El arroyo (Campoamor)

El arroyo.

 
Arroyo sosegado,
que al resbalar so la enramada bella,
murmuras acordado,
rico de espejos, si de aromas ella,
en vagos resplandores
confundiendo tus visos con sus flores.

Ayer cuando naciste,
eras pequeño manantial sin brio,
después arroyo fuiste;

luego serás en la floresta rio,
y mas allá corriente
que el mar arrostres con soberbia frente.

Apresurado llega,
á par de las clarísimas cascadas,
á la cercana vega,
que á su placer descienden reclinadas
con brillante decoro
en blandos lechos de esmeralda y oro.

Prosigue; que á tu lado
gimiendo iré, cuando fugaz murmures,
y de mí acompañado
hasta el valle serás, aunque apresures
tu cristalina marcha
con frente de ovas y con piés de escarcha.

Los dos con dulce estruendo
iremos, tú placeres murmurando,
yo pesares gimiendo;
y muestras voces á la paralzando,
serán tus alegrías
rémora acaso de las penas mias.

Cuéntame dó luciente
bordaste de tu linfa cristalina
el manto trasparente
de tanta perla y esmeralda fina,
y con belleza suma
de dónde arrastras tu nevada espuma.

Cuéntame si brotaste
al pié de un sauce ó de elevado pino;
los prados que cruzaste;
cuántos mármoles viste en tu camino;
las flores que bañaron
tus frescas aguas, y á su humor brotaron.

Dime las dulces aves
que de los olmos de tu blanda orilla
te cantaron suaves,
y las sierpes que al verte sin mancilla
vertieron su veneno
para poder cruzar tu limpio seno.

Dime si las zagalas
tus claras urnas ilustrando viste
sin inútiles galas;
y cuéntame los sueños que infundiste
al oir los pastores
el dulcísimo són de tus rumores;

Que yo te iré contando
mis cortos bienes y mis luengos males.—
Mas ¿la vega mirando,
presuroso despeñas tus cristales
y rápido te alejas?
Bien haces ay! por no escuchar mis quejas.

—oo—

—¡Qué hermosa está la vega,
cuando bañada de feraz rocío,

fructífero la riega
el ámbar celestial de tanto rio,
sobre su nácar blando
la clara luz del sol reverberando!

Las aguas trasparentes,
formando al oscilar claros espejos,
los delgados ambientes
arrebolan de mágicos reflejos,
que ya azules, ya rojos,
embelesan estáticos los ojos.

¡Mil veces venturosas,
tan henchidas de honor, como abundantes,
corrientes sonorosas,
que pagando tributos en diamantes,
caminais sosegadas,
de palmas inmortales coronadas!

Y así con tal premura
con las aguas medreis de las praderas,
que, al ver tanta hermosura,
espantada abandone sus riberas,
y ceda á vuestro brio,
reprimida la mar, su señorío.

Seguid, claras corrientes,
con dulces y suavísimos rumores,
poblando los ambientes
de reflejos y débiles vapores,
que como frágil velo
los rayos templen de la luz del cielo.

Y á ocultar en los mares,
que lleveis estas lágrimas os pido,
fruto de mis pesares,
y último resto de mi afán perdido;
si acaso por ser mias
no las desdeñan vuestras ondas frias.

—oo—