Acto I
Arauco Domado
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen el CAPITÁN ALARCÓN
y DON FILIPE DE MENDOZA.
DON FILIPE:

  Viose, señor Capitán,
en peligro don García
que él solo salir podía.

ALARCÓN:

Tanto más nombre le dan
  cuanto con menos soldados
ha ganado las vitorias
que escurecerán las glorias
de muchos siglos pasados.
  ¡Dios sabe la mucha pena
que teníamos allá!

DON FILIPE:

Buena gente junta está.

ALARCÓN:

Buena, y con estremo buena.
  Pero, ¿qué dijera España
si hubiera visto esta tarde
seiscientos hombres de alarde
para tan notable hazaña
  y venir un escuadrón
de cuarenta mil indianos,
por lo menos, araucanos,
que es formidable nación?
  Mas suplícoos, don Filipe,
prosigáis la relación
porque, en aquesta ocasión,
de tanto bien participe.

DON FILIPE:

  Resuelto ya don García
de acabar con gloria tanta
la empresa, el fuerte dejó
que fue su defensa y guarda;
y entrando la tierra adentro,
belicosa y rebelada,
al río de Bío-Bío
valerosamente marcha.
Pero apenas ve su margen
cuando mira en la otra banda
más indios que arenas y hojas
en sus aguas y en sus plantas.
Para ver si se podía
pasar sin peligro en balsas
dejó su gente el Mendoza
donde haciéndolas estaba
y intentó la más notable
y más prodigiosa hazaña
que de general se cuenta,
César perdone, en su barca,
que en otra de árboles verdes
con solos tres hombres pasa
(Cano, Ramón y Bastida)
a las riberas contrarias.
Viendo, pues, disposición,
vuelve a pasar sus escuadras,
que fuera cosa imposible,
pues apenas lo intentaran
cuando los indios con flechas
los dejaran en sus aguas
como el cazador las aves
que sobre sus ondas andan.

DON FILIPE:

Mas mira qué estraño ardid,
que, en tanto que los miraban,
hacía bajar cien hombres
dos leguas por la campaña
y en balsas, su poco a poco,
secretamente pasaban,
de suerte que, cuando el indio
quiso conocer su falta,
ya estaba de la otra parte
la más parte puesta en armas.
A Andalicán marchan todos,
las banderas se levantan,
los valles de Arauco atruenan
las trompetas y las cajas.
Reinoso a reconocer
la campaña se adelanta;
cargan sobre él dos mil indios
diciendo tales palabras:
«¿Adónde venís, ladrones,
cobardes, por vuestra infamia?
Con esta paz os recibe
la tierra mal conquistada.
Venid, que, como a Valdivia,
os sacaremos las almas
donde la codicia viene
del oro antártico y plata».
Al retirarse Reinoso
dos soldados se desmandan
a comer alguna fruta,
a quien los indios asaltan.

DON FILIPE:

Guillén valerosamente
se defiende con la espada;
Orompello se aficiona
y de los demás le guarda,
pero, al tiempo que le envía
al General la arrogancia
de Galbarino (indio fuerte,
aunque de malas entrañas),
pasó a Juan Guillén las flechas
de un golpe por las espaldas.
Quiere matarle Orompello;
defiéndenselo las canas
y autoridad de otros indios;
Román de Vega se escapa
y al General se lo cuenta;
parte a saber lo que pasa;
el capitán Juan Ramón
halla los indios, disparan,
pelean, dase principio
a tan sangrienta batalla
que al mar de Chile corrían
arroyos de sangre humana.
Alabarte al General,
encarecerte su espada,
lo que hizo, lo que dijo,
era mi propia alabanza,
porque soy hermano suyo,
mas solo decirte «¡Basta!»
que tembló Arauco su nombre
y le llamó 'Sol de España'.

(Dentro toquen al arma.)


ALARCÓN:

Señal, don Filipe, han hecho.

DON FILIPE:

Al valle de Arauco marchan.
En el camino os diré
cierta aventura más blanda,
porque es de amor.

DON ALONSO:

Suele amor
trocar con Marte las armas.

