Contra valor no hay desdicha/Acto II

Acto I
Contra valor no hay desdicha
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

El REY, ARPAGO y acompañamiento.
REY:

  ¿Tan obediente ha llegado,
Arpago, el fingido rey?

ARPAGO:

Merece, por justa ley,
la muerte si está culpado;
  pero cuando a pensar llego
que esta villana invención
no ha sido conspiración,
sino sólo burla y juego,
  libre le siento de culpa,
y el venir sin resistencia
declara más su inocencia.

REY:

(Aparte.)
Mi temor no le disculpa.
  No me atrevo a declararme
con éste, porque he pensado
que le disculpa culpado
para volver a engañarme.
  No ha de penetrar mi intento
hasta que sepa si ha sido
cómplice en el rey fingido.

ARPAGO:

Algún grave pensamiento
  molesta al Rey con temor
de tales fingidos nombres.

REY:

(Aparte.)
Fue siempre el alma en los hombres
el adivino mejor.
  ¡Cuántos, por no haber creído
su divina profecía,
lloraron, cual yo la mía,
después de haber sucedido!
  Que cuando el temor en calma
tiene un pensamiento impreso,
se ve pintado, un suceso
en el espejo del alma.
  ¿Quién viene con él?

ARPAGO:

Su padre,
que allá tus ganados guarda.

REY:

Y ¿tiene madre?

ARPAGO:

Lisarda
se llama, señor, su madre,
  labradora como él.

REY:

(Aparte.)
Diles que entren.

(Vase ARPAGO.)


REY:

(Aparte.)
Vil temor
me oprime, porque en rigor
no siento malicia en él,
  pues padres tiene en su aldea,
tan rústicos labradores.

(ARPAGO, MITRÍDATES y BATO.)
CIRO:

(Aparte a MITRÍDATES.)
Padre, no temas ni llores.
Entra, y lo que fuere sea.

MITRÍDATES:

  (Aparte a él.)
¡Ay, Ciro! Temblando, voy.

ARPAGO:

Ya están, señor, a tus pies.

REY:

(A CIRO.)
¿Eres tú el rey?

CIRO:

¿No me ves?
Rey de los mancebos soy,
  que se juntan en mi aldea
a jugar y entretener;
porque, ¿cómo puede ser
que de otra manera sea?
  Es verdadera en ti solo,
gran señor, la majestad;
sólo tu imperio es verdad,
que, como en el cielo Apolo,
  eres único monarca,
cuya vida de justicia,
come al ave de Fenicia,
siempre respeta la Parca.
  Reina entre los animales
el león; el campo alegra
del aire el águila negra
con plumas y alas reales;
  el sol, en sus luces bellas
reina; la luna en la noche,
que de su argentado coche
son vasallos las estrellas;
  el delfín, en el rigor
del mar, que asombra a las naves;
y entre domésticas aves
el gallo, madrugador.

CIRO:

  De sierpes, naturaleza
al basilisco le dió
imperio, y así nació
coronada la cabeza;
  y porque las monarquías
del tiempo más claras vieses
mayo es el rey de los meses
y el jueves rey de los días;
  En las flores, el clavel,
y en las semillas, el trigo,
y el tiempo, de cuanto digo,
porque está sujeto a él.
  Reinan, con mucha razón,
de los humanos despojos,
en las facciones, los ojos,
y en el cuerpo, el corazón.
  De las pasiones mayores
rey quieren que el amor sea,
y yo también en mi aldea
soy rey de los labradores.

REY:

  (Aparte.)
¡Vive Júpiter sagrado,
que tanto a Mandane imita,
que tiene en el rostro escrita
la verdad de mi cuidado!
  Este sin duda es mi nieto;
que en aquel rudo horizonte
no fuera el parto de un monte
tan atrevido, y discreto;
  porque son precisas leyes,
de que tengo claras señas,
que peñas engendran peñas,
y reyes producen reyes.
  No le quisieron matar
traidores que me engañaron,
o los dioses le guardaron
porque les quiso estorbar
  el intento que tenían
de que me matase a mí:
oráculo que temí,
y adivinos me decían.
  Mas no salió muy adversa
entonces la astrología,
de que éste trasladaría
mi cerro y corona al persa.
  quitándola de mi frente.

