Benibaire
de Fernán Caballero


Había una vez tres cabritas muy pobrecitas, y la mayor dijo:

-¿Qué haremos?

La segunda contestó:

-No lo sé.

Y la tercera dijo:

-Yo sí que lo sé. Vamos a casa de Benibaire, y hurtaremos tres cantaritos de aceite.

-Bien lo has pensado -contestaron las otras-. Vamos allá.

Después de andar una legua, sintieron una voz que decía:

-Be, be.

Vieron un gran carnero; se asustaron y echaron a huir.

Huir, huir.
Que nos va a embestir.


Pero el carnero les gritó:

-No os asustéis. ¿Adónde vais?

Ellas le contestaron:

-A casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

-¿Queréis que vaya? -dijo el carnero.

Le respondieron:

-Ven.

Anduvieron otra legua, y oyeron una voz que dijo:

-Miau, miau.

Y vieron un gato negro muy grande; se asustaron y echaron a huir, diciendo:

Huir, huir.
Que nos va a arañar.


Pero el gato les gritó:

-No os asustéis; no os arañaré. ¿Adónde vais?

-A casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

-¿Queréis que vaya?

-Ven.

Anduvieron otra legua, y oyeron una voz que gritaba:

-Kikirikí...

Y vieron a un gallo muy fiero; se asustaron y echaron a correr, diciendo:

Huir, huir.
Que nos picará.


Díjoles el gallo:

-No os asustéis; no os picaré. ¿Dónde vais?

-En casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

-¿Queréis que vaya?

-Ven.

Anduvieron otra legua, y se encontraron un montón de estiércol; se asustaron y echaron a huir, diciendo:

Huir, huir.
Que nos ensuciará.


Dijo el estiércol:

-No tengáis miedo; no os ensuciaré. ¿Adónde vais?

-En casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

-¿Queréis que vaya?

-Ven.

Anduvieron otra legua, y se encontraron una aguja capotera; se asustaron, y dijeron:

Huir, huir.
Que nos pinchará.


Dijo la aguja:

-No tengáis miedo, que no os pincharé. ¿Dónde vais?

-A casa de Benibaire a hurtar tres cantaritos de aceite.

-¿Queréis que vaya?

-Ven.

Anduvieron otra legua, y llegaron a casa de Benibaire, y como era de noche, estaba la puerta cerrada.

-¿Cómo entraremos? -dijeron las cabritas.

A lo que contestó el gallo:

-Yo, gallo galloso, volaré, y volaré al tejado, y me entraré por la chimenea.

Y así lo hizo, y les abrió la puerta.

Entraron en la casa, y dijeron:

-¿Dónde nos esconderemos?

El gallo dijo:

-Yo ya tengo puesto; me iré al humero.

El gato se escondió en la ceniza; el estiércol en las pajuelas; la aguja se metió en la toalla, y el carnero se metió detrás de la puerta. Entonces se fueron las cabritas a las tinajas a sacar el aceite.

Estando sacándolo se les cayó el embudo, y se despertó Benibaire, que dijo:

-¡Ay, Señor! ¡Ladrones han entrado en mi casa!

Se levantó y fue al humero, y miró por el cañón de la chimenea a ver si era de día. Estando mirando le cayó en los ojos una porquería que el gallo le echó, y se quedó ciego; fue a tientas a buscar las pajuelas para encender, y como el estiércol estaba entre ellas, se ensució todas las manos.

-¡Ay, Señor! -dijo-. ¡Qué manos tengo tan sucias!

Y fue a buscar la toalla para limpiarse, y como estaba clavada en ella la aguja capotera, se la clavó; fue a encender luz en el ojo del gato, y este se abalanzó y le arañó todo; fue huyendo para salir a la calle, y cuando llegó a la puerta salió el carnero y le dio una topada por detrás que le echó a rodar; se fue al molino huyendo, se cayó en el río y se ahogó, y las cabritas se quedaron hechas amas de la casa, y lo pasaron muy bien, y yo fui y vine y no me dieron nada, sino unos zapatitos de cobre, otros de cristal, otros de azúcar y otros de cordobán; estos me los puse, los de cristal se me rompieron, los de azúcar me los comí, y los de cobre son para ti.