Acto I
El amor enamorado
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen VENUS y CUPIDO.
VENUS:

  ¡Oh, qué bien me obedeciste!
En obligación te estoy;
gracias, Cupido, te doy
del cuidado que tuviste:
alta venganza me diste
si, después que me partí,
Dafne se burla de mí,
y a su Diana siguiendo,
por las selvas anda huyendo
de los hombres y de ti.
  Gustarás de que me afrente
con soberbia presunción,
y te haya dado ocasión
para ser inobediente.
¿En qué estrella, en qué accidente
consiste que, sin temor,
sea para mí rigor,
ira, desdén y aspereza,
el que por naturaleza
es para todos Amor?

VENUS:

  Quien tantas almas enciende
de mi hijo no se alabe,
pues que vengarme no sabe
de una mujer que me ofende.
Por toda Arcadia se extiende,
de Febo la ilustre fama,
que lo que sabes te llama,
porque dio muerte a una fiera;
y tú, como si lo fuera,
tiemblas de ver una dama.
  ¡Vive Júpiter sagrado,
que estoy de pura tristeza
por quebrarte en la cabeza
el arco mal empleado!
Dime, cobarde y armado,
dime, desnudo y valiente,
¿cómo aquel valor consiente,
que con tu sangre te di,
que Febo te venza a ti,
y que a mí Dafne me afrente?

CUPIDO:

  Infamas sin ocasión
mi cuidado, madre mía;
que no ha sido cobardía
sino aguardar ocasión:
yo daré satisfacción
a mi agravio y tus enojos,
y por esos bellos ojos,
dulce estrella del aurora,
que ha de ser antes de un hora
Dafne de tus pies despojos:
  yo, que sin guardar decoro,
a Júpiter transformé,
por Leda, en cisne, y mudé,
por la bella Europa, en toro:
vete, que el plomo y el oro
hoy te dirán si me atrevo;
que por lo que a ti te debo,
y la parte que me alcanza,
tendrás de Dafne venganza
y yo la tendré de Febo.

VENUS:

  ¿Dasme la palabra?

CUPIDO:

Doy
a tus ojos celestiales.

VENUS:

Pues por humildades tales
mis brazos te doy, y estoy
tan satisfecha, que voy,
como pudiera vengada,
contenta y desenojada.

(Vase.)
CUPIDO:

Tú, principio de mi vida,
como me mandas servida,
como mereces amada.
  Selvas de Arcadia, montes y riberas,
yo soy Amor; mi madre me ha reñido;
de hoy más, todo mortal guarde el sentido;
que no he de perdonar aves ni fieras.
Tú, que las plantas, al correr ligeras,
por las sendas estampas del olvido,
presto verás, habiéndome ofendido,
lo que va de las burlas a las veras.
Hoy has de aborrecer, y ser querida;
y tú, vanaglorioso Febo, advierte
que no te importa ser fitonicida.
No pienses libre de mis flechas verte,
porque de cuantas cosas tienen vida,
sólo no supo qué es amor la muerte.

(Dentro ruido de pastores, y sale BATO.)
BATO:

  Desgraciado en premios soy:
si el cielo premios lloviera,
ninguno a mí me cupiera;
por desesperarme estoy.
  ¡Oh, tiempo, no sé por quién
eres a mi premio ingrato!
Todos alaban a Bato,
pero nadie le hace bien.
  ¿De cuál peñasco arrojado
me dará fin este río,
que aun de morir desconfío,
según nací desdichado?
  Este es bajo, éste eminente,
éste aún no me da lugar;
tal estoy, que no he de hallar
peñasco que me contente.
  Un mancebo viene allí.

CUPIDO:

Dime, que el cielo te guarde,
pastor, ¿qué fiesta esta tarde
celebra el Arcadia aquí,
  que tanta gente se junta?

BATO:

Deciros la causa quiero;
que parecéis forastero
en el traje y la pregunta:
  dio Febo muerte a Fitón.

CUPIDO:

¿Qué Febo?

BATO:

El nacido Delo,
el que lleva por el cielo
el dorado cherrión.

CUPIDO:

  Y Fitón, ¿quién fue?

BATO:

Una fiera
serpiente, que se comía
los ganados, y este día
celebran monte y ribera
  con juegos, que él ordenó,
de cantar, saltar, bailar,
hacer versos y luchar,
y todos los pierdo yo.