REY:

Pero ya el cielo, aplacado
de sacrificios, me ha dado
remedio piadosamente,
  pues que vino a mi poder
cuando en su primera edad
intentó la majestad,
reino que pudiera ser
  verdadero, aunque fingido,
de los juegos de la aldea,
en que puede ser que sea
el pronóstico cumplido.
  Por lo menos, con secreto
haré matar al villano:
sin ser abuelo inhumano,
hoy he de matar mi nieto.
  Dime tu nombre, mancebo.

CIRO:

Ciro me llamo, señor.

REY:

¡Breve nombre!

CIRO:

A mi valor
y virtud pienso que debo
  hacerle con obras grande.

REY:

Con notable libertad
hablas. Ello fue verdad.
(Aparte.)
¡Que lo que su rey le mande
  no cumpla un vasallo! ¡Ah, cielo!
mas yo me sabré vengar.
¿Por qué mandaste azotar,
bañado de sangre el suelo,
  un labrador inocente?

CIRO:

Porque no me obedecía,
ni como a rey me tenía
el respeto conveniente.
  Dos acciones de los reyes
son premiar y castigar.

REY:

Y ¿no, se han de moderar
con justa piedad las leyes,
  como lo hacemos nosotros?

CIRO:

Había poco que era rey,
y echéle toda la ley
para ejemplo de los otros.
  No tengáis por nueva cosa
mi exceso, si se reprueba,
porque la justicia nueva
entra siempre rigurosa.
  Después que pase algún mes
de jüez y de señor,
templarán este rigor
el amor o el interés.
  Tiene el gobierno, pasadas
las horas de la opinión,
del amor la condición,
que es más fuerte en las entradas.
  Temer y amar ha de ser
la ley del buen gobernar:
con beneficio el amar,
y con castigo el temer;
  que aunque el beneficio hallo
por la ley más provechosa,
un buen castigo es gran cosa
para que tema un vasallo;
  porque si un delito es grave
y éste el rey no le castiga,
mucho al cielo desobliga
y al reino, que ya le sabe.

REY:

  ¿Adónde aprendiste, Ciro,
esas razones de Estado?

CIRO:

Los libros me han enseñado.

REY:

Tu virtud e ingenio admiro,
  porque cavar y leer
no caben en un sujeto.
(Aparte.)
¿Qué dudo de que es mi nieto,
y de que pudiera ser
  mi muerte si la piedad
del cielo, no me librara,
y el pronóstico cesara
fingiendo la majestad?
  ¿Tu padre?

MITRÍDATES:

Yo soy, señor.

REY:

Quedaos aquí tú y Arpago.
Llevad a Ciro vosotros
donde, con mucho regalo,
quiero que tenga aposento
algún tiempo en mi palacio.

CIRO:

Beso tus reales pies.
(Aparte a él.)
¿Qué te ha parecido, Bato,
de lo que le he dicho al Rey?

BATO:

(Aparte a CIRO.)
No te quisiera tan sabio,
los reyes son como el sol,
que han de deslumbrar sus rayos;
que es tener en poco el cetro
mirarlos de claro en claro.

CIRO:

Engañaste, que yo sé
que me queda aficionado.
Así son los hombres hombres;
que, letrados o soldados,
sin favor del Rey, ¿qué importan?

BATO:

¡Por azotar un villano
quieres que te dé favor!
Yo me holgaré que volvamos
al monte como venimos.

(Vanse CIRO, BATO y el acompañamiento.)
REY:

Solos habemos quedado,
porque me importa el secreto.

MITRÍDATES:

(Aparte.)
En el pecho me está dando
mil saltos el corazón.

REY:

Dime, labrador honrado,
tu patria y tu nombre.

MITRÍDATES:

Soy
tu ganadero, y me llamo
Mitrídates.

REY:

Este Ciro,
¿es tu hijo? ¡Por el santo
Júpiter que, si me engañas,
que de Agrigento el tirano
no ha de haber formado toro
que te abrase a fuego manso
como le haré para ti!

MITRÍDATES:

En la lealtad de vasallo
pienso que hallaré mejor
la respuesta, que en el daño
que me puede suceder
de no respetarte airado.
  Arpago está presente, que a mi aldea
trujo un niño, señor, entre mantillas
ricas, en quien naturaleza emplea
pinceles de sus altas maravillas.
Como suele en la copia de Amaltea
azucena entre humildes florecillas,
así, entre los pañales primitivos,
del rostro en el marfil dos soles vivos.
  Llegó, en efeto, con secreto y prisa,
y me mandó que a fieros animales,
adonde planta de pastor no pisa,
le echase entre peñascos y jarales.
Apenas le tomé, cuando con risa
de su inocencia me mostró señales,
porque fuese testigo en su inocencia
el recibir con risa la sentencia.

