Don Álvaro o La fuerza del sino/Jornada segunda

Don Álvaro o La fuerza del sino
de Duque de Rivas
Jornada segunda

Jornada segunda

La escena es en la villa de Hornachuelos y sus alrededores

Es de noche, y el teatro representa la cocina de un mesón de la villa de Hornachuelos. Al frente estará la chimenea y el hogar. A la izquierda, la puerta de entrada; a la derecha, dos puertas practicables. A un lado, una mesa larga de pino, rodeada de asientos toscos, y alumbrado todo por un gran candilón. EL MESONERO y EL ALCALDE aparecerán sentados gravemente en el fuego. LA MESONERA, de rodillas guisando. Junto a la mesa, EL ESTUDIANTE cantando y tocando la guitarra. EL ARRIERO, que habla, cribando cebada en el fondo del teatro. EL TÍO TRABUCO, tendido en primer término sobre sus jalmas. LOS DOS LUGAREÑOS, LAS DOS LUGAREÑAS, LA MOZA y uno de los ARRIEROS, que no habla, estarán bailando seguidillas. El otro ARRIERO, que no habla, estará sentado junto al estudiante, y jaleando a las que bailan. Encima de la mesa habrá una bota de vino, unos vasos y un frasco de aguardiente

ESTUDIANTE (Cantando en voz recia al son de la guitarra,
y las tres parejas bailando con gran algazara.)

Poned en estudiantes
vuestro cariño,
que son como discretos
agradecidos.
Viva Hornachuelos,
vivan de sus muchachas
los ojos negros.
Dejad a los soldados,
que es gente mala,
y así que dan el golpe
vuelven la espalda.
Viva Hornachuelos,
vivan de sus muchachas
los ojos negros.

MESONERA (Poniendo una sartén sobre la mesa.) Vamos, vamos que se enfría...

(A la criada.) Pepa, al avío

ARRIERO (El del cribo.) Otra copita.
ESTUDIANTE (Dejando la guitarra.) Abrenuncio. Antes de todo la cena.
MESONERA Y si después quiere la gente seguir bailando y alborotando, váyanse al corral, o a la calle, que hay una luna clara como de día. Y dejen en silencio el mesón, que si unos quieren jaleo, otros quieren dormir. Pepa, Pepa...¿no digo que basta ya de zangoloteo...?
TÍO TRABUCO (Acostado en sus arreos.) Tía Colasa, usted está en lo cierto. Yo, por mí, quiero dormir.
MESONERO Sí, ya basta de ruido. Vamos a cenar. Señor alcalde, eche su merced la bendición, y venga a tomar una presita.
ALCALDE Se agradece, señor Monipodio.
MESONERA Pero acérquese su merced.
ALCALDE Que eche la bendición el señor licenciado.
ESTUDIANTE Allá voy, y no seré largo, que huele el bacalao a gloria. In nomine Patri et Filii et Spiritu Sancto.
TODOS Amén. (Se van acomodando alrededor de la mesa, todos menos Trabuco.)
MESONERA Tal vez el tomate no estará bastante cocido, y el arroz estará algo duro... Pero con tanta Babilonia no se puede...
ARRIERO Está diciendo comedme, comedme.
ESTUDIANTE (Comiendo con ansia.) Está exquisito... especial; parece ambrosía...
MESONERA Alto allá, señor bachiller; la tía Ambrosia no me gana a mí a guisar, ni sirve para descalzarme el zapato, no señor.
ARRIERO La tía Ambrosia es más puerca que una telaraña.
MESONERO La tía Ambrosia es un guiñapo, es un paño de aporrear moscas; se revuelven las tripas de entrar en su mesón, y compararla con mi Colasa no es regular.
ESTUDIANTE Ya sé yo que la señora Colasa es pulcra, y no lo dije por tanto.
ALCALDE En toda la comarca de Hornachuelos no hay una persona más limpia que la señora Colasa, ni un mesón como el del señor Monipodio.
MESONERA Como que cuantas comidas de boda se hacen en la villa pasan por estas manos que ha de comer la tierra. Y de las bodas de señores, no le parezca a usted, señor bachiller... Cuando se casó el escribano con la hija del regidor...
ESTUDIANTE Con que se le puede decir a la señora Colasa, tu das mihi epulis accumbere divum
MESONERA Yo no sé latín, pero sé guisar... Señor alcalde, moje siquiera una sopa.
ALCALDE Tomaré, por no despreciar, una cucharadita de gazpacho, si es que lo hay.
MESONERO ¿Cómo que si lo hay?
MESONERA ¿Pues había de faltar donde yo estoy?... Pepa (A la moza.), anda a traerlo. Está sobre el brocal del pozo, desde media tarde, tomando el fresco. (Vase la moza.)
ESTUDIANTE (Al arriero que está acostado.) Tío Trabuco, hola, tío Trabuco; ¿no viene usted a hacer la razón?
TÍO TRABUCO No ceno.
ESTUDIANTE ¿Ayuna usted?
TÍO TRABUCO Sí, señor, que es viernes.
MESONERO Pero un traguito...
TÍO TRABUCO Venga. (Le alarga el mesonero la bota, y bebe un trago el tío Trabuco.)