CUPIDO:

  ¿Cantáis vos?

BATO:

Muy mal.

CUPIDO:

¿Saltáis?

BATO:

Mucho peor.

CUPIDO:

¿Hacéis versos?

BATO:

Sí, señor; mas son perversos.

CUPIDO:

Pues ¿cómo queréis ganar?

BATO:

  Porque como yo sabía
que lo peor se premiaba,
por lo mismo imaginaba
que el premio merecería.

CUPIDO:

  ¡Oh, qué cosa tan mal dicha!

BATO:

Yo la he dicho muchas veces.

CUPIDO:

Donde son dioses jüeces,
culpad a vuestra desdicha;
  que los dioses saben bien
quién merece premio o no.
Decid los versos, que yo
quiero ser jüez también.

BATO:

  ¿Es dios su merced acaso?

CUPIDO:

Decid, que yo os lo diré
después.

BATO:

Ya van alahé,
pero quítese del paso:
  en tomando su arco y flechas
Febo de un espetón
mató a la Sierpe Fitón,
y todos estos montes y riberas;
le hacen fiestas
saltando y bailando,
jugando y andando;
y dicen que el dios Cupido
nunca hizo tiro tan llocido,
porque es herrero su padre,
y su madre, por desastre,
le hubo en un sastre,
y nadie se asombre,
que era mujer, y no hombre,
y esto lo puedo jurar,
aunque nunca la vi nadar.

CUPIDO:

  ¿Hay más?

BATO:

¿Poco le parece?

CUPIDO:

Si vos escribís ansí,
¿qué premio esperáis?

BATO:

A mí
me han dicho que le merece.

CUPIDO:

  Pues porque jamás culpéislos
dioses, con este anillo
os premio.

BATO:

Me maravillo,
si es fino, que me lo déis.

CUPIDO:

  Mirad que tiene virtud
esa piedra para hacer
que os quiera cualquier mujer.

BATO:

Dios le dé vida y salud:
  Silvia me burló mil veces,
hoy me tengo de vengar.

CUPIDO:

Ya no podréis murmurar
siendo los dioses jüeces.
  Finalmente. ¿a quién premiaron
de las ninfas?

BATO:

Por mejores
en todas gracias de flores,
los cabellos coronaron
  de Dafnes y de Sirena,
que cantando las dos, creo
que pudieran, como Orfeo,
suspender la eterna pena.

CUPIDO:

  ¿Dafne premiada?

BATO:

¡Pues no!
Tanto, que con dulce guerra
la miró Febo en la tierra,
y en el cielo se paró.

CUPIDO:

  ¿Febo la miró?

BATO:

Es mujer
que se la pide a Peneo
mueso príncipe Aristeo.

CUPIDO:

Desde aquí la pienso ver.

(Todos los pastores de fiesta,
con instrumentos,
y FEBO detrás coronado de roble,
y DAFNE y SIRENA, de flores.)
ALCINO:

  En grandes obligaciones
nos pone tu majestad,
con hallarte, ¡oh, gran deidad!,
en nuestros juegos fitones;
  con esto serán más claros.
tú con más amor servido.

FEBO:

Mi propio interés ha sido,
pastores, venid a honraros.

(Habla BATO con el Amor, y no le ve.)
BATO:

  Ahora, ilustre mancebo,
pues que no la conocéis,
la bella Dafne veréis,
veréis al valiente Febo
  mas ¿por adónde se fue?
que sin verle no es posible.

CUPIDO:

Aquí estoy, pero invisible,
donde ninguno me ve;
  desde aquí la flecha de oro
a Febo quiero tirar;
Diana ha de perdonar,
pues no ofendo su decoro;
  por enamorar a Febo,
la de plomo a Dafne tiro.

(Tira dos flechas a DAFNE y a FEBO.)
FEBO:

Parece que en Dafne miro
nuevo ser, semblante nuevo;
  nunca tanto en su belleza,
como ahora reparé.

DAFNE:

¡Qué diferente miré,
de Febo la gentileza
  de lo que la miro ahora!
Gallardo me parecía,
como al tiempo que salía
de los brazos del Aurora:
  ¡qué pena de verle tomo!
¡Qué mal talle! No merece
ser deidad.

CUPIDO:

Ya le aborrece,
ya va haciendo efecto el plomo,
  y el oro en Febo.

