El album de retratos 2


El Museo Universal (1869)
El album de retratos 2
de Enrique Fernández Iturralde
EL ALBUM DE RETRATOS.

(Conclusión.)

Pero hé aquí que nuestro héroe, que hasta ahora ser ha limitado por lo visto á concurrir á los cafés ó al Paraíso del teatro de la Opera, se lanza al gran mundo. No hay mas que mirar el retrato número treinta y tres para convencerse de ello. Esa señora, bien conservada aun, elegante, aristocrátíca, no puede menos de tener abiertos sus salones un dia señalado de la semana. Ignoro si dará tés dansants ó soirces musicales ó bailes de confianza con quesitos helados y punche; tal vez sus reuniones no sean de ninguna de las clases indicadas y tengan un carácter puramente literario; acaso sean tan íntimas que sólo se juegue en ellas á la aduana; pero lo que aseguro y sostengo es que esa señora recibe amigos en su casa: lo están diciendo su cara y su traje y todo su atalaje.

Pues ¿y sus hijas? ¿Qué me dicen ustedes de sus hijas? Es is dos pimpollos tan lindos, esas dos muñequitas tan bonitas, que aparecen en la siguiente fotografía De lijo que tocan el piano á ravir, que bailan á la perfección, que llegado el caso saben suspirar una romanza ó una cavatina. Pero, mirándolo mejor, confieso que no había dado con el verdadero carácter de las reuniones semanales de la señora del retrato: sus hijas me han ayudado á despejar la incógnita. ¿No notáis cierto aire melodramático y sentimental en la mayor? ¿No encontráis cierta desenvoltura de sonorette á la mas. joven? Pues está descifrado el enigma, no vayáis á casa de esa señora si no estáis acostumbrados á ese atroz suplicio que se llama una comedia casera. Y ¿quién sabe si nuestro héroe sacó también el pie de las alforjas y echó su cuarto á espadas y salió á las tablas y fue ¡negó puesto por una gacetilla al nivel de Marquez, Latorre ó Romea? Todo puede ser, pero el álbum no lo dice. Compadezcámosle, sin embargo, y sigamos nuestro examen.

Esto es ya otra cosa. Ya no son las dos muñecas de antes, figuritas de biscuit, muy bonitas pero sin seso como el busto de la fábula. Esta es ya una mujer, una mujer de veras, y capaz de volver loco á un guardacantón. ¡Vaya unos ojos espresivos y ardientes, una frente pálida y pensadora, una boca provocativa y sarcástica, un cuerpo esbelto y airoso y un aire elegante sin afectación! Yo conozco de vista á esta muchacha, pero no sé quién es. Comprendo que es digna de que se hagan por ella mil locuras. Pero pasemos adelante.

El sitio en que debía estar el retrato siguiente, está vacío. Esto es grave, gravísimo. ¿Por qué está vacío ese hueco? ¡Misterio! como diria un novelista dé los de á dos cuartos entrega.

No me extrañaría que ese sitio, ahora vacío, hubiera estado ocupado: tal ve/, nuestro protagonista por una do esas sublimes puerilidades del amor habría puesto su retrato al lado del de esa bella joven ; porque no me cabe duda que, teniendo el retrato de ésta y habiéndola tratado, el hijo del señor juez tenia que amarla y amarla con delirio. ¡Pobre diablillo rubio!

Convengamos, pues, que ese retrato es el de ella.

Pero ¿por qué está vacío el sitio de al lado?

Yo en ese lugar vacío leo una novela entera de amor, todo un drama de pasión, con sus arrobamientos y sus dolores, con sus luchas sordas y sus alegrías inefables.

Me atrevo á decirlo, porque ni aun sé su nombre. Lo cierto es que ella me parece que debe ser algo coqueta. De aquí un rompimiento y el quitar el retrato.

Volviendo la hoja encontraremos cuatro fotografías de otros tantos pollitos recien salidos del cascaron, pequeñítos, delgaditos, de la especie en fin que un amigo mío designa con el nombre de sietemesinos.

Esos pollos, que pululan por los paseos, por los teatros y los salones, van siempre en bandadas de cuatro ó seis, y nuestro héroe obró cuerda y filosóficamente al juntar sus retratos en el álbum. Lo que saco en limpio de esas cuatro fotografías es que nuestro protagonista, sin duda con ánimo de consolarse del mal resultado de sus amores, se había lanzado más y más en el torbellino del mundo, donde sin duda conoció á esos pollitos.