(Salen TUCAPEL y GUALEVA.)
TUCAPEL:

  Aunque de tantas heridas,
Gualeva, curaste el pecho,
donde es justo que residas,
mayor la del alma has hecho,
por quien te ofrezco mil vidas,
  que el haber della curado
fuera no haberte pagado,
señora, con justo amor
aquel divino valor
que en mi remedio has mostrado.

GUALEVA:

  Tuviera tanta alegría
que, en mil siglos, aumentara,
Tucapel, la vida mía
si en tus ojos no mirara
tanta tristeza este día,
  que el ver que no te merecen
los míos que me la digas
nuevas sospechas me ofrecen,
porque a imaginar me obligas
que otros, mi bien, te entristecen.
  ¿Quieres bien otra mujer
o acaso, que puede ser,
te aflige el ver que se goza
don Filipe de Mendoza
de que te pudo vencer?
  ¿Envidias a don García,
su famoso general,
el talle o la valentía,
que ninguno te es igual,
por tu vida y por la mía?
  Los españoles, ¿qué son?
Pues yo con esta macana
te saqué de un escuadrón
aquella propia mañana
que te llevaba en prisión.
  ¡Alégrate, que ninguno
volverá con vida a España!

TUCAPEL:

Ni amor ni español alguno
de aquesta tristeza estraña
hoy fuera dueño importuno
  siendo, Gualeva, quien eres
y yo el que soy, cuyos nombres
haces mal si no prefieres
el mío a infinitos hombres
y el tuyo a muchas mujeres.
  Tuyo soy, como lo fui,
que por belleza y valor
no hay más, Gualeva, que en ti
ni para lo que es amor
hay más que penar que en mí.
  Si don Filipe me hirió,
no digas que me venció,
que si me arrojé en su fuerte
fue en desprecio de la muerte,
pero de mis armas no.
  Yo salí, que, pues salí,
mayor mi vitoria fue,
y aunque herido, yo vencí,
pues basta decir que entré
para estar con honra aquí.
  Envidiar a don García
de qué manera podría,
que si es Mendoza español,
yo soy Tucapel, que al Sol
en nobleza desafía.
  Mi tristeza es no saber
de la vida de Talgueno.

GUALEVA:

Más causa debe de haber.

TUCAPEL:

De otra causa estoy ajeno,
y qué mayor puede ser
  que la vida de un amigo
a quien debo la que tengo.

GUALEVA:

Celos me has dado.

TUCAPEL:

Si digo
por lo que suspenso vengo,
¿de qué te enojas conmigo?

(Salen PUQUELCO y otros indios
con REBOLLEDO atado.)
PUQUELCO:

  ¡Camina, español!

REBOLLEDO:

Espera,
que no me habéis convidado
si no es a la muerte fiera.

GUALEVA:

Con un español atado
viene Puquelco.

TUCAPEL:

¡Quién viera
  desta suerte al General!
¿Qué es esto?

PUQUELCO:

A buscar su mal,
aunque sustento buscaba,
salió este español, que estaba
comiendo en un plantanal.
  Flecharle quiso Leleco;
yo se le quité por ver
si vale para algún trueco.

REBOLLEDO:

Hoy tengo de perecer.

TUCAPEL:

Algo me parece seco;
  mas, mientras voy a la junta
que hace Caupolicán,
Puquelco, al pecho le apunta.

PUQUELCO:

¿Qué parte dél asarán?

TUCAPEL:

Graciosa está la pregunta.
  Ásale entero, que quiero
comérmele todo entero
de rabia de don Filipe,
y Gualeva participe
si aquí me espera.

GUALEVA:

Aquí espero,

(Vase TUCAPEL.)
REBOLLEDO:

  Acabose; hoy imitamos
al bendito San Lorenzo.

PUQUELCO:

Arrímale a aquellos ramos.

INDIO:

Comienza a flechar.

PUQUELCO:

Comienzo.

REBOLLEDO:

¿Comienzo?

PUQUELCO:

Ya comenzamos.

REBOLLEDO:

  Pues, ¿qué música o qué historia?
Señora, doleos de mí.

GUALEVA:

Cuando traigo a la memoria
que por Filipe me vi
cerca de perder mi gloria,
  a todos juntos quisiera
flecharos desa manera.
No le tiréis.