ALCINO:

Pastores,
Febo querrá descansar;
volvamos a coronar
su templo de almas y flores.

(Éntrense todos cantando,
y FEBO detenga a DAFNE.)
FEBO:

  Espera, Dafne, espera.

DAFNE:

¿Qué quieres?

FEBO:

Hazme un favor.

DAFNE:

¿En qué te sirvo?

FEBO:

Una flor
desa guirnalda quisiera;
ni es mucho a la primavera
pedir flores por favores,
que es propio tiempo de amores.

DAFNE:

¿Flores me pides a mí,
cuando al Aurora y a ti
deben los prados las flores?

FEBO:

  Lo que se puede tomar
no puede favor llamarse,
porque es cosa que ha de darse
si favor se ha de llamar.

DAFNE:

El que a otro puede dar,
es forzoso conceder
que superior viene a ser,
y tu deidad perdería
si yo, de cosa que es mía,
le puedo favorecer.

FEBO:

  Dafne hermosa, la deidad
celestial naturaleza,
de cuanto es mortal riqueza
no tiene necesidad:
lo que pide es voluntad;
las demás cosas son vanas
para prendas soberanas,
y ésta falta entre las dos;
que siempre está pobre Dios
de voluntades humanas.
  El olor del sacrificio,
desde la ardiente ceniza
los aires aromatiza,
porque en su piadoso oficio
es del corazón indicio,
y por eso juzgas mal
en llamarte desigual;
que es tal la fuerza de amor,
que puede hacer inferior
lo inmortal a lo mortal.

FEBO:

  La violencia más segura
para hacer desde la tierra
a los mismos dioses guerra,
es la perfecta hermosura.
El oro y la plata pura,
las piedras, los minerales
y las perlas orientales,
las crío y engendro yo;
pero nunca el sol crió
esos ojos celestiales.
  Que si pudiera mi mano
dar a tu belleza ser,
¿qué le quedaba que hacer
a Júpiter soberano?
Y aún pienso, y tengo por llano,
que tan perfecta y tan pura
belleza y rara pintura
ella misma se hizo a sí,
porque de otra que de ti
no fuera tanta hermosura.
  Yo puedo hacer en la mina
el diamante y el rubí,
no engastar en carmesí
clavel tu boca divina:
con esto, Dafne, imagina,
si te parece extrañeza
que conquiste tu belleza,
que hasta un dios pudo rogar
por lo que le puede dar
la mortal naturaleza.

DAFNE:

  Febo ilustre, yo nací
del claro río Peneo,
como sabes, semideo,
en cuya orilla crecí
hasta que las ninfas vi
de la triforme Diana,
a quien dediqué lozana
verde edad, que no hermosura,
y a su casta imagen pura
la parte que tengo humana.
  Aristeo me pidió
por mujer, que de Tesalia
es Príncipe, y la acidalia
Venus tanto se enojó
de que le dejase yo
por seguir su casto coro,
que contra el justo decoro
a que me quieras te obliga,
porque, queriéndote, siga
las leyes de Amor, que ignoro.
  Yo no quiero, ni he querido,
ni pienso querer jamás,
si todo el oro me das
de tus rayos producido:
muda el amor en olvido;
que aunque eres deidad, yo humana,
será tu esperanza vana
mientras más loca pretenda,
pues cuanto Venus me ofenda,
sabrá guardarme Diana.

(Vase.)


FEBO:

  ¡Al autor de la luz tanto desvelo,
tanto desdén y desigual porfía!
Estoy por no salir, ni formar día,
aunque la Tierra se lamente al Cielo.
Caiga la noche de sí misma al suelo,
sin esperanza de la lumbre mía,
porque la caza que estas selvas cría
se envuelva en sombra de su eterno velo.
Suspende el arco al hombro, que profana
la ley de Amor, y si es buscar severa
fieras tu condición, dulce tirana,
¿qué fiera más cruel hallar espera
que la que tiene con belleza humana,
de piedra el alma, el corazón de fiera?

(CUPIDO se le pone delante.)