¡Jú! Esto es zupia. Alárgueme usted, tío Monipodio, el frasco del aguardiente para enjuagarme la boca.
(Bebe y se curruca.) (Entra la moza con una fuente de gazpacho.)

MOZA Aquí está la gracia de Dios.
TODOS Venga, venga.
ESTUDIANTE Parece, señor alcalde, que esta noche hay mucha gente forastera en Hornachuelos.
ARRIERO Las tres posadas están llenas.
ALCALDE Como es el jubileo de la Porciúncula, y el convento de San Francisco de los Ángeles, que está aquí en el desierto, a media legua corta, es tan famoso... Viene mucha gente a confesarse con el Padre Guardián, que es un siervo de Dios.
MESONERA Es un santo.
MESONERO (Toma la bota y se pone de pie.) Jesús; por la buena compañía y que Dios nos dé salud y pesetas en esta vida, y la gloria en la eterna. (Bebe.)
TODOS Amén. (Pasa la bota de mano en mano.)
ESTUDIANTE (Después de beber.) Tío Trabuco, tío Trabuco, ¿está usted con los angelitos?
TÍO TRABUCO Con las malditas pulgas y con sus voces de usted, ¿quién puede estar sino con los demonios?
ESTUDIANTE Queríamos saber, tío Trabuco, si esa personilla de alfeñique, que ha venido con usted, y que se ha escondido de nosotros, viene a ganar el jubileo.
TÍO TRABUCO Yo no sé nunca a lo que van ni vienen los que viajan conmigo.
ESTUDIANTE ¿Pero... es gallo, o gallina?
TÍO TRABUCO Yo de los viajeros no miro más que la moneda, que ni es hembra ni es macho.
ESTUDIANTE Sí es género epiceno, como si dijéramos hermafrodita... Pero veo que es usted muy taciturno, tío Trabuco.
TÍO TRABUCO Nunca gasto saliva en lo que no me importa; y buenas noches, que se me va quedando la lengua dormida, y quiero guardarle el sueño; sonsoniche.
ESTUDIANTE Pues señor, con el tío Trabuco no hay emboque. Dígame usted, nostrama (A la mesonera.), ¿por qué no ha venido a cenar el tal caballerito?
MESONERA Yo no sé.
ESTUDIANTE Pero, vamos, ¿es hembra o varón?
MESONERA Que sea lo que sea; lo cierto es que le vi el rostro, por más que se lo recataba, cuando se apeó del mulo, y que lo tiene como un sol; y eso que traía los ojos de llorar y de polvo, que daba compasión.
ESTUDIANTE ¡Oiga!
MESONERA Sí señor; y en cuanto se metió en ese cuarto, volviéndome siempre la espalda, me preguntó cuánto había de aquí al convento de los Ángeles, y yo se lo enseñé desde la ventana, que como está tan cerca se ve clarito, y...
ESTUDIANTE ¡Hola, con que es pecador que viene al jubileo!
MESONERA Yo no sé. Luego se acostó; digo, se echó en la cama, vestido, y bebió antes un vaso de agua con unas gotas de vinagre.
ESTUDIANTE Ya, para refrescar el cuerpo.
MESONERA Y me dijo que no quería luz, ni cena, ni nada, y se quedó como rezando el rosario entre dientes. A mí me parece que es persona muy...
MESONERO Charla, charla... ¿Quién diablos te mete en hablar de los huéspedes?... Maldita sea tu lengua.
MESONERA Como el señor licenciado quería saber...
ESTUDIANTE Sí, señora Colasa; dígame usted...
MESONERO (A su mujer.) ¡Chitón!
ESTUDIANTE Pues señor, volvamos al tío Trabuco. Tío Trabuco, tío Trabuco. (Se acerca a él y le despierta.)
TÍO TRABUCO ¡Malo!... ¿Me quiere usted dejar en paz?
ESTUDIANTE Vamos, dígame usted, ¿esa persona cómo viene en el mulo, a mujeriegas o a horcajadas?
TÍO TRABUCO ¡Ay qué sangre!... De cabeza.
ESTUDIANTE Y dígame usted, ¿de dónde salió usted esta mañana, de Posadas o de Palma?
TÍO TRABUCO Yo no sé sino que tarde o temprano voy al cielo.
ESTUDIANTE ¿Por qué?
TÍO TRABUCO Porque ya me tiene usted en el purgatorio.
ESTUDIANTE (Se ríe.) ¡Ah, ah, ah!... ¿Y va usted a Extremadura?