REBOLLEDO:

Todo el Cielo
te guarde, que tal consuelo
me has dado en pena tan fiera.

GUALEVA:

  No le tiréis, porque quiero
que le aséis vivo.

REBOLLEDO:

Pensé
que era piedad lo primero.
En lo que te dije erré;
ya que me tiréis espero.
  Tiradme, que es menor mal
asarme muerto que vivo;
pero, ¿qué venganza igual
a vuestra crueldad recibo
como comerme sin sal?
  Dejadme ir, que os prometo
de traérosla en un punto.

GUALEVA:

Acá la habrá.

REBOLLEDO:

¡Bravo aprieto!
¡Pero si valgo difunto
más que vivo! Porque efeto
  no sirvo al Rey, que es razón
a mi patria y mi nación.

GUALEVA:

¿Muerto los puedes servir
más que vivo?

REBOLLEDO:

Si a morir
me faltaba el corazón,
  ya le tengo por vengarme
en mataros. ¡Ea, llegad!
¡Llegad! ¡Empezad a asarme!
¡Encended fuego! ¡Acabad!
¿Qué os detenéis en matarme?

GUALEVA:

  Pues, ¿muerto nos darás muerte?
¿No me dirás de qué suerte?

REBOLLEDO:

Tengo cierta enfermedad
de tan mala calidad
que por mis venas se vierte
  a manera de veneno,
y si algún ave en España
o animal della está lleno,
tanto al que le come daña
que muere de seso ajeno.
  Asadme, porque dé muerte
a Tucapel desta suerte
y sirva a mi General
en quitaros hombre igual,
tan atrevido y tan fuerte.

PUQUELCO:

  ¡Mira lo que haces, señora!

GUALEVA:

¿Qué nombre ha puesto la Fama
a esa enfermedad traidora?

REBOLLEDO:

'Escapatoria' se llama.

GUALEVA:

Ahora bien, dejalde agora.

REBOLLEDO:

  ¿Cómo dejar? ¡Eso no,
vive Dios, que me han de asar!

GUALEVA:

¿No es mejor vivir, si yo
la vida te quiero dar?

REBOLLEDO:

Quien desdichado nació,
  ¿en qué acertará a servir
a su Rey y a su nación?
¡Oh, qué mal hice en decir
mi enfermedad!

GUALEVA:

La traición
aún no la supo encubrir.
  ¡Traedle preso!

REBOLLEDO:

¡Oh, qué gloria
me quitáis!

GUALEVA:

Toda la historia
a Tucapel contaréis,
y que está lleno diréis
de ponzoña escapatoria.

(Vanse, y salen CAUPOLICÁN, TUCAPEL,
RENGO, TALGUENO y OROMPELLO.
Siéntese CAUPOLICÁN enmedio
y los cuatro a los dos lados.)
CAUPOLICÁN:

  Sentaos y oíd, pues sois los principales
destos estados, el acuerdo mío.

RENGO:

¿Qué puedes tú decir en que no aciertes
con la esperiencia y el ingenio tuyo?

TUCAPEL:

Propón, Caupolicán, lo que te agrada,
que todos estaremos de tu voto.

CAUPOLICÁN:

  Ya veis, valientes chilenos
y gallardos araucanos,
cómo al español Filipe
nos habemos rebelado,
porque muchos de nosotros
éramos ya sus vasallos
y aun el bautismo de Cristo
no pocos indios tomaron.
Pareció famosa hazaña
al generoso Lautaro
y a otros sacar el cuello
de los españoles lazos.
Sucedió como sabéis:
murió Valdivia en Arauco,
vencimos a Villagrán;
libres entonces quedamos;
pero, sentido el virrey
del Pirú destos agravios
(que aquellos reinos gobierna
en nombre del Quinto Carlos),
a su hijo don García,
ese que llaman Hurtado
de Mendoza, envía a Chile.
Él dice a pacificarnos,
y, aunque es verdad que lo ha hecho
con piedad y ingenio tanto,
yo no sé determinarme
si a su valor nos rindamos.