MITRÍDATES:

  ¡Cruel decreto, dar la muerte a vida
que de la ejecución se está riendo!
Pero como de mí no fue admitida
la apelación, calló, perlas vertiendo.
Fuése Arpago, señor; yo, infanticida,
llevéle al monte, aunque entre mí diciendo:
«¿Qué más fiera que yo?» Pues no pudiera
ninguna de aquel monte ser más fiera.
  Echéle entre dos peñas, que parece
que piadosas entonces se abrazaban.
Aun agora decillo me enternece,
y entonces ellas pienso que lloraban.
La hierba así que en sus espacios crece,
y las flores, parece que ocultaban
el tierno niño, en ocasión tan fuerte,
porque no le pudiese ver la muerte.
  Volví a mi casa, que con tierno llanto
la senda apenas de aquel monte vía,
donde hallé mi mujer, ¡oh cielo santo!
que un hijo muerto malparido había.
Contéla el caso, y afligióse tanto,
que me dijo, llorando que tendría
consuelo si aquel niño le trujese,
si Júpiter vivir le permitiese.

MITRÍDATES:

  Al monte parto con ligero paso,
que apenas con los pies tocaba al suelo,
cuando al bordar el sol de oro el ocaso,
hallo mi niño y mi dolor consuelo.
Una perra le daba, ¡extraño caso!,
piadosa el pecho por piedad del cielo,
y de aves y animales defendía,
que en torno dél la muerte conducía.
  Alzole en brazos de la dura tierra,
imprimiendo en su cara tiernos besos.
Voy por el monte, sígueme la perra
entre las peñas y árboles espesos.
Llego a mi casa, en fin... ¡Oh cuánto yerra
quien piensa que impedir puede sucesos
que tienen ya los cielos decretados,
ni reprimir la fuerza de los hados!
  Crióle mi mujer, púsole Ciro
por la perra que el pecho le había dado
(que así se llama en nuestra lengua), y miro
el cielo a su favor determinado,
porque cuando fingido rey le admiro,
y saber su valor te da cuidado,
conoces que es el niño que ha vivido
para hacer verdadero el rey fingido.
  Conocíase bien que era tu nieto
en tanta discreción y valentía,
que no pudiera ser menos efeto
el que tan alta causa producía.
Ya de las cielos se cumplió el decreto
en el reino de burlas que fingía;
si el haberle criado culpa ha sido,
de mi inocente error perdón te pido.

REY:

  Dame tus brazos, dignos justamente
de un rey; que por piedad ninguno ha sido
castigado en el mundo, ni ha perdido
el premio de librar a un inocente.
¡Oh Arpago! ¿De qué temes, cuando siente
tu pecho que mi amor te ha perdonado
no haber ejecutado
mi necio mandamiento?

ARPAGO:

Señor, yo le cumplí; que sólo siento
no verte el alma agora.

REY:

Pues ¿puede ser traidora
alma de un rey?

ARPAGO:

El pensamiento humano
sólo del cielo se defiende en vano.

REY:

Por mi corona, que te debo, Arpago,
la vida, y que te pago
con la verdad que debo,
agradecido a sucesor tan nuevo.
Y porque lo que digo verdad sea,
vuélvase Ciro, vuélvase a la aldea;
váyase libremente
hasta que llegue tiempo conveniente
que pueda declaralle por mi nieto;
pero advirtiendo que ha de estar secreto,
porque, por todo el coro
de los dioses que adoro,
que si le declaráis quién es, que luego
os abrase a los dos en vivo fuego.
¿Daisme aquesta palabra?

ARPAGO:

Yo la juro
a Marte, protector del patrio muro.

MITRÍDATES:

De mí no tengo yo que asegurarte;
que bien puede obligarte
lo que he tenido tanto tiempo oculto.

REY:

Pues ya no dificulto
que con estar secreto
haré jurar por sucesor mi nieto.
Tú parte, Mitrídates,
porque de volver trates
con Ciro al monte donde se ha criado.

MITRÍDATES:

¿Diréle alguna cosa?

REY:

Que me he holgado
de conocer en rústico sujeto
un mozo tan valiente y tan discreto.

MITRÍDATES:

Guarde tu vida el cielo.