TÍO TRABUCO (Se levanta, recoge sus jalmas y se va con ellas muy enfadado.) No señor; a la caballeriza, huyendo de usted, y a dormir con mis mulos, que no saben latín, ni son bachilleres.
ESTUDIANTE (Se ríe.) ¡Ah, ah, ah, ah! Se atufó... Hola, Pepa, salerosa, ¿y no has visto tú al escondido?
MOZA Por la espalda.
ESTUDIANTE ¿Y en qué cuarto está?
MOZA (Señala la primera puerta de la derecha.) En ese...
ESTUDIANTE Pues ya que es lampiño, vamos a pintarle unos bigotes con tizne... Y cuando se despierte por la mañana reiremos un poco. (Se tizna los dedos y va hacia el cuarto.)
ALGUNOS Sí... sí.
MESONERO No, no.
ALCALDE (Con gravedad.) Señor estudiante, no lo permitiré yo, pues debo proteger a los forasteros que llegan a esta villa, y administrarles justicia como a los naturales de ella.
ESTUDIANTE No lo dije por tanto, señor alcalde...
ALCALDE Yo sí. Yo no fuera malo saber quién es el señor licenciado, de dónde viene y adónde va, pues parece algo alegre de cascos.
ESTUDIANTE Si la justicia me lo pregunta de burlas o de veras, no hay inconveniente en decirlo, que aquí se juega limpio. Soy el bachiller Pereda, graduado por Salamanca, in utroque, y hace ocho años que curso sus escuelas, aunque pobre, con honra, y no sin fama. Salí de allí hace más de un año, acompañando a mi amigo y protector el señor licenciado Vargas, y fuimos a Sevilla, a vengar la muerte de su padre el marqués de Calatrava, y a indagar el paradero de su hermana, que se escapó con el matador. Pasamos allí algunos meses, donde también estuvo su hermano mayor, el actual marqués, que es oficial de Guardias. Y como no lograron su propósito, se separaron jurando venganza. Y el licenciado y yo nos vinimos a Córdoba, donde dijeron que estaba la hermana. Pero no la hallamos tampoco, y allí supimos que había muerto en la refriega que armaron los criados del marqués, la noche de su muerte, con los del robador y asesino, y que éste se había vuelto a América. Con lo que marchamos a Cádiz, donde mi protector, el licenciado Vargas, se ha embarcado para buscar allá al enemigo de su familia. Y yo me vuelvo a mi universidad a desquitar el tiempo perdido, y a continuar mis estudios; con los que, y la ayuda de Dios, puede ser que me vea algún día gobernador del Consejo o arzobispo de Sevilla.
ALCALDE Humos tiene el señor bachiller, y ya basta; pues se ve en su porte y buena explicación que es hombre de bien, y que dice verdad.
MESONERA Dígame usted, señor estudiante, ¿y qué, mataron a ese marqués?
ESTUDIANTE Sí.
MESONERA ¿Y lo mató el amante de su hija y luego la robó?... ¡Ay! Cuéntenos su merced esa historia, que será muy divertida: cuéntela su merced...
MESONERO ¿Quién te mete a ti en saber vidas ajenas? ¡Maldita sea tu curiosidad! Pues que ya hemos cenado, demos gracias a Dios, y a recogerse. (Se ponen todos en pie, y se quitan el sombrero como que rezan.) Eh, buenas noches; cada mochuelo a su olivo.
ALCALDE Buenas noches, y que haya juicio y silencio.
ESTUDIANTE Pues me voy a mi cuarto. (Se va a meter en el del viajero incógnito.)
MESONERO Hola, no es ése, el de más allá.
ESTUDIANTE Me equivoqué.

(Vanse EL ALCALDE y LOS LUGAREÑOS; entra EL ESTUDIANTE en su cuarto; LA MOZA, EL ARRIERO y LA MESONERA retiran la mesa y bancos, dejando la escena desembarazada. EL MESONERO se acerca al hogar, y queda todo en silencio y solos EL MESONERO y LA MESONERA.)

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MESONERO Colasa, para medrar

en nuestro oficio, es forzoso
que haya en la casa reposo,
y a ninguno incomodar.
Nunca meterse a oliscar
quiénes los huéspedes son.
No gastar conversación
con cuantos llegan aquí.
Servir bien, decir no o sí.
cobrar la mosca, y chitón.

