Segundo Huarpe...

Firmado con este pseudónimo recibí cierto día un libro amablemente dedicado. Se titulaba "Medicina de Agujeros", y para explicar la denominación decía por ahí uno de sus personajes:

"Llamo yo medicina de agujeros a esa medicina que se practica con cierto desgano, con un relativo fastidio, con una cierta ansia de otra cosa, con un desengaño irremediable; y que se ejerce sin lecturas que sobren, sin consagración exclusiva; una medicina de enfermos para curar, con pocas dudas, para que haya pocos agujeros que tapar. Estos médicos que se hastían en el eterno camino de un solo pensar, de un solo hacer, son los médicos literatos, los médicos pintores, los médicos escultores, los médicos músicos, los médicos poetas, los médicos "que no sirven". Hombres que tienen demasiada sensibilidad para las ingratitudes y demasiada sensibilidad para el dolor ajeno; individuos que truccan una cuenta por un afecto; cándidos de la verdad de la vida... Esos desviados de la profesión, son los que llegaron tarde a una consulta porque en el andar dieron con una obra de arte que les embelesó, u oyeron una sonata que les produjo encanto, o escucharon la triste historia de un amigo; son gentes que se sientan en un banco soleado de una plaza con un libro de Musset"...

Empecé a leer "Medicina de Agujeros" con curiosidad. La curiosidad convirtióse a poco en interés y con la última página terminó en franco agrado. Algo de moliercseo tenía en su espíritu aquel libro. No era, en apariencia, sino una serie de ecroquis y relatos escritos por una pluma jocunda y retozona; pero en su esencia venía a resultar un verdadero proceso contra los médicos, contra la petulancia de su saber, contra el solemne empaque de los simuladores que con frecuencia medran cínicamente a expensas del dolor ajeno, contra el industrialismo profesional, en fin. A veces el autor se aplicaba a sí mismo sus flagelantes burlas, que de tal modo cobraban más risueña eficacia. Con tono jovial, sin recurrir a la diatriba, Segundo Huarpe desenmascaraba, implacable y vengador, el modus operandi de sus colegas. Y sus sonrientes sátiras alcanzaban por niomentos una eficiencia digna del Bernard Shaw de "El dilema del doctor."

No había allí malevolencia ni amargura. Lo que había era escepticismo, discreta zumba, chanza acidulada que no llegaba jamás hasta el sarcasmo. Y por sobre todo ello, una especie de bondad desencantada y nostálgica, sostenida por un robusto idealismo. Quien había escrito aquello no era un panfletario: cra un humorista. Uno de csos humoristas que moralizan al lector jubilosamente, que ríen para no llorar como el personaje de Beaumarchais, y que a través de sus holgorios dejan entrever, no encono ni desdén, sino enternecimiento por la flaqueza humana. Me eautivó también el libro aquel, por los esbozos de tipos, por la rápida pintura de ambientes y costumbres que, a lo largo de los capítulos, había ido trazando el autor con rasgos vívidos, aunque fragmentarios y dispersos. Me encontraba sin duda en presencia de un escritor original a pesar de su estilo un tanto desmañado y tropezoso.

Quise saber quien era Segundo Huarpe, y me costó poco averiguarlo. Era un escritor sanjuanino: el Doctor Narciso S. Mallea, descendiente de cierto alférez real que pasó de Chile al país de Cuyo allá por el año de 1570, y casó — según cuenta Sarmiento en sus Recuerdos de Provincia — con la hija del cacique de Angaco. Se trataba pues de un Huarpe de auténtica prosapia, que reivindicaba altivamente en su pseudónimo la procedencia indígena. Supe además, que el Dr. Mallea había sido por largos años político y periodista militante en la provincia de Buenos Aires, en donde ejerció su profesión con probidad y brillo; que había viajado por Europa y escrito libros: de carácter científico algunos, como los "Bosquejos de algunos médicos italianos y sus clínicas"; de índole política otros, como "El maquiavelismo de El Presidente". Supe que ya sur le tard establecido en la capital para atender a la educación de sus hijos, y retirado de toda acción, dedicaba los vagares de su fuerte madurez a cultivar la literatura, hacia la cual lo inclinó siempre incoercible vocación. Supe en fin, cuando me fué dado conocerle en persona, que de su antepasado el fijodalgo español D. Juan Eugenio de Mallea, había heredado los modos caballerescos y el porte señoril, mientras que de la princesa Huarpe le venía, a través de las generaciones, un férvido amor por la tierra maternal.

He aquí que Segundo Huarpe nos ofrece en este volumen una docena de "cuentos cortos" de índole diversa: nuevo y sabroso fruto de sus devociones literarias. No se encontrará en él la unidad que le prestaba a "Medicina de Agujeros" un sentido moral no escaso de hondura, y al cual confluían, como hacia una corriente interna, todos los elementos espirituales — observación, emoción, designio crítico — diseminados por las páginas del libro. Pero estos "Cuentos Cortos" ganan en amenidad artística, lo que, comparados a "Medicina de Agujeros", puedan perder en significación pensante.

Enunciar su título es definirlos. Se trata de relatos breves, en los que el autor — narrador excelente — vuelve a recrearnos con su jovialidad imperturbable. Sírvenle para ello los más desemejantes argumentos: una evocación chinesca cuyo protagonista se deja cortar la cabeza antes que hablar, y muere predicando con el hecho la virtud del silencio; un caso de psicología morbosa personificado en un zángano alcoholista y frívolo; un chascarrillo de rueda que describe la irrisoria pesadilla de cierto fraile glotón; una fábula de nodriza, reflejo de la obsesionante alucinación de una mujer de "tres caras"; un croquis de ambiente, de personajes, y hasta de un familiar caballo de campaña, trazado con bonachona malicia. Hállanse también en este libro el cuento extraño, como aquel de la mujer enamorada de un ave, que recuerda a Leda, y el cuento provinciano que reconstruye con palpitante realidad, aspectos de la existencia mediterránea. Uno de estos últimos, "La Pichona", tiene la ligera emoción y la fuerza evocadora de una remembranza infantil. Otros, como "El loco Castro", están inspirados en tradicionales consejos del folk-lore sanjuanino, y cobran, por lo mismo, un sabor genuino de leyenda popular.

Cuentos, fábulas, leyendas, consejos... Bajo su forma sencilla, algunas veces ingénua, en ocasiones conmovida, casi siempre refocilada y traviesa, estas historias, agregadas a "Medicina de Agujeros" vienen a definir una interesante figura literaria. Repitámoslo para concluir: hay en Segundo Huarpe un escritor original. Su imaginación y su ingenio, su arte de relatar, su independencia de juicio, su sano y espontáneo buen humor, su generoso idealismo en fin, le confieren esta dignidad rara en las letras nacionales: una individualidad.

Juzga por ti mismo, lector.