(Vase.)
REY:

De tu piadoso celo
satisfecho, con justa confianza,
Arpago generoso,
te quiero dar de Ciro la crianza;
que espero harás un rey tan belicoso,
que ponga nuestra media monarquía
en los últimos límites del día.

ARPAGO:

Tan justas confianzas
puedes tener de mí como de Ciro,
mancebo de tan altas esperanzas
que al resplandor de tus hazañas miro
águila caudalosa.

REY:

Para pagarte la amistad piadosa
que con él has usado,
hoy, Arpago, serás mi convidado;
hoy comerás conmigo, que es muy justo.

ARPAGO:

Beso tus reales pies.

REY:

Por este gusto
no sé qué honras hacerte,
llámame a Evandro.

ARPAGO:

Voy a obedecerte.

(Vase.)
REY:

¿Habrá maldad que como aquésta sea?
¡Oh, fementido Arpago!
¿Así mi imperio tu traición desea?
Pero yo te daré tan justo pago
que sea mas dolor que el darte muerte.
Villano, ¿desta suerte
obedeces tu Rey? ¡Viven los cielos,
que la sangre sosiegue mis desvelos
del labrador valiente
que quiere los laureles de mi frente
trasladar a la suya!
Que no es justicia que a maldad se arguya
que, a quien quiere matarme al mediodía,
le mate yo a la aurora.

(EVANDRO.)
EVANDRO:

¿Qué manda Vuestra Alteza?

REY:

Evandro, agora
mandé partir a Ciro sin castigo.

EVANDRO:

¿Así guardas justicia?

REY:

Evandro amigo,
no fue sin ocasión, porque no quiero
parecer tan severo
a los ojos del pueblo, aficionado
a ese mancebo loco y alentado.
Hoy se parte, y hoy quiero que le mates.
Sólo va con el viejo Mitríates
síguele con soldados de mi guarda,
y de noche le aguarda
al paso más oculto deste monte.
Pero a pensar disponte
que has de traerme su cabeza fiera,
que el frontispicio de mi templo espera,
como del oso o jabalí le adorna
el cazador que torna alegre de la presa.

EVANDRO:

De que se tarde el claro sol me pesa,
de partirse al ocaso.

REY:

Ya te espero:
por verlo muerto, muero.
(Aparte.)
¡Oh cielos, no os canséis de asegurarme
de un hombre que nació para matarme!

(Vanse.)


(FILIS y BATO.)
FILIS:

  Como si fuera la ausencia
fácil pena al sentimiento,
añadieron mis desdichas
el peligro a mis deseos.
¿Cómo dejas, Bato, a Ciro?
Que amor, en tales sucesos,
del mal temiendo lo más,
del bien espera lo menos.

BATO:

Aunque el Rey le recibió
a los principios severo
por enojo o por costumbre
 (que es la majestad en ellos
como un vínculo real),
después, con rostro risueño
templó la deidad; que mueve
mucho al airado el discreto.
Así diez años Ulises,
matador de Polifemo,
aquel gigante de un ojo,
anduvo por varios reinos.
¡Oh, si le vieras hablar
con atrevido despejo,
pensaras que era Sibila
o el oráculo de Delfos!
Finalmente, le mandó
regalar: y así, le dejo
en un cuarto de palacio
tan metido a caballero,
que parece que lo ha sido
toda su vida.

FILIS:

El ingenio
lo alcanza todo: y así,
muchos hombres que subieron
en brazos de la fortuna
a ocupar honrosos puestos,
saben presto ser señores.

BATO:

Y aún saben serlo tan presto,
que cuanto fueron humildes,
parecen después soberbios.
Finalmente, por quitarte,
Filis, del peligro el miedo,
me ha enviado a que te diga
que no le tengas en esto;
porque aunque lamenta Evandro
los azotes de Fineo,
espera Ciro del Rey
en vez de castigo, premio.

FILIS:

¿Qué dice mi hermano Arpago?

BATO:

¡Por Júpiter que no entiendo,
Filis, si verdad te digo,
el alma destos enredos!
El y el Rey y Mitrídates
andan hablando en secreto.
Ayer comió con el Rey.

FILIS:

¡Con el Rey! ¿Qué dices?