MESONERA No, por mí no lo dirás,

bien sabes que callar sé.
Al bachiller pregunté...

MESONERO Pues esto estuvo de más.
MESONERA También ahora extrañarás

que entre en ese cuarto a ver
si el huésped ha menester
alguna cosa, marido,
pues es, sí, lo he conocido,
una afligida mujer.
(Toma un candil y entra la mesonera
muy recatadamente en el cuarto.)

MESONERO Entra, que entrar es razón,

aunque temo a la verdad
que vas por curiosidad,
más bien que por compasión.

MESONERA . (Saliendo muy asustada.)

¡Ay Dios mío! Vengo muerta;
desapareció la dama;
nadie he encontrado en la cama,
y está la ventana abierta.

MESONERO ¿Cómo? ¿Cómo?... Ya lo sé...

La ventana al campo da,
y como tan baja está,
sin gran trabajo se fue.
(Andando hacia el cuarto donde entró
la mujer, quedándose él a la puerta.)

Quiera Dios no haya cargado
con la colcha nueva.

MESONERA (Dentro.) Nada,

todo está aquí... ¡desdichada!
hasta dinero ha dejado...
Sí, sobre la mesa un duro.

MESONERO Vaya entonces en buena hora.
MESONERA (Saliendo a la escena.)

No hay duda, es una señora,
que se encuentra en grande apuro.

MESONERO Pues con bien la lleve Dios,

y vámonos a acostar,
y mañana no charlar,
que esto quede entre los dos.
Echa un cuarto en el cepillo
de la ánimas, mujer,
y el duro véngame a ver;
échamelo en el bolsillo.

El teatro representa una plataforma en la ladera de una áspera montaña. A la izquierda precipicios y derrumbaderos. Al frente, un profundo valle atravesado por un riachuelo, en cuya margen se ve a lo lejos la villa de Hornachuelos, terminando el fondo en altas montañas. A la derecha, la fachada del convento de los Ángeles, de pobre y humilde arquitectura. La gran puerta de la iglesia cerrada, pero practicable, y sobre ella una claraboya de medio punto por donde se verá el resplandor de las luces interiores; más hacia el proscenio, la puerta de la portería, también practicable y cerrada; en medio de ella una mirilla o gatera que se abre y se cierra, y al lado el cordón de una campanilla. En medio de la escena habrá una gran Cruz de piedra tosca y corroída por el tiempo, puesta sobre cuatro gradas que puedan servir de asiento. Estará todo iluminado por una luna clarísima. Se oirá dentro de la iglesia el órgano, y cantar maitines al coro de los frailes, y saldrá como subiendo por la izquierda DOÑA LEONOR muy fatigada y vestida de hombre con un gabán de mangas, sombrero gacho y botines


DOÑA LEONOR Sí...ya llegué... Dios mío,

gracias os doy rendida.
(Arrodíllase al ver el convento.)
En ti, Virgen Santísima confío;
sed el amparo de mi amarga vida.
Este refugio es sólo
el que puedo tener de polo a polo. (Álzase.)
No me queda en la tierra
más asilo y resguardo
que los áridos riscos de esta sierra:
en ella estoy... ¿Aún tiemblo y me acobardo?...
(Mira hacia el sitio por donde ha venido.)
¡Ah!... nadie me ha seguido.
Ni mi fuga veloz notada ha sido.
... No me engañé, la horrenda historia mía
escuché referir en la posada...
¿Y quién, cielos, sería,
aquel que la contó? ¡Desventurada!
Amigo dijo ser de mis hermanos...
¡Oh cielos soberanos!...
¿Voy a ser descubierta?
Estoy de miedo y de cansancio muerta.
(Se sienta mirando en rededor y luego al cielo)
¡Qué asperezas! ¡Qué hermosa y clara luna!
¡La misma que hace un año
vio la mudanza atroz de mi fortuna,
y abrirse los infiernos en mi daño!!!
(Pausa larga.)
No fue ilusión... aquel que de mí hablaba
dijo que navegaba
don Álvaro, buscando nuevamente
los apartados climas de Occidente.
¡Oh Dios! ¿Y será cierto?
Con bien arribe de su patria al puerto.
(Pausa.)
¿Y no murió la noche desastrada
en que yo, yo... manchada
con la sangre infeliz del padre mío,
le seguí... le perdí?... ¿Y huye el impío?
¿Y huye el ingrato?... ¿Y huye y me abandona?
(Cae de rodillas.)
¡Oh Madre Santa de piedad! perdona,
perdona, le olvidé. Sí, es verdadera,
lo es mi resolución. Dios de bondades,
con penitencia austera,
lejos del mundo en estas soledades,
el furor espiaré de mis pasiones.
Piedad, piedad, Señor, no me abandones.
(Queda en silencio y como en profunda meditación
recostada en las gradas de la cruz,
y después de una larga pausa continúa:)

