Barba-Azul (Trad. J. Coll y Vehí)

Cuentos de hadas (1862)
de Charles Perrault
traducción de Josep Coll i Vehí
Barba-Azul
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
BARBA-AZUL

Erase un fulano, que poseia hermosos edificios en la ciudad y en la campiña, vajilla de oro y plata, muebles ricamente entallados, carrozas doradas; pero por males de sus pecados tenia la barba azul, y estaba tan feo y horrible, que todas las mujeres, jóvenes y viejas, tocaban soleta al verle.

Una vecina suya, dama de ilustre prosapia, tenia dos hijas como dos luceros. Barba-azul le pidió la mano de cualquiera de ellas, dejándole a eleccion á su arbitrio. Las muchachas ambas á dos dijeron nones, y de mil amores se cedian el novio, porque ninguna se atrevia á apechugar con un marido barbiazulado.

Mas lo que principalmente les daba mala espina era el ver que el tal novio se habia casado ya muchas veces, y que de ninguna de sus mujeres se sabía el paradero.

Barba-azul, buscando ocasion y pretexto para entrar en intimidad con la madre y las hijas, convidó á las tres y á cuatro ó cinco de sus mejores amigas, junto con algunos jóvenes de la vecindad, á una hermosa casa de campo, en donde pasaron ocho dias cabales. No se empleó el tiempo más que en paseos, en partidas de caza y de pesca, en bailes y banquetes, en juegos y meriendas. Por de contado que nadie pegó los ojos. Pasáronse las noches de claro en claro, dejando al diablo mucha tela cortada. Y sailó todo tan á pedir de boca, que á la menor de las dos hermanas no le parecia ya tan azul la barba del amo de la casa, y aun se le figuraba que debia de ser todo un hombre de provecho.

Volver á la ciudad y quedar concertada la boda todo fué uno. Cierto dia, pasada la luna de miel, dijo Barba-azul á su mujer que un negocio de importancia le obligaba á hacer un viaje, y que estaria ausente sobre cosa de unas seis semanas. Encargóle que se divirtiese mucho, que convidase á sus amigas, que fuese con ellas á la casa de campo, que nada escasease para darse buen tiempo.

—Toma, le dijo: toma las llaves de los dos armarios, toma la de la vajilla de oro y plata, la de las arcas del dinero, la de las arquillas de la pedrería, y la llave maestra de todas las habitaciones. Esta pequeñita es la del gabinete que está al extremo de la galería grande del piso bajo. Entra donde te plazca, abre y registra cuanto se te antoje; pero te prohibo entrar en aquel gabinete. ¿Oyes? Te lo prohibo, y ¡cuidado! porque si te atrevieras á abrirlo..... ¡infeliz! nada podria librarte de mi furor.

La muchacha prometió cumplir exactamente las órdenes de su esposo. Despues de abrazarla tiernamente, Barba-azul se metió en su carroza y emprendió el viaje.

Las vecinas y las amigas no esperaron que las invitasen, ni se hicieron de rogar. ¡Tan impacientes estaban por ver las preciosidades y tesoros de la casa! Ántes de que se ausentase el marido, ninguna se habia atrevido á pisar los umbrales, de miedo que les infundia la consabida barba azul.

Buena prisa se dieron en recorrer las salas, los gabinetes, los guardarropas á cual más lindo. Les faltaban ojos. Suben luego á las habitaciones en que se guardaban los muebles, y allí eran de ver la hermosura y multitud de tapices, de camas, de sofaes, de escritorios, de veladores, de mesas, de espejos de cuerpo entero, cuyos marcos, los unos de cristal, los otros de plata ó dorados, eran de lo más precioso y magnífico que jamás se haya visto. No cesaban de ponderar y envidiar la suerte de su amiga: la cual hacia poquísimo caso de todas aquellas riquezas, preocupada como estaba, y aguijoneada por el deseo de abrir el gabinete del piso bajo. Tanto pudo su curiosidad, que sin respeto á lo que la cortesía exigia, dejando á las visitas con la palabra en la boca, se escurrió por una escalera secreta, con tal precipitacion y azoramiento, que por dos ó tres veces distintas estuvo á pique de romperse la crisma.