BATO:

Puedo
asegurar lo que vi,
y que entré a verlos comiendo.
¡Tanta plata, tantos platos,
de tantos manjares llenos,
tanto servicio y criados,
éste entrando, aquél saliendo,
todos atentos al Rey,
y alguno, por dicha, atento
más al capón que comía
que a la deidad del imperio!
¡Oh, bien haya, dije yo,
debajo de un pobre techo
la olla de un labrador,
los rotos manteles puestos
sobre una tabla de pino,
y aquel ver salir hirviendo
el repollo en el verano,
los nabos en el invierno,
a su lado su mujer
con el hijo tierno al pecho,
el gato por mayordomo,
y por maestresala el perro!
Porque los contentos, Filis,
si hay en el mundo contentos,
no están en las ceremonias,
sino en el gusto y el sueño.

FILIS:

¡Bueno vienes de la corte!

BATO:

Filis, este poco seso
de acá le llevé; que allá
no venden entendimientos.

FILIS:

Y ¿cuándo piensas volver?

BATO:

Esta noche volver pienso;
que sólo a verte he venido.

FILIS:

Escucha un atrevimiento.

BATO:

¿Cómo?

FILIS:

Yo he de ver a Ciro;
que secretamente quiero
irme contigo esta noche.

BATO:

A no estar el monte en medio,
fuera fácil la jornada
con recato y con silencio.

FILIS:

Entra, y despacio en mi casa
la venida trataremos;
que amor no permite espacio
donde le lleva el deseo.

BATO:

Míralo, Filis, mejor.

FILIS:

No gusta amor de consejos.

BATO:

Pues ¿de qué gusta el amor?

FILIS:

De ejecutar los remedios.

(Vanse.)
(MITRÍDATES y CIRO con espada.)
CIRO:

  Apenas de la licencia
del Rey, padre, me informé,
cuando, de la corte fue,
y para siempre, mi ausencia.
  ¡Bien haya mi pobre aldea,
que me falte o que me sobre,
porque no hay contento pobre,
ni bien que sin él lo sea.

MITRÍDATES:

  Sólo me causa cuidado,
Ciro, de Evandro la queja,
pues sin venganza le deja,
el Rey, del hijo azotado.
  No hay satisfacción que cuadre
a injuria tan afrentosa,
y ya sabes que es la cosa
mas ciega del mundo un padre;
  que el amor con que le viene
a estimar su pensamiento,
le quita el entendimiento;
pues ¿qué hará si no le tiene?
  Temo, al fin, un padre airado,
Ciro, y aumenta mi pena,
saliendo en noche serena,
haberse el cielo turbado;
  Que, aunque no está del aldea
este monte muy distinto,
no hay Creta ni laberinto,
que como su centro sea.
  Las nubes, rotos los senos,
las estrellas amenazan,
que el campo desembarazan
del cielo, huyendo los truenos.
  Alguna desdicha temo
entre tanta oscuridad.

CIRO:

Si vos, de tan larga edad
llegando, padre, al extremo,
  teméis, con mayor razón
temiera mi juventud
la muerte, sin la virtud,
que es alma del corazón.
  ¿Qué monte, que padre airado,
qué cielo tempestuoso,
qué enemigo poderoso
en obscura noche armado;
  qué voraz actividad
del fuego, ni qué violencia
de agua o viento, o negra ausencia
de la solar claridad;
  qué relámpagos y truenos,
qué rayos ni qué centellas?
Que, si huyeren las estrellas,
estará firme a lo menos
  la que nació con mi dicha.
Venga el mundo contra mí;
que si con valor nací,
contra valor no hay desdicha.

MITRÍDATES:

  ¡Ay, hijo! ¿Qué estás diciendo?
Aunque de valor te armas,
con rumor de gente de armas
está el monte estremeciendo.
  Pienso que sale verdad,
Ciro, el rigor que temí.

CIRO:

Pues padre, escondeos allí,
entre aquella oscuridad;
  que si no habéis de ayudarme,
mejor es que viváis vos.

MITRÍDATES:

Eso no permita Dios.
Vengan primero a matarme,
  y ¡ojalá pudiera ser
que me transformara en ti,
porque, matándome a mí,
te pudiera defender!
  Que es mi amor tan excesivo,
que, si por ti me matara,
pienso que resucitara
con saber que estabas vivo.

CIRO:

  Padre, retiraos allí:
mirad que se acercan ya.

(EVANDRO, FINEO y soldados.)
EVANDRO:

Aquí suenan.

CIRO:

Y aquí está
quien buscáis.......

EVANDRO:

¿Es Ciro?

CIRO:

Sí.

EVANDRO:

  ¡Muera!