Los sublimes acentos de ese coro
de bienaventurados,
y los ecos pausados,
del órgano sonoro,
que cual de incienso vaporosa nube
al trono santo del eterno sube,
difunden en mi alma
bálsamo dulce de consuelo y calma.
(Se levanta resuelta.)
¿Qué me detengo pues?... corro al tranquilo...
corro al sagrado asilo...
(Va hacia el convento y se detiene.)
Mas ¿Cómo a tales horas?... ¡Ah!... no puedo
ya dilatarlo más, hiélame el miedo
de encontrarme aquí sola. En esa aldea
hay quien mi historia sabe.
En lo posible cabe
que descubierta con la aurora sea.
Este santo prelado
de mi resolución está informado,
y de mis infortunios... Nada temo.
Mi confesor de Córdoba hace días
que las desgracias mías
le escribió largamente
Sé de su caridad el noble extremo,
me acogerá indulgente.
¿Qué dudo, pues, qué dudo?...
Sed, o Virgen Santísima, mi escudo.
(Llega a la portería y toca la campanilla.)


Se abre la mirilla que está en la puerta, y por ella sale el resplandor de un farol que da de pronto en el rostro de DOÑA LEONOR, y ésta se retira como asustada. EL HERMANO MELITÓN habla toda esta escena dentro
H. MELITÓN ¿Quién es?
DOÑA LEONOR Una persona a quien interesa mucho, mucho, ver al instante al reverendo P. Guardián.
H. MELITÓN ¡Buena hora de ver al P. Guardián!... La noche está clara, y no será ningún caminante perdido. Si viene a ganar el jubileo, a las cinco se abrirá la iglesia; vaya con Dios; él le ayude.
DOÑA LEONOR Hermano, llamad al P. Guardián. Por caridad.
H. MELITÓN ¡Qué caridad a estas horas! El P. Guardián está en el coro.
DOÑA LEONOR Traigo para su reverencia un recado muy urgente del P. Cleto, definidor del convento de Córdoba, quien ya le ha escrito sobre el asunto de que vengo a hablarle.
H. MELITÓN ¡Hola!... ¿del P. Cleto el definidor del convento de Córdoba? Eso es distinto... iré, iré a decírselo al P. Guardián. Pero dígame, hijo, ¿el recado y la carta son sobre aquel asunto con el P. General, que está pendiente allá en Madrid?...
DOÑA LEONOR Es una cosa muy interesante.
H. MELITÓN ¿Pero para quién?
DOÑA LEONOR Para la criatura más infeliz del mundo.
H. MELITÓN ¡Mala recomendación!... Pero bueno; abriré la portería, aunque es contra regla, para que entréis a esperar.
DOÑA LEONOR No, no, no puedo entrar... ¡Jesús!!!
H. MELITÓN Bendito sea su santo nombre... ¿Pero sois algún excomulgado?... Si no es cosa rara preferir el esperar al raso. En fin, voy a dar el recado, que probablemente no tendrá respuesta. Si no vuelvo, buenas noches, ahí a la bajadita está la villa, y hay un buen mesón. El de la tía Colasa.

(Ciérrase la ventanilla, y DOÑA LEONOR queda muy abatida.)

DOÑA LEONOR ¿Será tan negra y dura

mi suerte miserable,
que este santo prelado
socorro y protección no quiera darme?
La rígida aspereza
y las dificultades
que ha mostrado el portero
me pasmas de terror, hielan mi sangre.
Mas no, si da el aviso
al reverendo Padre,
y éste es tan docto y bueno
cual dicen todos, volará a ampararme.
O Soberana Virgen,
de desdichados Madre:
su corazón ablanda
para que venga pronto a consolarme.


(Queda en silencio: da la una el reloj
del convento: se abre la portería, en la
que aparecen el P. GUARDIÁN y el H. MELITÓN
con un farol: éste se queda en la puerta
y aquél sale a la escena.)

DOÑA LEONOR, EL P. GUARDIÁN, EL H. MELITÓN


P. GUARDIÁN ¿El que me busca quién es?
DOÑA LEONOR Yo soy, Padre, qué quería...
P. GUARDIÁN Ya se abrió la portería;

entrad en el claustro, pues.

DOÑA LEONOR (Muy sobresaltada.)

¡Ah!... imposible; padre, no.

P. GUARDIÁN ¡Imposible!... ¿Qué decís?...
DOÑA LEONOR Si que os hable permitís,

aquí sólo puedo yo.

P. GUARDIÁN Si os envía el padre Cleto,

hablad, que es mi grande amigo.