CUPIDO:

  ¿Adónde bueno, gallardo
Febo, el del famoso tiro?
Vienes de ver, por ventura,
las fiestas y regocijos
que a la muerte de Fitón
las riberas deste río
celebran con tanto aplauso
de juegos y sacrificios?
¿O, codicioso de hacer
suerte igual entre estos riscos,
buscas otra sierpe fiera
que derribe excelsos pinos,
que devore los ganados,
y rompa los edificios?
¿Adónde la dejas muerta?
Que yo confieso que envidio
las honras que estos serranos
hacen a tu nombre invicto.
¿Qué dicha mayor que ver
cómo eres dellos tenido
por el mayor de los dioses
que tiene el sagrado Olimpo?
Adórante cuantas ninfas
habitan los extendidos
campos que riega Peneo
en círculo cristalino,
y más entre todas Dafne,
su hija, con quien he visto,
de la florida ribera
entre los verdes alisos,
tan tierna y enamorada,
que parece que yo mismo
la enseñaba los amores
que a tus requiebros ha dicho.
¿Cómo la dejaste ir?

FEBO:

Mal nacido basilisco,
dulce afrenta de las almas,
grave error de los sentidos,
engaño de la esperanza,
tirano del albedrío,
sinrazón de la razón
y de la memoria olvido;
pasión del entendimiento,
de la voluntad hechizo,
suspensión de las acciones,
humano con lo divino,
y divino con lo humano;
el más traidor que ofendido,
por envidia y por venganza
te burlas, rapaz, conmigo:
¿Parécete que es victoria
haberme Dafne rendido?
¿Lo que su hermosura ha hecho
atribuyes a tu oficio?
Sus ojos, y no tus flechas,
sus donaires, no tus tiros;
que la hermosura perfecta
no mata con artificio.
Plega al cielo que te veas,
siendo Amor, aborrecido,
y que te deje, a quien ames,
por hombre mortal e indigno,
y que por tus ojos veas,
abrasado en celos vivos,
sus dos almas, sus dos vidas,
en un cuerpo hermafrodito.
Oigan los dioses mis ruegos,
en cuya piedad confío
venganza de tus agravios,
y piedad de mis suspiros.

(Vase.)


CUPIDO:

No sé cómo, viendo a Febo
tan triste, el placer resisto;
pero sin comunicarse,
¿qué gusto jamás lo ha sido?
Voy a referir a Venus
sus trofeos y los míos.
Dafne huye, Febo adora,
yo triunfo. ¡Cupido, víctor!

(Salen DAFNE y SIRENA.)
SIRENA:

  ¿De eso vienes victoriosa?

DAFNE:

¿De qué quieres que lo esté
con más razón?
{{Pt|SIRENA:|
Desdén fue
de mujer loca y hermosa;
¿dirás que de virtuosa
el desdén ha procedido?

DAFNE:

Valor y virtud ha sido.

SIRENA:

Yo no le doy ese nombre,
pues al que es dios y al que es hombre
tratas con un mismo olvido.
  Que desechos a Aristeo
me parece necedad,
y de Febo la deidad,
vanaglorioso trofeo:
¡Que ningún amor ni empleo
tu condición te permita!
¡Qué nación el mundo habita,
que haya despreciado al sol,
desde el indio al español,
y del alemán al scita?
  ¡Ah, Dafne! Júpiter quiera
que no pague la locura
de emplear tanta hermosura
en ir siguiendo una fiera.

DAFNE:

Yo sé qué premio me espera,
y no es esperanza vana,
cuando lo sepa Diana,
de cuyo coro me precio,
y por cuyo honor desprecio
toda la riqueza humana.
  Mas cuando su celestial
compañía no siguiera,
menos a Febo quisiera,
porque me parece mal;
tanto, que en odio mortal
el respeto he convertido.

SIRENA:

Si es gallardo y entendido
un hombre, ¿qué ha de tener
para quererte?

DAFNE:

Nacer
con dicha de ser querido;
  tanto sol no me conviene,
ni hay tan rudo labrador
que me parezca peor
de cuantos Arcadia tiene.

SIRENA:

Venus le ama y le entretiene,
y día y noche le sigue.

DAFNE:

Mal gusto.

SIRENA:

El cielo te obligue
a hacer presto un necio empleo
en el sátiro más feo,
que tus melindres castigue.
  Todas las que sois así,
arrepentidas lloráis
después que a todos vengáis,
como lo espero de ti.

DAFNE:

Vete. Sirena, de aquí,
y no culpes mi desdén;
que como tú quieres bien,
hablas mal contra el decoro
de Diana.