MITRÍDATES:

¡Ay, hijo de mi vida!
(Riñen.)
(Aparte.)
¿Cómo te diré quién eres
antes que mueras, pues mueres?

FINEO:

¿Tienes, hombre, revestida
  la furia de Flegetonte,
en ese pecho?

CIRO:

¡Villanos,
mal conocéis estas manos!

(Mételos a cuchilladas.)
MITRÍDATES:

Huyendo van por el monte.
  ¿Quién pensara tal valor?

(Dentro.)
FINEO:

¡Padre, muerto soy!

MITRÍDATES:

Fineo
es aquél. No es éste Ciro.
Marte, de su quinto cielo
debió de bajar armado
de diamante. Ya no siento
las voces. ¡Ay de mí, triste?
¿Si por dicha Ciro es muerto?
¡Ciro!... Nadie me responde.
Sólo, de lástima, el eco
repite su amado nombre.
Subir por el monte quiero.
¡Ánimo, caducas fuerzas!

(Súbese por el monte.)


(CIRO, sangriento, con la espada desnuda.)
CIRO:

Tres de los villanos dejo
entre las peñas tendidos,
y los demás van huyendo.
Herido estoy; pero poco.
Sólo de mi padre siento
la pena, porque habrá sido
la espada con que le han muerto.
¡Qué terrible obscuridad!
Si ignorar pudiera el cielo
que no habían de matarme,
pensara que lo había hecho
por cubrir su gran teatro
de paños de luto negro.

(Dentro y lejos.)
BATO:

¡Ciro!...

CIRO:

¿Qué voz es aquella?
Pensara que destos cerros
era pastor si mi nombre
no pronunciara tan presto.

(Dentro.)
MITRÍDATES:

¡Ciro!

CIRO:

Otra voz diferente:
que es de mi padre sospecho.
Por acá, por acá, padre.
No responde: mi deseo
debió de burlarme.

(Dentro y lejos.)
FILIS:

¡Ciro!...

CIRO:

¡Júpiter santo! ¿Qué es esto?
Parece voz de mujer,
y si el alma no hace enredos
(porque no es mujer el alma,
si en el nombre, no en los hechos),
Filis es la que me llama.
¡Qué pensamiento tan necio!
¡En un monte... a media noche!

(Dentro.)
FILIS:

¡Ciro!...

CIRO:

Más cerca la siento.
  Quiero responder. ¿Quién es?
¿Quién llama a Ciro?

(Salen por tres partes a un tiempo, FILIS, MITRÍDATES y BATO.)
FILIS:

Yo.

MITRÍDATES:

Yo.

BATO:

Yo.

CIRO:

¡Cielos! ¿Quién respondió?

FILIS:

Yo soy.

CIRO:

¡Filis!

FILIS:

¿No me ves?

MITRÍDATES:

Si hay para un padre después
brazos, aquí estoy contigo.

CIRO:

¡Padre!...

BATO:

Y después un amigo.

CIRO:

¡Bato! ¿Es posible que os veo,
o es burla de mi deseo
que los tres estéis conmigo?

FILIS:

  ¡Ay, mi bien! ¿Herido estás?

CIRO:

De tu amor, Filis hermosa.

FILIS:

No de balde tu dichosa
presencia, ¡oh Ciro!, me das;
pero pudiendo ser más
entre enemigos tan fieros,
que el eco de sus aceros
llevaba el aire al oído,
dichosa desdicha ha sido.

CIRO:

¡Ay, bellísimos luceros!
  Cese el aljófar que os baña;
que más me podréis vencer
que los que pueden volver
con más gente a la montaña.
Aún pienso que amor me engaña;
que cuando tu voz oí,
que era el alma presumí,
que con la imaginación,
hurtando a tu voz el son,
hablaba dentro de mí.
  ¿Cómo vienes desta suerte?

FILIS:

Llevando a Bato por norte,
me llevaban a la corte,
Ciro, las ansias de verte.
Era el estruendo tan fuerte
de las armas y las voces
de tus contrarios atroces,
que en hielo me transformaron,
y aun pienso que se espantaron
los animales feroces.
  Y si en aquesta ocasión
vives, yo pienso que fue
porque tu vida pasé
desde el campo al corazón;
que entre aquella confusión,
fiero y bárbaro tropel
de tanta gente cruel,
con el alma enternecida,
dije: «Aquí estará su vida,
y me matarán por él.»