Al llegar á la puerta del gabinete, acordándose de la terminante prohibicion del marido, y temiendo las resultas de la desobediencia, se detuvo un momento; pero la tentacion venció al temor, y no hubo remedio. Echa mano á la llavecita y abre, temblando, la puerta del gabinete. Al principio no pudo ver nada, porque estaban cerradas las ventanas; al cabo de un rato empezó á notar que el suelo estaba lleno de sangre cuajada, en la cual se reflejaban los cadáveres de muchas mujeres sujetadas á lo largo de las paredes. Eran las esposas de Barba-azul, degolladas una en pos de otra por el feroz marido. Quedó muerta de miedo, y la llave del gabinete, que acababa de quitar de la cerradura, se le cayó de la mano.

Recobrada algun tanto del susto, cogió la llave, cerró la puerta, y subió precipitadamente á su habitacion para respirar con libertad; pero no pudo dominar su emocion terrible. Como advirtiese que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, dos ó tres veces intentó limpiarla, mas en balde: la mancha no queria salir. Por más que la lavó, por más que la frotó con arena y con asperon, la sangre no se quitaba; porque la llave estaba encantada y no habia medio de limpiarla. Cuando la sangre desaparecia de un lado, aparecia en el otro.

Barba-azul regresó aquella misma noche, y dijo que por el camino habia recibido cartas, noticiándole la feliz conclusion del negocio que le sacó de casa. Su esposa le demostró tan bien como pudo, cuánto se alegraba de su pronta llegada. Al dia siguiente Barba-azul pidió las llaves, y su mujer se las entregó con una mano tan trémula, que el receloso marido al instante cayó en la cuenta de lo que habia sucedido.

—¿Porqué no traes la llave del gabinete? le dijo.

—No sé, contestó ella. Estará arriba en mi mesa.....

—Venga al momento; replicó Barba-azul.

No valieron contestaciones, ni disculpas: no hubo más remedio que subir por la llave.

Barba-azul, despues de examinar la llave, le dijo á su mujer:

—¿Porqué está manchada de sangre?

—Yo qué sé, contestó la muchacha más pálida que la muerte.

—¿Con qué no sabes? exclamó Barba-azul: pues yo sí lo sé. ¿Quisiste entrar en el gabinete? Bueno, bueno, entrarás en el gabinete, é irás á colocarte al lado de tus compañeras.

La infeliz muchacha se arrojó á las plantas de su marido, hecha un mar de lágrimas, pidiéndole perdon y dando prueba harto manifiestas de cuán arrepentida estaba de haber quebrantado sus mandatos.

Tan hermosa y afligida era capaz de quebrantar una peña; pero el corazon de Barba-azul era más duro que las peñas.

—Señora, le dijo, moriréis, y al insante.

—¿Porqué quieres matarme? respondió ella mirándole con los ojos arrasados en llanto. Concédeme al menos algun tiempo para rogar á Dios.

—Medio cuarto de hora, replicó Barba-azul: ni un minuto más.

Así que se vió sola, llamó á su hermana, y le dijo:

—Mi querida Ana (así se llamaba): por la Vírgen santísima, corre, sube á lo más alto de la torre, y mira si descubres á mis hermanos. Me prometieron visitarme hoy. Si les ves, diles por señas que se apresuren á llegar.

Ana subió á lo alto del a torre, y su infeliz hermana á cada instante en alta voz le decia:

—Ana, mi querida Ana, ¿ves algo?

Y la hermanita Ana contestaba:

—Nada. Veo el sol que polvorea, la yerba que verdeguea.

Entretanto Barba-azul con un enorme alfanje en la mano, con voz de trueno gritaba:

—Baja al instante, ó subo yo.