SIRENA:

De su coro
me río, y de ti también.
  Nace al aurora la flor
vanagloriosa de sí,
y si pasa por allí
el gallardo cazador,
parece que de temor
de que la toque su mano,
aunque fue melindre en vano,
a las hojas se retira,
y cuando ya el sol expira,
la pisa el rudo villano.
  Tu aspereza no es virtud,
sino necia vanagloria;
en tanto intenta victoria
tu loca solicitud:
yo culpo tu ingratitud,
de vana arrogancia llena.

DAFNE:

Vete y déjame, Sirena
que viciosa compañía
hará que juzguen la mía
por la libertad ajena.

SIRENA:

  Si es porque de Alcino soy,
yo estoy tan bien empleada
como tú estás engañada.

DAFNE:

En mi daño si lo estoy:
vete con Dios.

SIRENA:

Yo me voy;
todo el tiempo lo sujeta:
tú verás si eres discreta,
y si yo la necia soy.

(Vase.)

DAFNE:

  No hay cosa más importuna
que la persuasión de un necio,
cuando presume que sabe
y que enseña al que es discreto.
No de otra suerte combate
la roca en la mar al viento
las ondas de las aguas
una tras otra soberbio,
que como quien burla dél,
firme en su nativo asiento,
vuelve en espumas los golpes,
y en blanda risa los ecos:
así se cansa quien piensa
reducir mi entendimiento
a no seguir de Diana
limpia vida y trato honesto.
Por más imposible juzgo
que pueda querer a Febo,
que hacer solsticio sus rayos
un año en medio del cielo.
(Sale un ciervo por una puerta del teatro.)
¡Oh, qué valiente animal!
Tan alto y hermoso ciervo
no le ha criado el Arcadia:
seguirle y tirarle quiero.
¿Huyes? Yo sabré seguirte.
Yo mate este ciervo, y Febo
mate serpientes Fitones.
(Va tras él, y vuelve a salir por la otra parte.)
No pareces muy ligero,
ciervo gentil, por Diana,
a quien humilde prometo
de tu pardo morrión
las plumas para trofeo,
más que penacho marcial,
cobarde muestra del pecho,
de honrar su templo contigo:
pero ¡ay, Júpiter! ¿Qué es esto?
Burla ha sido de los ojos,
cual suele pintar el sueño
en el interior sentido
formas de vanos efectos.
¡Ay Dios, ay triste, ay de mí!

(Por donde el ciervo se desaparece, sale FEBO.)

FEBO:

Sosiega, Dafne.

DAFNE:

¡Ay, cielos!

FEBO:

Febo soy.

DAFNE:

Pues ¿qué me quieres?

FEBO:

Que me escuches.

DAFNE:

¡Muerta quedo!

FEBO:

Yo te truje con engaño
entre estos olmos y fresnos,
adonde apenas las aves
rompen el mudo silencio:
fingí el ciervo que seguiste;
hoy quedarán mis deseos
de tu desdén victoriosos,
pues aún apenas el cielo
nos puede ver, que las ramas
edifican verdes techos
para defender los troncos,
en que estriba su alimento,
contra las estrellas sirias,
que ladran por ofendellos.
Sosiégate, vuelve el rostro;
qué, ¿te turbas? ¿Tan grosero
villano me consideras?

DAFNE:

Mi desdicha considero
y tu traición. ¿Esto hacen
dioses? ¡Qué gentil ejemplo
para los hombres mortales!

FEBO:

Si lo fuera yo, sospecho
que me tuvieras amor;
tú estás sin mayor remedio
que trocar en voluntad
la fuerza.

DAFNE:

¿Fuerza? Primero
se harán pedazos los polos
en que estriba el firmamento,
y la rueda celestial
caerá desasida de ellos;
primero verán los hombres
trocados los elementos,
ligera el agua y la tierra,
pesados el aire y fuego;
primero aquellos diamantes
del cielo...

FEBO:

¡Oh, tanto primero!
Dafne, yo te adoro; yo
soy el que tengo el gobierno
del mundo; ya no es posible
que puedan mis brazos menos
que tus desdenes.

DAFNE:

¡Ay, triste!
¡Ay, infeliz!

FEBO:

Cuando huyendo
fueras a aquellas regiones
que eternamente me vieron,
tengo de alcanzarte: Dafne,
espera.