CIRO:

  Con este favor, mi bien,
que amor trujo a mis oídos,
los que huyeron, van vencidos;
los demás, muertos se ven.
Pero pelear tan bien
no fue mucha valentía
si Filis me defendía;
que si más cerca llegara,
con los ojos los matara,
y yo descansar podía.
  Padre, gran pena me distes.

MITRÍDATES:

Ninguna a mi pena iguala,
ni pensé volverte a ver,
perdido por la montaña.

CIRO:

Bato amigo, mucho debo
a tu amor.

BATO:

Si me le pagas,
claro está que no le debes.

FILIS:

¡Ay de mí! Gente con armas
discurre el monte.

BATO:

Ellos vuelven.
Huyamos, Ciro.

CIRO:

Esta espada
no sabe huir. Todos juntos
os poned a mis espaldas.

(ARPAGO y soldados.)
ARPAGO:

Pisando voy cuerpos muertos,
que la misma luz del alba
nos enseña por las sendas.

UN SOLDADO:

Sangrientas están las ramas.

ARPAGO:

¡Ay de mí si es muerto Ciro!

CIRO:

 (Aparte a FILIS.)
¡Ay, Filis, gran mal me aguarda!
Arpago, tu hermano, es éste.
Detrás destas altas hayas
es fuerza que os escondáis.

FILIS:

(Aparte.)
¿No estás, fortuna, cansada
de perseguirme?

BATO:

(Aparte.)
Señora,
no temas aunque haya causa;
que quien ha muerto a los otros
se dará tan buena maña
que hará de aquéstos lo mismo.

(Retíranse FILIS, MITRÍDATES y BATO.)


CIRO:

Arpago, yo soy. ¿Qué aguardas?

ARPAGO:

Esperaba a conocerte;
que tan poco a poco baja
el alba, que se ve apenas
si es la noche o la mañana.

CIRO:

Si a matarme vienes, ¿cómo
tienes la espada en la vaina?

ARPAGO:

No vengo a matarte, Ciro:
Ciro, en que he sido repara
quien dos veces te dió vida
a costa de sus entrañas.
Retiraos todos.

CIRO:

¿Qué dices?

(Retíranse los soldados.)
ARPAGO:

Que escuches la historia larga
de tu vida y mi desdicha.

CIRO:

Dime, Arpago, si me engañas,
porque no, será valor.

ARPAGO:

Antes que del monte salgas
sabrás si te engaño: escucha.

CIRO:

Yo escucho en tu confianza,
pero más en mi virtud;
porque, si a traición me matas,
volveré del otro mundo
y sabré tomar venganza.

ARPAGO:

Ciro valiente, de quien
pende la corona toda
del Asia, aunque te quitaban
con la vida la corona,
ya no es tiempo de callar;
que cuando la verdad sobra,
aunque rompa mi palabra,
más que me infama, me honra.
No es la causa que yo tengo
para vengarme tan poca;
que no pedirá palabras
quien hace tan malas obras.
El cielo me manda hablarte,
que rompérsela no importa;
antes el cielo se sirve
de que a un tirano la rompa.
El rey Astiages, de Media,
tuvo por hija la hermosa
Mandane, de cuyo vientre
soñó que con verdes hojas,
entre fértiles racimos,
salía una vid frondosa
que toda el Asia cubría,
por cuyo temor se informa
de los sabios que en su reino
guarnecen talares togas.

ARPAGO:

Todos dicen que su hija,
y unánimes se conforman,
pariría un bello infante,
que con fuerzas belicosas
el reino le quitaría;
y de suerte el Rey se asombra,
que en Persia casa a Mandane
con la más pobre persona,
aunque noble, que halló en Persia,
pensando que al cielo estorba
el poder, a quien están
sujetas todas las cosas.
Pero no hay fuerzas humanas
que a las divinas se opongan:
antes, resistido el cielo,
a más rigor se provoca.
Preñada Mandane, el Rey
la vuelve a su casa, y toma
el niño que della nace,
y a su marido la torna.
Este me entrega, y me manda
¡qué crueldad! que en una sola
selva le deje a las fieras,
que le devoren y coman.
No quise yo ser verdugo
de un ángel; que galardona
la piedad el cielo, tanto
la inocencia le enamora.

