El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo LV

LV


Corría ya la tercera semana de inspección, en un aislamiento forzado cada vez más por la malicia lugareña, y sin otra novedad consoladora que una carta del escribano, llegada poco antes.

Había visto a "su chica" en el teatro, linda como nunca, aun cuando un poco distraída, por más que así fuera su natural, y asediada, entre gemelos y visitantes, por media docena de pollos con los cuales departía no sin animación. Era todo, en suma, aunque el buen amigo lo prolongaba con detalles que no carecían de agudeza. No había nombres propios, por discreción; pero dos o tres bocetos valían la tinta en ellos gastada: "...apareció en el palco aquel secretario crespito y cachetudo, con su naricita de botón plantada entre los ojos redondos, lo que le daba un aire de payaso afligido..." O bien: "un mulatillo largucho, que desde el pelo a la punta del frac parecía untado de una dedada de betún". Y todavía: "Sólo una vez la vi sonreírle cariñosa al doctor, que estaba detrás con su cara de verdugo..."

Contra lo que esperaba, aquellas noticias causáronle una enorme tristeza.

Tranquilizábalo sin duda el disimulo de Luisa, por la presencia de ánimo que revelaba. Pero la soledad parecióle ya intolerable. Iba en verdad demasiado largo aquéllo. Y lo peor era que no podía apurarlo ya, por temor de complicar algún inocente.

Chocóle asimismo la excesiva jovialidad de Cárdenas, quizá rebuscada con mejor intención que ingenio. Sobre todo aquello de "su chica"... Tonto, vulgarote...

No obstante, acostado ya, leía por décima vez la carta, cuando en una súbita agravación del silencio, notó que el reloj acababa de pararse.

Habíale dado cuerda, sin embargo, y lo comprobó acto continuo. Sacudiólo en vano, movió los punteros que señalaban la una menos diez, con resultado igualmente nulo...

—Será el frío—díjose con la anticipada molestia de la dificultad que suponía una compostura en tal paraje.

Y volvió a su meditación.