CAUPOLICÁN:

Proseguir la guerra es cosa
de gran duda, imaginando
el valor deste mancebo
y sus principios estraños,
las batallas que ha vencido,
los ardides, los reparos
que a nuestras ofensas hace,
venciendo, hiriendo, matando;
pues el rendirnos también,
aunque él lo pretende tanto,
grande infamia me parece,
ni ser de nadie vasallos,
que aunque es verdad que el Mendoza
lo ha de ser en perdonarnos,
¿quién ha de poder sufrir
que estos indomables brazos
sujete el yugo español
ni el imperio de hombre humano?
Decid vuestro parecer,
porque yo, indeciso, acabo
con decir que os seguiré
en el provecho y el daño.

TUCAPEL:

  Mi voto, General, si tiene fuerza
entre pechos tan graves, voto mío
es que jamás de la razón se tuerza,
que siempre el bien en la razón confío.
Si la vertida sangre no os esfuerza,
de que ha llevado más que de agua el río,
a pretender venganza destos hombres
que aquí nos hacen conocer sus nombres,
  pueda el veros esclavos, araucanos,
de estraños hombres a tan justa hazaña
mover el pecho y levantar las manos
hasta morir con honra en la campaña.
¿Por qué vienen a Chile los cristianos,
pues que no vamos los de Chile a España?
¿Que vengan por mil mares no es bajeza
a ponernos los pies en la cabeza?
  Si el soberano Apón juntar quisiera
chilenos y cristianos españoles,
no con tan largo mar nos dividiera.
Un sol nos diera luz y no dos soles,
acá y allá de un alba amaneciera;
mas cuando aquí se ven sus arreboles,
allá es de noche, luego quiere el Cielo
que se sustenten en distinto suelo.
  Razón es que miréis que Dios se ofende
que os sujetéis a un hombre, y hombre estraño,
que enriquecerse del sudor pretende
de nuestra mina de oro y fértil año.
A lo menos si alguno lo pretende,
no haga a los demás agravio y daño.
Váyase luego y sirva como esclavo
al español, entre cobardes bravo.

RENGO:

  Yo no entiendo, Tucapel,
si en lo que dices aciertas,
siendo a tu patria crüel
cuando del Mendoza adviertas
las grandezas que hay en él.
  Si el General, si tú y yo,
si Orompello, si Talgueno
y otros que Arauco crio
como a fieras con veneno
que este corazón nos dio
  nós podemos eximir
de que nos pueda oprimir
la fuerza del español,
no todo Arauco y Engol,
que muchos han de morir.
  La guerra, ¿qué puede hacer
sino robos, muertes, daños...?
Los grandes han de comer;
en los pequeños los daños
se vienen a resolver.
  No es sujetarse a cristianos
bajeza, si ellos son tales
que han llegado por sus manos
desde sus setentrionales
montes a nuestros indianos.

RENGO:

  La mejor luz en el cielo,
¿no es el sol? Pues si es el sol
que te causa desconsuelo,
que sea el hombre español
el mejor hombre del suelo.
  Confesad su pulicía,
su lenguaje, su hidalguía,
su República, sus leyes;
pues, ¿por qué no han de ser reyes
de cuanto el sol mira y cría?
  Soy de parecer que luego
esta tierra pertinaz
vaya con humilde ruego
a pedir paz, que la paz
será su bien y sosiego.

TUCAPEL:

  ¿Téngote de responder
o ha de hablar Talgueno agora?

TALGUENO:

No sé yo si es menester
que hable yo, pues no mejora
el mío tu parecer,
  que cuando lo que has propuesto
no fuera justo y honesto,
ser tu amigo era ocasión
de sustentar tu opinión.

RENGO:

¿Qué dices?

CAUPOLICÁN:

¡Paso! ¿Qué es esto?
  ¿Es campo o consejo?

OROMPELLO:

Mira,
Tucapel, que muchas veces
no te da lugar la ira
a ver las causas que ofreces
a quien a la paz aspira.
  Rengo propone muy bien
que no es hombre don García,
aunque es mancebo, con quien
burlarse Arauco podría,
sino perderse también.
  Si habéis visto tanta hazaña,
¿por qué no se han de rendir
por él a Carlos de España?

TUCAPEL:

Gana tenéis de vivir.

OROMPELLO:

El pensamiento te engaña;
  ya conoces a Orompello.