DOÑA LEONOR Padre, que sea sin testigo,

porque me importa el secreto.

P. GUARDIÁN ¿Y quién?...Mas ya os entendí.

Retiraos, fray Melitón,
y encajad ese portón;
dejadnos solos aquí.

H. MELITÓN ¿No lo dije? Secretitos

Los misterios ellos solos,
que los demás somos bolos
para estos santos benditos.

P. GUARDIÁN ¿Qué murmura?
H. MELITÓN Que está tan

premiosa esta puerta... y luego...

P. GUARDIÁN Obedezca, hermano lego.
H. MELITÓN Ya me la echó de guardián.


(Ciérrase la puerta y vase.)

DOÑA LEONOR, EL P. GUARDIÁN


P. GUARDIÁN (Acercándose a Leonor)

Ya estamos, hermano, solos.
¿Mas por qué tanto misterio?
¿No fuera más conveniente
que entrarais en el convento?
¿No sé qué pueda impedirlo?...
entrad, pues, que yo os lo ruego;
entrad, subid a mi celda;
tomaréis un refrigerio,
y después...

DOÑA LEONOR No, Padre mío,
P. GUARDIÁN ¿Qué os horroriza?... no entiendo...
DOÑA LEONOR (Muy abatida.) Soy una infeliz mujer.
P. GUARDIÁN (Asustado.)

¡Una mujer!... ¡Santo cielo!
¡Una mujer!... a estas horas,
en este sitio... ¿qué es esto?

DOÑA LEONOR Una mujer infeliz,

maldición del universo,
que a vuestras plantas rendida
(Se arrodilla.)
os pide amparo y remedio,
pues vos podéis libertarla
de este mundo y del infierno.

P. GUARDIÁN Señora, alzad. Que son grandes (La levanta.)

vuestros infortunios creo
cuando os miro en este sitio,
y escucho tales lamentos.
¿Pero qué apoyo, decidme,
qué amparo prestaros puedo
yo, un humilde religioso
encerrado en estos yermos?

DOÑA LEONOR No habéis: Padre, recibido

la carta que el Padre Cleto...

P. GUARDIÁN (Recapacitando.)

¿El Padre Cleto os envía?

DOÑA LEONOR A vos, cual solo remedio

de todos mis infortunios;
si benignos los intentos
que a estos montes me conducen
permitís tengan efecto.

P. GUARDIÁN (Sorprendido.)

¿Sois doña Leonor de Vargas?...
¿Sois por dicha?... ¡Dios eterno!

DOÑA LEONOR . (Abatida.) ¡Os horroriza el mirarme!
P. GUARDIÁN (Afectuoso.) No, hija mía, no por cierto.

Ni permita Dios que nunca
tan duro sea mi pecho
que a los desgraciados niegue
la compasión y el respeto.

DOÑA LEONOR ¡Yo lo soy tanto!
P. GUARDIÁN Señora,

vuestra agitación comprendo.
No es extraño, no. Seguidme,
venid. Sentaos un momento
al pie de esta cruz; su sombra
os dará fuerza y consuelos.
(Lleva el P. GUARDIÁN a DOÑA LEONOR,
y se sientan ambos al pie de la cruz.)

DOÑA LEONOR ¡No me abandonéis! Oh, Padre.
P. GUARDIÁN No, jamás; contad conmigo.
DOÑA LEONOR De este santo monasterio

desde que el término piso,
más tranquila tengo el alma,
con más libertad respiro.
Ya no me cercan, cual hace
un año, que hoy se ha cumplido,
los espectros y fantasmas
que siempre enredor he visto.
Ya no me sigue la sombra
sangrienta del padre mío,
ni escucho sus maldiciones,
ni su horrenda herida miro,
ni...

P. GUARDIÁN ¡Oh! no lo dudo, hija mía;

Libre estáis en este sitio
de esas vanas ilusiones,
aborto de los abismos.
Las insidias del demonio,
las sombras a que da brío,
para conturbar al hombre,
no tienen aquí dominio.

DOÑA LEONOR Por eso aquí busco ansiosa

dulce consuelo y auxilio,
y de la Reina del cielo
bajo el regio manto abrigo

P. GUARDIÁN Vamos despacio, hija mía:

el Padre Cleto me ha escrito
la resolución tremenda
que al desierto os ha traído:
pero no basta.

DOÑA LEONOR Si basta;

es inmutable... lo fío.
es inmutable.

P. GUARDIÁN ¡Hija mía!
DOÑA LEONOR Vengo resuelta, lo he dicho,

a sepultarme por siempre
en la tumba de estos riscos.