ARPAGO:

Con esto, aquel mismo día
con tierno llanto le arroja
mi ganadero a las fieras;
después le vuelve a su choza,
donde por suyo le cría,
en cuya rústica ropa
aquel ánimo real
no de otra manera brota
 (volviendo en coturnos de oro
las que eran abarcas toscas)
que del conducto la fuente,
por la superficie rota,
bullendo las arenillas,
revienta menudo aljófar.
Este fuiste, fuerte Ciro,
que de burlas rey te nombras,
porque te enseñaba el cielo
que a las veras te dispongas.
Astiages, viéndote vivo,
de tal manera se enoja,
que me convida a comer,
¡ay, Dios!, con alma traidora.
Como, y después me pregunta
si fue espléndida y sabrosa
la comida; yo, ignorante,
le agradezco tantas honras.
Enséñame luego... ¡Ay, cielo!

ARPAGO:

¡Qué lágrimas y congojas
el prólogo quieren ser
de mi tragedia llorosa!
Me enseña, dije... ¡Ay de mí!
¿Cómo diré? ¿De qué forma?
En una sangrienta fuente
vi la cabeza amorosa,
pies y manos de mi hijo.
Tanto mueve y alborota
el alma ver que su cuerpo
su mismo padre le coma.
En mi llanto y en su sangre
mis tiernos ojos se mojan,
por ver si pueden lavar
la misma engañada boca.
Volví el ser que di a mi hijo
a mi ser, como quien cobra
lo que ha dado, y de mi carne
se aumenta mi carne propia.
Así me dijo: «En tu hijo
tomar venganza me toca
de no haberme obedecido,
pues vive mi nieto agora.»
¿Qué león de Albania, qué sierpe
de Libia, qué tigre, qué onza
hiciera tan gran crueldad
cuando los hijos le roban?

ARPAGO:

Disimulé cuanto pude,
y el Rey, con falsas lisonjas,
te deja volver al monte
para que sus peñas, sordas
y mudas, fuesen testigos
de tu muerte lastimosa.
Apenas lo supe, Ciro,
cuando quiere que socorra
dos veces tu vida el cielo;
pero cuando ya la aurora
abre las puertas al día,
veo en la florida alfombra
del monte tres hombres muertos,
y esa mano vencedora
de la crueldad de tu abuelo.
Vuelve, Ciro, a la memoria
tus agravios; que los cielos
con su mano poderosa
le defienden, y te llaman
al hecho de mayor gloria
que en eterno bronce anima
de la alta fama la trompa.
Honra a tu madre Mandane,
tu imperio heredado cobra
de quien mil veces te ha muerto
con fieras, hierro y ponzoña.

ARPAGO:

Aunque para no matarte
defenderte el cielo sobra;
que es querer matar en él
del sol la dorada antorcha.
Consagra al templo inmortal
esta verdadera historia;
tu mismo imperio restaura,
tu frente de lauro adorna.
Yo te ayudaré. ¿Qué esperas?
Pelea, mata, despoja,
atropella, venga, rinde,
tala, quema, vence, roba;
rey te llama, gente junta,
las banderas enarbola.
Valor tienes, di quién eres;
que Dios te dará victoria.

CIRO:

  ¡Notable historia! Y tan llena
de prodigios, que me ha dado
contento como cuidado,
y como esperanza pena.
Lo que Júpiter ordena,
resistir intenta en vano,
la más poderosa mano;
porque es mortal desatino
contra el decreto divino
oponerse intento humano.
  No sin causa me ponía
el alma en el pensamiento
ser rey; que este fingimiento
de aquella verdad nacía.
Esforzándose va el día;
si nos ven, perdido soy.
Palabra de rey te doy,
si me ayudas, de vengarte,
escribiéndote en qué parte
gente levantando estoy.
  Mi padre, aunque no lo ha sido,
y un amigo que venía
conmigo, buscar quería,
que en el monte se han perdido;
que por eso, me despido
de ti con tanto recelo.
Dame tus brazos.

ARPAGO:

El cielo
confirme nuestra amistad.

CIRO:

Tú verás mi voluntad.

ARPAGO:

Tú mi favor.

CIRO:

Tú mi celo.

ARPAGO:

  Seré tu esclavo.

CIRO:

Tu amigo
seré yo.

ARPAGO:

Mi rey serás.

CIRO:

Arpago, tu amigo es más,
y cumpliré lo que digo.

ARPAGO:

Presto me veré contigo.

CIRO:

Cielos, escríbase en vos
esta amistad de los dos.

ARPAGO:

Ya la guerra me provoca.

CIRO:

Toca al arma.

ARPAGO:

Al arma toca.

CIRO:

Arpago, adiós.

ARPAGO:

Ciro, adiós.