DAFNE:

¡Valedme, cielos!

(Salen BATO y SILVIA.)

SILVIA:

  ¿Con ese talle querías,
Bato, que yo te quisiese?

BATO:

Sí querrás, aunque te pese.

SILVIA:

¡Qué neciamente porfías!

BATO:

  Con la boca bien podrás
decir sí; que dices no.

SILVIA:

En diciendo nones yo,
no diré pares jamás;
  estos son nuestros azares,
estas nuestras condiciones.

BATO:

Como ésas han dicho nones,
que después paran en pares;
  pues a fe que tengo aquí...

SILVIA:

¿A ver, por tu vida, a ver?

BATO:

Dime si me has de querer.

SILVIA:

Sí, resí, tatarasí.

BATO:

  Por ver, ¿qué no harán mujeres?

SILVIA:

Si también tú dices no,
¿cómo es posible que yo
pueda pensar que me quieres?

BATO:

  Mira qué anillo.

SILVIA:

Soy corta
de vista, en mi mano quiero
verle.

BATO:

Pues jura primero.

SILVIA:

Y mi palabra, ¿no importa?

BATO:

  La mujer no está obligada;
que por esto viene a ser
quien no la cumple mujer,
y es rueca la que era espada.

SILVIA:

  Plegue a Dios que, si lloviere,
ni pie ni mano me moje,
y que en la cama me arroje
cuando más sueño tuviere;
  ni coma ni beba más
de lo que tuviere gana,
y si fuere de mañana,
no me levante jamás.
  ¡Mira qué gran juramento!

BATO:

Alahé, que has de comprir
lo que dices, o morir
por ello.

SILVIA:

Muestra, jumento.

BATO:

  Toma.

SILVIA:

Mi Bato querido,
dámele.

BATO:

¿Quiéresme?

SILVIA:

Pues.

BATO:

¡Verá el diablo! Verdad es;
sacudióla el dios Copido;
  pero el hombre fue discreto
que aquel anillo me dio,
si por el dar entendió
la virtud de este secreto.
  Ahora bien, dame un abrazo.

SILVIA:

¡Malos años para ti!

BATO:

¿Y el juramento?

SILVIA:

¿Yo?

BATO:

Sí;
tú verás, llegado el plazo,
  cómo llueve y no te mojas,
ni eres la mañana dueño
de tus pies, y que con sueño
sobre la cama te arrojas.
  Ésta me ha engañado,
soy un tonto; engañarla quiero:
¿Silvia?

SILVIA:

¿Qué quiere el grosero?
porque sepa que me voy.

BATO:

  ¿No sabes como el Fitón
que mató Febo dorado
preñado estaba?

SILVIA:

¿Preñado?
¿De quién?

BATO:

De otro serpentón
  que salió de la barriga
aquella noche.

SILVIA:

¡Mal año!

BATO:

Tanto, que, temiendo el daño,
a que consulten obliga
  la diosa Temis, y dice
que ha de comer solamente
toda mujer que no siente
qué es amor.

SILVIA:

¡Ay, infelice!

BATO:

  Las que engañan, y después
lo que prometen defienden,
las que piden, las que venden
el amor por interés,
  las ingrata, las crueles.
las tontas, las bachilleras,
las que engañan con chimeras
a los amantes noveles,
  las que toman los anillos.

SILVIA:

¡Ay, Bato, no digas más;
que esta noche me verás
al volver mis corderillos!
  Pero porque no te vean
busca un pellejo de lobo,
y por uno y otro escobo
haz de suerte que lo crean,
  porque me hables entretanto
que anda el prado temeroso.

BATO:

Ser lobo es dificultoso:
tomalle no lo era tanto;
  pero yo lo haré por ti
e iré a buscar el pellejo,
que lobo, zorra y conejo
me quiero volver; mas di:
  ¿quiéresme ahora abrazar?

SILVIA:

Y ¡cómo si abrazaré!

BATO:

¡Oh, qué bien que la engañé!

SILVIA:

¡Oh, qué, palos le he de dar!
(Vanse.)
(Sale DAFNE huyendo.)

DAFNE:

  ¡Tened lástima de mí!
¡Favor, dioses inmortales,
no pueden desdichas mías
desacreditar deidades!
Si la virtud no os obliga,
¿cómo podrán los mortales,
temiendo vuestra justicia,
reprimir sus libertades?
¡Favor, piedad!
(FEBO dentro, como que viene de lejos.)