—¡Por la Vírgen de los Desamparados! Un momento, respondia su mujer. Y luego, bajando la voz, repetia:

—Ana, mi querida hermanita Ana, ¿ves algo?

Y la hermanita Ana contestaba:

—Nada. Veo el sol que polvorea, la yerba que verdeguea.

—Baja al instante, gritaba Barba-azul, ó subo yo.

—Voy, voy, contestaba su mujer. Y luego, bajando la voz, decia:

—Ana, mi querida hermanita Ana ¿ves algo?

—Veo, contestó Ana, una espesa nube de polvo que se va acercando.

—¡Son mis hermanos!

—No, hermanita mia: no se ve más que un rebaño de ovejas.

—¿Bajas ó no, con dos mil de á caballo? gritaba Barba-azul.

—Al momento, al momento, contestó su mujer. Y luego decia por lo bajo:

—Ana, mi querida hermanita Ana, ¿ves algo?

—Veo dos caballeros que vienen hácia acá, pero están muy léjos todavía..... ¡Alabado sea Dios! exclamó al poco tiempo: son mis hermanos; y les estoy diciendo por señas que aprieten el paso.

Barba-azul estaba echando sapos y culebras, y gritando tan desaforadamente, que retemblaba todo el edificio.

La infeliz esposa tuvo que bajar, y desgreñada y pálida y anegada en lágrimas se arrojó á los piés de su marido.

—Todo es inútil, exclamó Barba-azul: llegó tu hora.

Miéntras con una mano la tenia cogida por los cabellos, con la otra levantaba en alto el alfanje para cortarle la cabeza. La pobre mujer, alzando su frente y mirándole con ojos moribundos, le suplicó que le concediese algunos instantes para recomendar el alma.

—No, no, dijo él: Dios te perdone. Y levantando el brazo....

Al mismo instante llamaron á la puerta con tal furia, que de golpe se quedó Barba-azul suspenso.

De repente ábrese la puerta, entran dos caballeros espada en mano, y arremeten contra él. Conociendo Barba-azul que serian los hermanos de su mujer, dragon el uno, y mosquetero el otro, tomó corriendo las de Villadiego. Mas de poco le valió la ligereza de las piernas, porque ántes de que pudiese llegar al primer peldaño de la escalera, ya los dos hermanos le habian atravesado el cuerpo con sus espadas, y cayó muerto. La infeliz mujer, casi tan muerta como su marido, no tuvo aliento siquiera para abrazar á sus hermanos.

Vióse luego que Barba-azul no dejaba ningun heredero, y que por lo tanto su mujer quedaba dueña y señora de todas sus riquezas. Una buena porcion de la herencia la destinó para casar á su hermanita Ana con un jóven gentilhombre que desde mucho tiempo la amaba; con otra parte de los bienes compró empleos de capitan, para sus hermanos; y lo restante le sirvió para casarse ella misma con un sugeto de excelentes prendas, en cuyos brazos olvidó pronto los malos tratamientos de su difunto y desalmado consorte Barba-azul.


MORALEJA.

Si la curiosidad tiene su encanto,
Causa es tambien de llanto.
De la docta experiencia bien lo infiero:
Placer tan soso y huero
(Perdonen las mujeres)
Es el más baladí de los placeres.
En esperanza inquieta y martiriza,
Y al tocarlo deshácese en ceniza.
Por muy barato que un placer tan raro
Se llegate á comprar, es siempre caro.

OTRA.

Cualquiera que el teclado
Entienda de este mundo y la cucaña,
Conocerá que el lance que he contado
Pasó en los tiempos de Maricastaña.
No corren ya maridos tan terribles,
Ni maridos que pidan imposibles.
Los más fieros, celosos y guapazos
Suelen ser unos pobres calzonazos.
Y aunque tengan morada,
Verde, amarilla, azul ó colorada
La barba los follones;
Las mujeres se calzan los calzones.


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