P. GUARDIÁN ¡Cómo!...
DOÑA LEONOR ¿Seré la primera?...

No lo seré, Padre mío.
Mi confesor me ha informado
de que en este santo sitio,
otra mujer infeliz
vivió muerta para el siglo.
Resuelta a seguir su ejemplo
vengo en busca de su asilo:
dármelo sin duda puede
la gruta que la dio abrigo,
vos la protección y amparo
que para ello necesito,
y la Soberana Virgen
su santa gracia y su auxilio.

P. GUARDIÁN No os engañó el Padre Cleto,

pues diez años ha vivido
una santa penitente
en este yermo tranquilo,
de los hombres ignorada,
de penitencias prodigio.
En nuestra iglesia sus restos
están, y yo los estimo
como la joya más rica
de esta casa, que aunque indigno
gobierno, en el santo nombre
de mi Padre San Francisco.
La gruta que fue su albergue,
y a que reparos precisos
se le hicieron, está cerca
en ese hondo precipicio.
Aún existen en su seno
los humildes utensilios
que usó la santa; a su lado
un arroyo cristalino
brota apacible...

DOÑA LEONOR Al momento

llevadme allá, Padre mío.

P. GUARDIÁN ¡Oh, doña Leonor de Vargas!

¿Insistís?

DOÑA LEONOR Sí, Padre, insisto.

Dios me manda...

P. GUARDIÁN Raras veces

Dios tan grandes sacrificios
exige de los mortales.
Y, ¡ay de aquel que de un delirio
en el momento, hija mía,
tal vez se engaña a sí mismo!
Todas las tribulaciones
de este mundo fugitivo,
son, señora, pasajeras;
al cabo encuentran alivio.
Y al Dios de bondad se sirve,
y se le aplaca lo mismo
en el claustro, en el desierto,
de la corte en el bullicio,
cuando se le entrega el alma
con fe viva y pecho limpio.

DOÑA LEONOR No es un acaloramiento,

no un instante de delirio
quien me sugirió la idea
que a buscaros me ha traído.
Desengaños de este mundo,
y un año ¡ay Dios! de suplicios,
de largas meditaciones,
de continuados peligros,
de atroces remordimientos,
de reflexiones conmigo,
mi intención han madurado
y esfuerzo me han concedido
para hacer voto solemne
de morir en este sitio.
Mi confesor venerable,
que ya mi historia os ha escrito,
el Padre Cleto, a quien todos
llaman santo, y con motivo,
mi resolución aprueba;
aunque cual vos al principio
trató de desvanecerla
con sus doctos raciocinios:
y a vuestras plantas me envía
para que me deis auxilio.
No me abandonéis, oh Padre,
por el cielo os lo suplico;
mi resolución es firme,
mi voto inmutable y fijo,
y no hay fuerza en este mundo
que me saque de estos riscos.

P. GUARDIÁN Sois muy joven, hija mía;

¿quién lo que el cielo propicio
aún nos puede guardar sabe?

DOÑA LEONOR Renunció a todo, lo he dicho.
P. GUARDIÁN Acaso aquel caballero...
DOÑA LEONOR ¿Qué pronuncias?... ¡Oh martirio!

Aunque inocente, manchado
con sangre del padre mío
está, y nunca, nunca...

P. GUARDIÁN Entiendo.

Mas de vuestra casa el brillo.
Vuestros hermanos...

DOÑA LEONOR Mi muerte

sólo anhelan vengativos.

P. GUARDIÁN ¿Y la bondadosa tía

que en Córdoba os ha tenido
un año oculta?

DOÑA LEONOR No puedo

sin ponerla en compromiso,
abusar de sus bondades.

P. GUARDIÁN Y qué, ¿más seguro asilo

no fuera, y más conveniente,
con las esposas de Cristo,
en un convento?...

DOÑA LEONOR No, Padre;

son tantos los requisitos
que para entrar en el claustro
se exigen... y... ¡oh! no, Dios mío,
aunque me encuentro inocente,
no puedo, tiemblo al decirlo,
vivir sino donde nadie
viva y converse conmigo.
Mi desgracia en toda España
suena de modo distinto,
y una alusión, una seña,
una mirada, suplicios
pudieran ser que me hundieran
del despecho en el abismo.
No, Jamás... Aquí, aquí sólo;
si no me acogéis benigno,
piedad pediré a las fieras
que habitan en estos riscos,
alimento a estas montañas,
vivienda a estos precipicios.
No salgo de este desierto;
una voz hiere mi oído,
voz del cielo que me dice:
aquí, aquí; y aquí respiro.
(Se abraza con la cruz.)
No, no habrá fuerzas humanas
que me arranquen de este sitio.