FEBO:

¿Dónde huyes
y de quién, hermosa Dafne?
Para, de piedad de ti,
ya que no de mí, a escucharme:
mira que de ti la tengo;
pues para que no te canses,
voy rogando a mis deseos
que se detengan y paren.

DAFNE:

¡Cielos, ya suena más cerca!
¡Árboles, cubridme, dadme
favor, pues falta a los dioses!

FEBO:

No soy yo rústico amante,
no soy villano grosero;
tú verás, como me aguardes,
que sólo me manda Amor
que te mire, que te hable
con aquel cortés respeto
que es tan justo que te guarde.

DAFNE:

Parecéis malos jüeces,
deidades inexorables,
que en los reos no castigan
los delitos que ellos hacen.
¡Oh, Júpiter! Si tú fuerzas
a Egina, a Leda y Danae,
¿cómo detendrás a Febo?

FEBO:

¡Detente, Dafne, un instante!
¿Cómo sufres que tus pies
tantas espinas maltraten?
¿Quieres, por dicha, cruel,
que, como a la hermosa madre
de Amor, produzca la tierra
nuevas rosas de tu sangre?

DAFNE:

¡Ya le veo, yo soy muerta!
Peneo, mi dulce padre,
¡favor!

(Sale FEBO.)

FEBO:

No dirás que he sido
tan veloz para alcanzarte
como corriendo los cielos,
aunque eres más bella imagen,
que por mi eclíptica de oro
forman eternos diamantes.
(Váyase DAFNE arrimando a la transformación.)
Ya no tienes dónde huir;
si quieres asegurarte,
en estos brazos te esconde.

DAFNE:

Tierra, tus entrañas abre,
y en tu centro me sepulta.
(Transformándose en laurel.)

FEBO:

Tente, espera; celestiales
dioses, ¿qué crueldad es ésta?
¿Un árbol queréis que abrace?
¿Qué lo dudo? Ramos son
que del duro tronco salen,
alma de aquella cruel:
venganzas son desiguales
de mis ofensas, Amor.
(DAFNE en el árbol.)

DAFNE:

¡Ay!

FEBO:

Con qué voz lamentable,
temblando el árbol se queja
piadosamente suave:
¿Qué haré, que pierdo el sentido?
¡Que todo el cielo vengase
a Venus! ¡Ah falsos, dioses!
Produce, tierra, gigantes,
que intrépidos otra vez
intenten aposentarse
en el alcázar eterno,
de donde arrojados bajen:
poned montes sobre montes,
¡oh terrígenas titanes!
Y matadme a mí el primero,
si hay hombres que dioses maten:
¡oh, cielos, quién ahora, en tantos males,
pudiera ser mortal para matarse!
Árbol, aunque ingrato fuiste,
quiero en la muerte mostrarte
que fue mi amor verdadero,
porque no hay prueba que iguale
como, después de la muerte,
firmezas de voluntades.
Tú serás el árbol mío,
laurel quiero que te llamen,
aunque en tu dura corteza
su condición se retrate,
cubriendo un alma de bronce
y unas entrañas de jaspe.
Arrojo el roble, y desde hoy
quiero de ti coronarme:
desta rama haré a mi frente...

DAFNE:

¡Ay!

FEBO:

Perdona; para honrarte,
corona que también sea,
para ilustres capitanes,
triunfo de insignes victorias
y premio de hazañas grandes.
Tú serás la verde insignia
de Césares imperiales,
lauréola de ingenios
en las científicas artes,
tú de poetas honor,
que de siglo a siglo nacen.
Pero ¿qué puede haber, Dafne, que baste,
si no tengo de verte, a consolarme?

DAFNE:

Febo, el favor agradezco,
aunque arrepentida tarde;
que para ejemplo de ingratas
quiso el cielo transformarme
en el que llamas laurel.
Vengado estás; ya no aguardes
oír más mi voz.

FEBO:

Temblaron
las ramas: ya el alma parte
a los Elisios. Permite,
si no he de oírte, abrazarte,
aunque es tanta tu dureza
que, para que no te abrace,
volverás a ser mujer
y volverás a matarme,
para que en vida y muerte no me falte
desdén que huya, ni beldad que mate.

(Sale BATO.)

