El Robinson suizo/Capítulo VII


CAPÍTULO VII.


Narracion de mi esposa.—Carlancas.—Avutardas.—Huevos de tortuga.—Arboles gigantescos.


—Debes estar impaciente por oir la prometida historia, me dijo risueña, y así voy á referirla por entero. Ocioso fuera hablar del primer dia de vuestra ausencia, por no haber ocurrido nada que digno de contar sea; pero esta mañanita, al salir de la tienda ántes que mis hijos, y al descubrir vuestra señal, que por cierto me colmó de alegría, dime á reflexionar sobre nuestra posicion y á discurrir medios de mejorarla, diciendo entre mí: es imposible permanecer así todo el dia expuestos á los ardores del sol en esta desierta playa. ¿No fuera mejor trasladarnos al valle que mi esposo y Federico han pintado con tan peregrinos colores?

«Miéntras que así discurria, mis hijos se levantaban. Provisto Santiago de un cuchillo que afilaba de vez en cuando en la roca, se dirigió al chacal de Federico y le cortó unas cuantas tiras de piel, que despues adelgazó despojándolas de toda su carnaza. Esnesto, que con los brazos cruzados le estaba contemplando, no pudiendo aguantar más, le dijo:

—¡Qué haces, sucio! ¿No ves que eso es una porquería?

—¡Cómo porquería! contestó aquel, no creo que lo sea hacer carlancas para los perros, y sobretodo este no es negocio tuyo.

«Temiendo que la disputa pasase adelante, me interpuse para terminarla, y reprendí á Ernesto su intempestiva repugnancia ajena de la posicion en que nos encontrábamos, y alabé al pequeñuelo por haber emprendido una faena, que si bien nada tenia de atractiva, servia para la utilidad general.

«Mi aprobacion dió nuevo impulso al celo é inventiva del aprendiz de curtidor, y así, despues de bien descarnadas las dos tiras, fue colocando en ellas numerosos clavos de cabeza chata, y cortando un pedazo de lona más largo que las tiras, la puso doblada encima para sujetar las cabezas de los clavos, suplicándome le cosiera aquel forro con piel infecta por no creerse con la suficiente maña para manejar la aguja. El encargo no era agradable por cierto, y me excusé; pero viendo el afan del pobre chico que no se amañaba en su costura, compadecíme de él accediendo á su deseo.

«Concluidas las dos carlancas, me suplicó de nuevo reiterase igual operacion con otra gran tira de piel que tenia preparada para hacerse un cinto. Accedí tambien á su deseo; pero tanto yo como Ernesto el advertímos, que si no se ponia remedio, al secarse el cuero, cinto y carlancas se encarrujarian en términos de quedar defectuosos y quizá inservibles; y por lo tanto, siguiendo nuestros consejos, sujetó con clavos sobre una tabla muy tirantes las correas, y puestas á secar al sol, á las pocas horas ya estaban en estado de servir: salvo el mal olor que les quedaba.

«El resto del dia pasó sin más novedad. Al anochecer tranquilos como estábamos por haber visto vuestras señales, nos retirámos á la tienda á descansar bajo la salvaguardia de los perros que defendian la entrada. Dormí regularmente; mas las reflexiones que me sugeria nuestra posicion me despertaron muy temprano. Mis hijos habian sufrido mucho con el calor que se iba haciendo insoportable, y me acabé de persuadir que nos sería imposible permanecer por más tiempo expuestos de tal manera á los rayos de aquel sol abrasador. Por un lado el deseo de hallar sitio más cómodo, y por otro la idea del riesgo en que te hallabas para proporcionarnos un imperfecto bienestar, me inspiraron la resolucion de contribuir en cuanto estuviese á mi alcance al bien general.

«Poseida de esa idea, encaminéme á la playa para haceros las señales convenidas, y como segun indicaban las tuyas no volveriais hasta el anochecer, dispuse lo conveniente para la excursion proyectada. Despues del desayuno participé á los niños mi resolucion, lo cual causó el mayor alborozo. Cada cual se equipó á su gusto proveyéndose de lo que creyó más necesario para el viaje; cada uno de los dos mayores llevaba su correspondiente escopeta, cuchillo de monte, zurron lleno de víveres y municiones, y yo llevé un saco, un jarro de agua, y un hacha pequeña por toda arma. Cerré la tienda lo mejor que pude, y tendiendo la última mirada al mar, emprendímos la marcha acompañados de los perros y dejando lo demás bajo la salvaguardia de Dios.

«Primero nos dirigímos hácia el arroyo. Turco, que conocia el terreno por haberos seguido en la primera expedicion, iba delante sirviéndonos de guia, y pronto llegámos al punto en que lo vadeasteis, lo que hicímos igualmente saltando por las piedras, no sin algun trabajo y temor de perder el equilibrio.

