIO:

Iros a tierra que os dé,
para que la entréis, lugar;
  con menos gente de guerra,
que esta plaza está muy llena.

DUQUE DE PARMA:

Toda opinión es ajena,
¡pues yo he de tomar la tierra!
  Ahora bien, yo quiero alzar,
junto al foso en cierta forma,
una cierta plataforma...

GABRIO:

Bien será si os dan lugar.

DUQUE DE PARMA:

  ... a manera de montaña
donde, puestos los cañones,
bata hasta las intenciones
con que Mastrique me daña;
  por debajo haré una mina,
y será ardid belicoso
ir siempre cegando el foso
con tierra, leña y fajina.
  Tome cualquiera soldado,
de guarda o no de guarda, entre
la leña y ramas que encuentre,
un manojo grande atado;
  sírvale de su defensa
para la arcabucería,
y en el foso cada día
le ira echando sin ofensa,
  que así pretendo tomar
a Mastrique, ciego el foso.

GABRIO:

A acuerdo tan ingenioso,
¿quién os puede replicar?

DUQUE DE PARMA:

  Pues seguidme, caballeros.
¡Viva el rey de España!

TODOS:

¡Viva!

DUQUE DE PARMA:

Que su honor, y el mío, estriba
en vuestros nobles aceros.
(Vanse todos y entre CASTRO.)

CAPITÁN CASTRO:

  Con el crédito he llegado
al tercio de los valones,
pero a mis justas razones
aun oidos no han prestado.
  Pues, ¿cómo me prestarán
los dineros que les pido,
si aun no me prestan oido
el tudesco y alemán?
  Dicen que cuando le piden
paga al Duque, y de comer
los quiere robar, por ver,
si por pagar, se despiden.
  No sé en que podrá parar
esta empresa sin dineros,
y los contrarios tan fieros,
y en tan seguro lugar.
  No sé, por Dios, si me atreva
a los españoles hoy;
temblando de hablarlos voy,
que la pretensión es nueva.
(Entren todos los soldados que puedan,
PEREA, AÑASCO, RIBERA,
CAMPUZANO, ALONSO GARCÍA,
AYNORA, MARCELA.)
  Pero ¿qué se puede hacer?
Yo lo tengo de intentar
con un discreto callar
a un airado responder.

CAPITÁN PEREA:

  Pienso que se irá de aquí.

MARTÍN DE RIBERA:

Antes estarse porfía.

CAMPUZANO:

Una plataforma hacía.

ALONSO:

¡Pluguiera a Dios!

AÑASCO:

¿Cómo ansí?

ALONSO:

  Porque si él hiciera plata
dando a la materia forma,
si es verdad que plata forma,
pagará a todos en plata.
  Pero ni él la sabe hacer,
ni hay en España alquimista

CAPITÁN PEREA:

¡Terrible lugar conquista!

CAPITÁN CASTRO:

Quiero llegar, si ha de ser.
  El Príncipe, mi señor,
suplica a vuesas mercedes...

MARTÍN DE RIBERA:

Hablar, y cubrirte puedes.

CAPITÁN CASTRO:

Conociendo su valor,
  españoles generosos,
sobre su palabra y este,
(Muestre el papel.)
el que tuviere le preste,
liberales y piadosos,
  dinero, joya, o cadena.

CAPITÁN PEREA:

Castro, seáis bienvenido,
que el Duque será servido
de la suerte que lo ordena.
  Ojalá fuera un tesoro
lo que en este tercio está,
que quien la sangre le da
no le ha de negar el oro.
  Ah, señores españoles,
¿quieren al Duque prestar
sobre su palabra, y dar,
pues son espejos y soles
  de valor y cortesía,
lo que tuvieren aquí
a Pedro de Castro?

TODOS:

Sí.

CAPITÁN PEREA:

Sola esta cadena es mía.

MARTÍN DE RIBERA:

  Yo tengo esta.

(Cadena y bolsa.)

AÑASCO:

Aquesta yo,
y en aquesta cien doblones.

CAPITÁN CASTRO:

¡Oh espanto de otras naciones,
gloria a la patria que os dio
  este fuerte corazón!

ALONSO:

Tomad aquestos escudos,
que los tuve un tiempo mudos
para hablar a esta ocasión.

CAMPUZANO:

  Aquí los que tengo van,
y estos anillos también.

MARCELA:

Yo, estas joyas.

CAPITÁN PEREA:

Quedo.
Ven con nosotros, capitán,
  porque el tercio te reciba,
y tú el oro.

CAPITÁN CASTRO:

¡Qué honra y ley!

ALONSO:

Así servimos al rey
de España.

MARTÍN DE RIBERA:

¡Filipo viva!

FIN DEL SEGUNDO ACTO