BATO:

  Cosas mandan las mujeres
a los hombres, que es un necio
el que por tan caro precio
quiere, comprar sus placeres.
  ¿Adónde hallaré, en efeto,
este pellejo de lobo?
Silvia me tiene por bobo;
pues a fe que soy discreto.
  Lo que para no envidiado
dicen algunos que basta,
y más no habiendo en mi casta
ni dichoso ni letrado.
  Si ésta me cumple el concierto,
todos somos vengativos;
muchos lobos topo vivos,
y ninguno topo muerto.
  Allí está Febo, a la fe;
él del pellejo dirá,
pues por esos mundos va
y cuanto hay en ellos ve.
  ¡Ah, señor Febo!

FEBO:

¿Quién llama?

BATO:

Bato soy, aquel zagal
que le enseñó el animal
que le ha dado tanta fama.

FEBO:

  ¿Qué me quieres? Que recelo
que para tu daño sea.

BATO:

Hanme dicho que voltea
por la maroma del cielo,
  y véngole a pescudar
si en el mundo, nuevo o viejo
ha topado algún pellejo
de lobo que me enseñar;
  que esta noche Silvia y yo...

FEBO:

Villano, ¿burlas a mí?

BATO:

Pues ¿con eso le ofendí?
¿De un pellejo se enojó?

FEBO:

  Mataréte.

BATO:

¡Cielo santo,
favor! Al monte me subo.

FEBO:

Aguarda.

BATO:

¡En qué poco estuvo
que me diese con un canto!
(Vase subiendo por el monte.)

FEBO:

  La Luna, mi blanca hermana,
está de creciente ahora,
ya de salir es la hora;
escucha, hermosa Diana.

BATO:

  ¿Si acaso me llama a mí?
¡Ah, señor! ¿Topó el pellejo?

FEBO:

Si tú no, me das consejo,
Luna, ¿qué ha de ser de mí?
  Ven, Diana, ven hermana.

BATO:

Ya no me puede faltar:
¿Qué dice? ¿Que le he de hallar
en el templo de Diana?
  Dios se lo pague, señor;
que ya voy por el pellejo.
(Vase.)

FEBO:

Luna, de la tierra espejo,
y del cielo resplandor,
  en quien la noche se toca,
y se miran las estrellas,
si la luz que en ti y en ellas
infundo sol te provoca,
  óyeme en la tierra Febo.
(Por lo alto un carro de plata;
DIANA sentada en él
con una media luna en el tocado.)

DIANA:

Ya te escucho, hermano mío;
¿qué tienes? ¿De quién te quejas?

FEBO:

De dos monstruos, madre e hijo,
incendios de tierra y cielo,
que a tu frígido epiciclo
solamente han perdonado.

DIANA:

¿Qué te han hecho?

FEBO:

Ese Cupido,
ese hermano de la muerte,
ese decrépito niño,
envidioso de que hiciese
aquel celebrado tiro
con que di muerte a Fitón,
de Tesalia basilisco,
me hirió de amor de la hija
de Peneo, ilustre río,
que huyendo de mí, transforman,
airados siempre conmigo,
los dioses en árbol; mira
si me quejo, si suspiro,
si lloro con justa causa;
como a mi hermana, te pido,
si no remedio, venganza.

DIANA:

Por esta luz que recibo,
Febo, de tus claros rayos,
y que doy por tantos siglos
doce veces a los años,
que ha de hacer que el mal nacido
rapaz, por quien le aborrezca,
de amor se abrase a sí mismo.
Tú verás enamorado
al Amor, nuevo prodigio
al mundo; que esta venganza
será por los mismos filos.
No hay dios que esté bien con él,
todos le han aborrecido;
tú verás como le doy
con mi castidad castigo.
¿No sabe Venus, no sabe
que sus lascivos delitos
descubren mis castos rayos?
Conmigo, Venus, conmigo.

FEBO:

Pues prosigue tu carrera,
luna de los ojos míos;
pisen tus ruedas de plata
los celestiales zafiros;
que ya se mira el Aurora
coronada de jacintos,
y las flores en los prados,
y las aves en los nidos,
hacen salva a su lucero
con las hojas y los picos,
para que mi carro de oro
trueque por el griego el indio.
(Pasa el carro lo demás
del teatro por lo alto,
y acabe la jornada segunda.)