«Ya en la orilla opuesta, seguímos andando sin direccion fija. Al considerarme en aquella ocasion sola, en un desierto, sin más apoyo ni defensa que dos niños de once á trece años, temibles únicamente por el uso que podian hacer de las escopetas, bendije á Dios con toda mi alma por la feliz idea que te inspiró cuando pensastes ejercitarles en el manejo de las armas de fuego; á pesar de mi repugnancia en concederles ese gusto del que temia pudieran resultar fatales consecuencias, siendo por el contrario una útil prevision y un medio de inspirarles valor y prudencia al mismo tiempo.

«Cuando llegámos á un collado, mi vista se recreó al contemplar aquella vegetacion admirable que tanto nos habias ponderado, y por la primera vez despues del naufragio renació en mi corazon la esperanza de un porvenir més halagüeño. Divisando á corta distania una pequeña alameda á cuya sombra deseaba descansar un rato, nos dirigímos hácia ella, atravesando un buen trecho sembrado de maleza tan espesa y enmarañada que nos costó no poco trabajo abrirnos paso lo cual nos obligó á torcer un poco á la izquierda, donde encontrámos de nuevos vuestras huellas que fuímos siguiendo sin perderlas en direccion á la alameda.

«De repente un ruido extraño llegó á nuestros oídos, y de entre las matas tomó vuelo un pájaro grandísimo que nos asustó por de pronto. Mis dos noveles cazadores prepararon las escopetas; pero cuando se acordaron de apuntarle ya se hallaba tan fuera de tiro que hubiera sido en balde dispararle.

—¡Qué lástima! exclamó Ernesto, si hubiera estado un poco más listo en preparar la escopeta, de seguro lo atrapo.

—¿Y por qué no estás más prevenido? le dije, el buen cazador nunca debe descuidarse.

—A otra te aguardo, repuso Santiago, preparando el arma; yo le diré cuántas son cinco; pero acerquémonos al punto de donde se ha alzado, quizá tenga allí el nido, y podrémos saber la especie á que pertenece el pajarraco.

—Por lo grande me parece un águila, dijo Franz.

—¡Qué disparate! no puede ser, contestó Ernesto; las águilas, para que lo entiendas, no anidan en el suelo, sino en las más encumbradas rocas. Mejor diria que es una avutarda por el color y por ciertas plumas en forma de bigotes que tiene junto al pico. ¡Qué lástima no haberla cogido!

«No acababa de pronunciar esta última palabra, cuando de la misma mata salió otra ave parecida á la primera, aunque un poco mayor, y pasó rozándole ántes que siquiera imaginara echarse á la cara la escopeta. No pude ménos de reirme al ver lo parados que se quedaron ambos, y la especia de vergüenza que les causaba el verse burlados por segunda vez. Habeis perdido un buen asado, les dije, lo cual os servirá de aviso para en adelante. Sin embargo veamos el nido, quizá encontremos los polluelos y ya sería algo.

«Pero estaba de Dios que la caza habia de ser completamente infructuosa, porque acercándonos al sitio de donde se remontaron ambas aves, hallámos un grande nido de yerba seca, pero vacío; y por los restos de cascarones de huevos colegímos que los pollos nacidos de pocos dias se habian tambien escabullido entre el espeso matorral.

—Ya estarás convencido, dijo Ernesto á Franz, de que el pájaro no era un águila. Estas no sólo no anidan en tierra, sino que sus hijuelos no pueden correr de esa manera al salir del huevo como lo hacen las perdices, los pavos, las gallinas y demás aves de esta especie; y respecto á las que hemos visto, por los colores de la pluma y forma del pico, creo poder asegurar que son avutardas.

—Creo, señor maestro, le dije entónces, que más os hubiera valido estar listo y apuntarla bien, que no entretenerse en reparar el color de las plumas y el pico del ave; pero casi me alegro de que no les dispararas, pues tu destreza hubiera privado á la pobre cria de sus padres. Olvidémoslo ya, y sigamos adelante.

«Estando en esta conversacion llegámos á la alameda. Multitud de pájaros de toda especie trinaban revoloteando alegremente entre las ramas sin asustarles al parecer nuestra presencia. Los niños anhelaban dar muestras aquí de su puntería; pero no se lo permití, y con tanta más razon, cuanto que sus ensayos hubieran sido infructuosos á causa de la grandísima elevacion de los árboles, en cuyas copas se posaban las aves fuera de alcance.

«Lo que de léjos me pareciera alamedilla ó bosquecillo, visto de cerca no era sino un grupo de hasta doce ó catorce árboles, pero tan gruesos y elevados, que jamás los habia visto semejantes; y lo más extraño era que estos gigantescos árboles formaban como un vastísimo pabellon, sostenido maravillosamente en el aire por una especie de arcos formados de raíces enormes, que presentaban el árbol como arrancado de cuajo fuera de la tierra, y su tronco sin adherirse á ella sino por la raíz más pequeña, situada en el centro.