P. GUARDIÁN (Levantándose y aparte.)

¡Será verdad, Dios eterno!
¿Será tan grande y tan alta
la protección que concede
vuestra Madre Soberana
a mí, pecador indigno,
que cuando soy de esta casa
humilde prelado, venga
con resolución tan santa
otra mujer penitente
a ser luz de estas montañas?
¡Bendito seáis, Dios eterno,
cuya omnipotencia narran
esos cielos estrellados,
escabel de vuestras plantas!
¿Vuestra vocación es firme...?
¿Sois tan bienaventurada?...

DOÑA LEONOR Es inmutable, y cumplirla

la voz del cielo me manda.

P. GUARDIÁN Sea pues, bajo el amparo

de la Virgen Soberana.
(Extiende una mano sobre ella.)

DOÑA LEONOR (Arrojándose a las plantas del P. GUARDIÁN.)

¿Me acogéis?... ¡Oh Dios!... ¡Oh dicha!
¡Cuán feliz vuestras palabras
me hacen en este momento!...

P. GUARDIÁN (Levantándola.)

Dad a la Virgen las gracias.
Ella es quien asilo os presta
a la sombra de su casa.
No yo, pecador protervo,
vil gusano, tierra, nada. (Pausa.)

DOÑA LEONOR Y vos, tan sólo vos, o padre mío,

sabréis que habito en estas asperezas,
no otro ningún mortal.

P. GUARDIÁN Yo solamente

sabré quién sois. Pero que avise es fuerza
a la comunidad de que la ermita
está ocupada, y de que vive en ella
una persona penitente. Y nadie,
bajo precepto santo de obediencia,
osará aproximarse de cien pasos,
ni menos penetrar la humilde cerca
que a gran distancia la circunda en torno.
La mujer santa, antecesora vuestra,
sólo fue conocida del prelado,
también mi antecesor. Que mujer era
lo supieron los otros religiosos
cuando se celebraron sus exequias.
Ni yo jamás he de volver a veros:
cada semana, sí, con gran reserva,
yo mismo os dejaré junto a la fuente
la escasa provisión: de recogerla
cuidaréis vos... Una pequeña esquila,
que está sobre la puerta con su cuerda,
calando a lo interior, tocaréis sólo
de un gran peligro en la ocasión extrema,
o en la hora de la muerte. Su sonido,
a mí, o al que cual yo prelado sea,
avisará, y espiritual socorro
jamás os faltará... No, nada tema.
La Virgen de los Ángeles os cubre
con su manto, será vuestra defensa
el ángel del Señor.

DOÑA LEONOR Mas mis hermanos...

o bandidos tal vez...

P. GUARDIÁN ¿Y quién pudiera

atreverse, hija mía, sin que al punto
sobre él tronara la venganza eterna?
Cuando vivió la penitente antigua
en este mismo sitio, adonde os lleva
gracia especial del brazo omnipotente,
tres malhechores con audacia ciega
llegar quisieron al albergue santo;
al momento una horrísona tormenta
se alzó, enlutando el indignado cielo,
y un rayo desprendido de la esfera
hizo ceniza a dos de los bandidos,
y el tercero, temblando, a nuestra iglesia
acogióse, vistió el escapulario
abrazando contrito nuestra regla,
y murió a los dos meses.

DOÑA LEONOR Bien: ¡oh Padre!

pues que encontré donde esconderme pueda
a los ojos del mundo, conducidme,
sin tardanza llevadme...

P. GUARDIÁN Al punto sea,

que ya la luz del alba se avecina.
Mas antes entraremos en la iglesia;
recibiréis mi absolución, y luego
el pan de vida y de salud eterna.
Vestiréis el sayal de San Francisco,
y os daré avisos que importaros puedan
para la santa y penitente vida,
a que con gloria tanta estáis resuelta.

P. GUARDIÁN ¡Hola!... Hermano Melitón.

¡Hola!... despierte le digo;
de la iglesia abra el postigo.

H. MELITÓN (Dentro.) Pues qué, ¿ya las cinco son?...

(Sale bostezando.)
Apostaré a que no han dado. (Bosteza.)

P. GUARDIÁN La iglesia abra.
H. MELITÓN No es de día.
P. GUARDIÁN ¿Replica?... Por vida mía...
H. MELITÓN ¿Yo?... en mi vida he replicado.

Bien podía el penitente
hasta las cinco esperar;
difícil será encontrar
un pecador tan urgente.
(Vase y en seguida se oye descorrer
el cerrojo de la puerta de la
iglesia, y se la ve abrirse lentamente).

P. GUARDIÁN (Conduciendo a Leonor hacia la iglesia.)

Vamos al punto, vamos;
en la casa de Dios, hermana, entremos,
su nombre bendigamos,
en su misericordia confiemos.

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA