Correspondencia del Duende

Correspondencia del Duende
de Mariano José de Larra



Señor Duende:

Aunque ignoro quién seáis y qué clase de espíritu y de qué punto habéis salido, como tenéis al frente un redactor que sin duda os comunicará lo que se os escriba, no tengo dificultad en atreverme a manifestaros por su conducto el gozo que me ha cabido de ver que hay un ente que osa despreciar cuanto puede acaecerle por criticar lo que es risible.

Soy un hombre que también tengo mis puntas y collar de buen humor; soy de muy buen reír, y espero que no desairaréis algunas observaciones que me tomaré la libertad de haceros, aunque supongo que tal vez pensaréis en ellas.

Bueno es que critiquéis las obras malas; pero habiendo tanto que criticar en Madrid, ¿se quedarán otras mil cosas que no pertenecen a la literatura sin el correspondiente varapalo, que merecen?

Por ejemplo: yo creí que en vuestro primer cuaderno ya nos hablaríais de cosas más al alcance de todos. Criticad, señor Duende, las fondas de Madrid, los cafés, etc., las casas públicas. ¿Por qué no había de haber en una capital fondas decentes donde comer a gusto y con finura, y no que todas parecen casas donde se gisa de comer? Si se habla de cafés, no hay uno bueno: habitaciones que se hicieron para todo menos para café, ahogadas y mezquinas, frías como neveras en el invierno, pudiendo tener a poca costa una estufa siquiera. Y en todos no saben salir de mesas de pino pintadas, que no las habría peores en una taberna; cuya pintura se pega a los vestidos, sucediendo otro tanto con las sillas; y, para prueba de cómo adelantamos, uno solo que había con mesas más limpias, ha desaparecido para embeberse en una fonda refundida, en que creímos todos los gastrónomos hallar innovaciones de mérito y de gusto; pero nada de eso: nos han añadido una porción de ridiculeces que antes no teníamos aún. ¿Qué es aquello de llamar a las diversas piezas de comer Marco Antonio, Cleopatra, Viena, Zaragoza, Venecia, Embajador chico y grande? ¡Habrá ocurrencia singular! ¿Si querrán hacer de una fonda un pequeño epítome de historia o un diccionario biográfico? Si siquiera hubieran puesto algún cuadro que representase la mesa opípara de un Elio-Gábalo1, con su nombre como para presidir al buen gusto, al lujo y profusión de la comida, convengo en que no era salirse de camino; y confieso, que cuando vi todo aquel aparato histórico sospeché que me iban a dar una comida muy erudita y llena de alusiones históricas y rasgos filosóficos; pero nada de eso: me la dieron tan prosaica y vulgar como en las demás fondas. En vano miré la lista por ver si personas que inventaban nombres tan ajustados a las cosas habrían mudado el tecnicismo gastronómico galo-hispano que tenemos, para poner a los manjares nombres españoles sacados de nuestros autores clásicos, del Mariana o del Antillón; pero me encontré todavía con los cornisones, los purés, las chuletas a la papillote, las manos a la vinagret, el salmin de chochas, el hígado salteado, etc., y se me cayó el alma a los pies viendo que era preciso resignarse a seguir comiendo en extranjero. ¡Nada de nombres nuevos! Paciencia. No siempre han de venir los nombres a las cosas. Ahí están las lonjas de ultramarinos, donde creo que lo que menos se vende es de ultramar, y ahí está Lorencini, donde existe el letrero de botillería y la muestra de pasteles.

Sólo una fonda ha habido, y para eso ya no es, en que el nombre conviniese con el objeto, y era la del Grande Océano. Efectivamente, un día sólo que me metí en ella a comer tuve para mucho tiempo que arrepentirme de haberme engolfado tan imprudentemente y sin saber nadar en un plato decorado a la aguada, de que me vi negro para salir, sin tener siquiera una tajada a que agarrarme para ponerme en tierra firme.

A propósito: criticad los manjares, sobre todo aquel engrudo llamado crema, de que no saben salir en todo el año; aquella execrable mostaza hecha a fuerza de vinagre; aquel cocido insípido y asqueroso, y, lo que es peor, aquel sacar los mozos los cubiertos del bolsillo, donde los tienen confundidos con las puntas de los cigarros o donde participan de elementos aún peores.

Hablad un poco de las novedades que se notan en los cafés cuando se entra en ellos (como en el de Venecia) y se ven las mesas cubiertas de palurdos, que también toman su café como unas personas. ¡Oh siglo de las luces! ¿Cuándo se veía antes un lugareño tomando café? Efecto de la ilustración. Allí arreglan la Europa, toman la Gaceta, hacen como que leen, hablan alto, y dando porrazos para adquirirse la importancia que nadie les da, mandan a menudo a los mozos, y si os acercáis los veréis decir cada uno:

-Si yo fuera ministro, si yo fuera rey, otra cosa andaría; había de hacer y acontecer.

De allí salen y van en derechura desde su congreso a arreglar las enjalmas de sus borricos, que trajeron cargados de paja, para volverse a su lugar, donde, si vais, veréis a estos ministros, que se creen con más talento que un Floridablanca, empezar a palos con sus mujeres, y dirigir pésimamente a sus hijos, que no saben arreglar ni enseñar a leer y escribir; y si os familiarizáis más con ellos, os darán pruebas convincentes de su ilustración, que podréis criticar en algún cuaderno.

Allí al lado pasean todo el día la plazuela de Santa Ana los innumerables representantes de la legua que vienen en la Cuaresma a hacer oposición a las plazas de farsantes y que riñen sobre si han de hacer un día de reyes y otro de pordioseros en Madrid o en Alcalá, como si todos los parajes del mundo no fueran tan buenos unos como otros para hacer los tontos.

Divididos de Venecia por esta valla existen a dos varas los concurrentes a la Nicolasa. Criticad también, etc. Pero no critiquéis nada. Pasad de largo: no todo se puede criticar.

A propósito: quiero daros un aviso: hablando de vuestras diabluras no ha mucho, se quejaba cierto sujeto de que habían criticado a un poeta emparentado con un señor ayuda de cámara de importancia. No pude menos de decirle que sin duda repararíais la ofensa, declarando seriamente, bajo palabra de honor de Duende, que sería muy bueno para ayuda de cámara, pero que eso no se opone a que sus parientes fuesen malos poetas.

¿No os parece que dije bien? Pues, a pesar de eso, hubo quien dijo que esas chanzas salían a la cara.

Con que os lo aviso, señor Duende, y, por lo tanto, sería bueno que criticaseis cosas indiferentes. Os aprecio, y creo que no será ésta la última carta si hacéis de ella la estimación que espera quien se ofrece muy suyo.

H. W.