«Santiago se encaramó á uno de los arcos, y valiéndose de un cordel midió la altura, que no bajaba de treinta y cuatro piés, contándose hasta cuarenta á cincuenta desde el suelo hasta el nacimiento de las raíces, y la circunferencia total de estas constaba de unos cincuenta pasos; la hoja es parecida á la del nogal, y por consiguiente su espesura da mucha sombra; mas no pude descubrir fruto alguno. Cubierto el suelo de menudo y fresco césped y sin maleza alguna, parece una verde alfombra, convidando todo en este ameno sitio para cómodo y agradable descanso.

«Le encontré tan de mi gusto, que lo elegí para el almuerzo, y sentados sobre la yerba comímos con el mayor apetito. Los perros, á los cuales hacia rato habíamos perdido de vista, se nos juntaron, y echados á nuestros piés se durmieron sin querer probar bocado.

«Ibame embelesando por instantes la belleza del sitio, y discurriendo en el aislamiento y desamparo de nuestro solitario albergue, se me figuraba que si encontrásemos medio para disponer un asilo en las ramas de aquello árboles, estaríamos más resguardados de toda suerte de peligros; y como al mismo tiempo me parecia dificultoso encontrar sitio que reuniese más ventajas, resolví no pasar adelante y dar la vuelta; pero variando de camino y siguiendo el de la playa para ver de paso si el mar habia arrojado á ella algunos restos del buque que se pudieran aprovechar.

«En efecto, así lo verificámos, y nada de particular vímos hasta llegar al arroyo, cuyas orillas estaban cubiertas de despojos de cangrejos, lo que me hizo colegir cuál fuer el almuerzo de los perros y la causa de haber desdeñado el nuestro. Proseguímos andando por la playa que encontrámos sembrada de tablas, barricas, cajones y otros objetos procedentes de la nave, cuyo peso excedia á nuestras fuerzas; sin embargo, en cuando nos fue dable arrastrámos algunos de estos efectos más adentro, á fin de que la resaca no se los llevase. Miéntras nos ocupábamos en tan ruda faena, noté que Bill desapareció ocultándose tras de una roca, y echando á correr tras él Ernesto, le encontró muy atareado en desenterrar de la arena huevos de tortuga, que iba despachando con marcada satisfaccion segun se relamia. Acudímos al sitio, y despues de costarnos no poco trabajo alejar la perra, que por lo visto estaba dispuesta á no dejar uno siguiera, recogímos hasta dos docenas todavía intactos, los mismos que han servido para la tortilla que tanto os ha gustado. Entónces dirigímos la vista al mar, y columbrámos una vela que se adelantaba rápidamente hácia la costa. Inquieta y sorprendida por semejante aparicion, fluctuaba entre el temor y la esperanza por no poder distinguir aun el casco á que pertenecia; Ernesto afirmaba que erais vosotros; á Santiago se le figuraba uno de los botes del buque que se acercaba, y Franz, como más medroso, asustado se asió á mi falda, diciendo que quizá serian antropófgos que venian con intencion de merendarnos.

«En tanto la vela avanzaba, y Ernesto fue quien acertó. Acudímos presurosos hácia el arroyo que atravesámos saltando por las piedras como á la ida, y llegámos á tiempo de que desembarcabais.

«Tal es, amigo mio, la detallada narracion de nuestro viaje. Si quieres complacerme, desde mañana abandonarémos este sitio agreste, para instalarnos junto á aquellos árboles gigantescos.

—Bien está, querida mia, la contesté sonriéndome; pero curioso será vernos encaramados como gallos en un árbol de sesenta piés de altura, ¿y dónde encontrarémos el globo aerostático que nos traslade á esa region?

—No te burles de la idea, repuso mi esposa, que no es ningun disparate, y sino, ¿no te acuerdas haber visto en nuestra tierra, en Zojinga, si no me engaño, un grandísimo tilo, sobre el que habian dispuesto un gran salon de baile, al que se subia por una escala de madera? ¿No pudiéramos acaso igualmente, sobre una de las ramas más bajas de ese otro árbol arreglar siquiera una habitacion para dormir? Al ménos allí podríamos reposar tranquilos sin temer á los chacales ú otras fieras peores todavía, que de seguro ni siquiera soñarian en molestarnos á tal altura. En cuanto al modo y forma de ejecutar el proyecto, os toca á vosotros como hombres que sois y con mayores recursos de imaginacion que una mujer, y de seguro lo alcanzarémos si poneis empeño formal en hacerlo.

—Sí, sí, la respondí, se hará cuanto podamos para darte gusto; pero en todo caso, y segun la descripcion que acabas de hacer de tan singulares árboles, me parece que hasta se podria establecer una morada cómoda debajo de las raíces, que sirviendo de techumbre nos proporcionarian mayor abrigo que la tienda de lona que nos cobija ahora. En fin, mañana volverémos para examinarlo despacio.

Esta promesa devolvió la serenidad al rostro de mi esposa, que estaba desasosegada hasta conocer mi resolucion, y la cena acabó tan alegremente como comenzara. Entrámos luego en la tienda, cada uno ocupó su puesto, y dormímos como lirones hasta la mañana siguiente.