También debió tropezar en los salones aristocráticos con el original del siguiente retrato. No podré deciros si es una marquesa francesa, ó una duquesa española, ó una vizcondesa portuguesa, ó una baronesa alemana, ó una lady inglesa, ó una princesa rusa ó italiana, ó una reina de teatro, ó una diva; lo único que puedo asegurar es, que no hay mas que mirar al retrato, para estar seguro de que es la vera efigies de una gran dama un si es no es traviata. Asi como el aire predestinado de la siguiente fotografía dice á gritos qué es el marido de aquella.

Sin duda la medicina no era suficiente para hacer desaparecer el mal; ó acaso era peor el remedio que la enfermedad. Nuestro héroe debió buscar consuelo á sus pesares amorosos en otras partes. De aquí la variada coleccion de los siete retratos que siguen. Siete, como los siete pecados capitales.

No nos detengamos en ellos, y pasemos al retrato número cincuenta, que es el siguiente.

Este merece toda nuestra atencion.

Representa una de las lumbreras de nuestra ciencia médica, el famoso doctor***.

¿Por qué está aquí ese retrato? Me iba interesando la historia de este desconocido, escrita en esta serie de retratos, me iba siendo muy simpático el protagonista; asi es que siento un escalofrio la primera idea, que se me ocurre.

Los disgustos los escesos han minado la salud de nuestro pobre héroe y ha caido enfermo de gravedad. Sin duda el doctor le ha asistido. ¿Qué término habrá tenido la enfermedad? Si ha sido desgraciado, eso podria esplicar el encontrarse el álbum en la prendería. Pero entonces ¿quién ha puesto el retrato del doctor en el álbum? No, respiro, nuestro héroe se ha salvado, asi lo creo al menos.

Pero, aun quedan á la vuelta dos retratos, los últimos.

El primero, sí, no me engaño, es el diablillo, pero el diablillo con seis años mas, convertido en una lindísima jóven y menos burlon y travieso que antes.

Este retrato me lo esplica todo. Al saber la enfermedad de su hijo, el juez y su esposa, el diablillo y su padre se han apresurado á venir á Madrid. Rodeado de tan solícitos cuidados y de tanto cariño, el mal ha tenido que ir cediendo y retirándose paso á paso, hasta dejar al pobre jóven. Todos lo adivinais ¿no es cierto? Es de noche, la calentura ha cedido al fin, el enfermo siente una lágrima, que cual bendito rocío cae sobre su demacrado rostro, abre los ojos y ve ante si al diablillo, al ángel que le cuida con toda la ternura del primer amor. ¿Cómo morirse despues de eso?

La convalecencia es lenta, porque el mal ha sido terrible; pero todo acaba en esté mundo hasta las convalecencias. Me parece verá nuestro pobre héroe dar los primeros pasos apoyado en su linda enfermera. Casi casi estoy por decir que consentia en enfermar con tal de tener una enfermera parecida.

El último retrato es el de nuestro jóven despues de su enfermedad, y en él se ven patentes los terribles efectos de ésta.

Hasta aquí la serie de fotografías.

¿Cómo se encontraba el álbum en la prendería? ¿Se casó nuestro hombre con el diablo?¿Recayó de su dolencia y murió?

No lo sé.

Me he figurado que en cuanto estuviera en estado de emprender el viaje, sus padres y el diablillo se lo llevaron á su pueblo, para que los aires natales terminasen su curacion. En el trastorno de los preparativos de viaje el álbum debió estraviase é ir á parar á la prendería.

Ayer sin ir mas lejos iba mirando los escaparates de las tiendas de la Carrera de San Jerónimo, cuando ví una pareja, que trascendia á cien leguas á dos recien casados. Y ¡cuál no seria mi sorpresa al reconocer en ellos á mi héroe y al diablillo, él ya repuesto de su enfermedad y ella mas linda que nunca!

Hé aquí el desenlace de la historia, me dije.

Y dando vueltas en mi imaginacion á un proyecto, seguí á la enamorada pareja, hasta que entraron en una fonda. Entré tras ellos, pregunté á un mozo el nombre de nuestro héroe y no tuvo inconveniente en decírmelo, merced á una propina.

Volvíme en seguida á casa, hice un paquete con el álbum, puse en la cubierta el nombre de nuestro protagonista, salí de nuevo, busqué un mozo de cordel, le encargué llevase inmediatamente el paquete á su destino y no me marché hasta que le ví tomar la direccion de la fonda. El álbum, pues, debe hallarse otra vez en poder de su dueño.

ENRIQUE FERNÁNDEZ ITURRALDE.