Canción (Sor María de la Antigua)

Canción
de Sor María de la Antigua

Alma, que estando muerta

y en horrores de vicios sepultada,

Dios te llama y despierta

con una voz tan dulce y regalada,

¿qué haces, que no escuchas

sus amorosos ecos? ¿Con quién luchas?

¿Qué miedos te combaten?

¿Qué temores te impiden? ¿Qué recelos

hay en ti que delaten

el logro de tus ansias y desvelos?

Responde a quien te llama

y no te hieles cuando Dios te inflama.

Concede al ocio justo

la piadosa atención que está pidiendo,

y con intenso gusto

escucharás a un cisne que muriendo

entre las ansias suyas

se acuerda así de las miserias tuyas.

- Pobre ovejuela -dice -,

¿qué quieres ignorante de tu daño,

malograrte, infelice?

¿No ves que vas huyendo del rebaño

de mis mansos corderos,

a ser manjar de lobos carniceros?

De ti te compadece;

ten lástima de ti, que vas perdida,

y si no te parece

que es muy grande tu culpa y tu caída,

mira, fiel, con cuidado,

verás lo que me cuesta tu pecado.

Mira estas nobles sienes

coronadas de espinas rigurosas,

y si en tu pecho tienes

piedad, mira estas puntas dolorosas

que el cerebro me pasan

y el corazón y el alma me traspasan.

Mira estos ojos bellos,

por tu culpa sangrientos y eclipsados,

y estos rubios cabellos,

en mi sangre teñidos y bañados;

verás al sol ponerse

y al oro entre la púrpura esconderse.

Mira aquestas mejillas

que a esmaltes de carmín fondo de nieve

les daban, ya amarillas,

sin su beldad hermosa cuanto breve;

mira, y verás mis labios

cárdenos lirios de sufrirte agravios.

Mira estas manos santas

que ocupadas en tales ejercicios,

misericordias tantas

obraron, por hacerte beneficios,

y para tu remedio

las verás taladradas por el medio.

Mira ésta de rubíes

puerta, que en mi costado generoso

con pompas carmesíes

abrió un golpe de lanza impetuoso,

verás con este hierro

pagar mi amor lo que debió tu yerro.

Mira estos pies divinos

que, descalzos por una y otra parte,

tan diversos caminos

anduvieron gustosos a buscarte,

y en ellos castigada

verás tu liviandad desenfrenada.

Mira, si acaso puedes

mirar sin compasión, todo llagado

mi cuerpo, y si no excedes

en fiereza al león y al tigre airado,

viendo no lo merezco,

te dolerá lo que por ti padezco.

Mira que si en el verde

leño se hace tan cruel castigo,

es para que se acuerde

cuál será aquel que se hará contigo,

que, dada a tus placeres,

seca de gracia y de virtudes eres.

Pero si estás tan dura

que no te mortifican mis dolores,

y tu vana locura

los oídos le niega a mis clamores,

alma, repara y mira

que cuanta es mi piedad, tanta es mi ira.