RENGO:

¿Para qué tratamos dello
si la guerra de allá fuera
nuestras entrañas altera
y se ha de asir de un cabello?
  Antes, pues, que Tucapel
dé con su furia ocasión
a atravesarme con él,
digo que tiene razón
y que te rijas por él.
  Acomete a don García,
no entienda que es cobardía
la paz que propongo aquí,
que entre amigos hablo ansí
por bien de la patria mía;
  pero cuando esté en la guerra,
yo solo al bravo español
arrojaré donde cierra
con llave la noche al sol
porque no vuelva a esta tierra.
  ¿No es coronel de su campo
don Luis, que con el blasón
de los Toledos estampó?
Y el capitán Juan Ramón,
¿no es su maestre de campo?
  ¿Don Pedro de Portugal
no es el alférez mayor
y el sargento principal,
Pedro de Aguayo, en valor
con los de Córdoba igual?

RENGO:

  ¿Los capitanes no son
de a caballo en su escuadrón
Rengifo, Ulloa, Reinoso,
con el Quiroga famoso
de la pasada ocasión?
  A don Filipe su hermano
y a don Alonso Pacheco
y a Vasco Suárez, indiano
que hasta el Pirú trujo el eco
del gran nombre lusitano,
  ¿no ha dado la infantería?
¿Para sargento no envía
a Obregón, hombre de pecho?
¿Y a Berrio no le ha hecho
capitán de artillería?
  Pues de cuantos he nombrado
tengo de traer aquí
la cabeza.

TUCAPEL:

Estás airado;
deja alguno para mí.

CAUPOLICÁN:

Tucapel, ya estás pesado.
  Levántome, que no quiero
que tengáis más ocasión.
Antes que salga el lucero
he de estar con mi escuadrón
sobre el castellano fiero.
  De noche quiero marchar,
que, cogidos de improviso,
los pienso desbaratar,
y allí tendremos aviso,
pues aquí no dais lugar,
  para saber si conviene
la guerra o la paz.

OROMPELLO:

Quien tiene
culpa tu enojo merezca.

TALGUENO:

Lo que más justo parezca:
eso es razón que se ordene.

OROMPELLO:

  ¿Qué capitanes irán?

CAUPOLICÁN:

Colocolo, Paycaruán,
Alomaca, Leocotón,
Tomé, Lincoya, Atilguón,
Pilloldo, Elpoma y Teguán;
  los caciques Caniotaro
y Millalermo también.

TUCAPEL:

Pues como antes del sol claro
en los españoles den,
¿adónde hallarán reparo?
  Camina, que el santo Apón
valor inmortal te dio
para que nadie te dañe.

RENGO:

Basta que yo le acompañe.

TUCAPEL:

¿Para qué, donde estoy yo?

CAUPOLICÁN:

  Bueno está.

OROMPELLO:

¿No callarán?

RENGO:

Yo puedo hablar, Tucapel.

CAUPOLICÁN:

¡Callad ya,...

TALGUENO:

¡Recios están!

CAUPOLICÁN:

... que no va nadie con él
donde va Caupolicán!

(Vanse, y salen REBOLLEDO y GUALEVA.)
GUALEVA:

  Lejos vamos divertidos.
Cansancio siento, aunque es mengua
la que lleva de tu lengua
tan colgados los oídos.
  Estrañas cosas refieres
de don Filipe si sabes
que unas señas tan suaves
son anzuelo en las mujeres.
  Yo adoro mi Tucapel,
y con ser mi fe tan rara,
presumo que no contara
tantas maravillas dél.

REBOLLEDO:

  Estas tiene y muchas más,
porque dél lo menos digo.
¿Quieres, Gualeva, conmigo
irle a ver?

GUALEVA:

¿Tan necio estás?
  ¿No ves que fuera en mi honor
gran delito?

REBOLLEDO:

Si tuvieras
buen gusto, ¿cómo pudieras
llamar delito al amor?

GUALEVA:

  Luego, ¿fuera una mujer
a ver en España a un hombre
de buen talle, fama y nombre?

REBOLLEDO:

Poco debes de saber
  de las costumbres de allá,
porque van muchas mujeres
a los honestos placeres
donde el honor firme está.
  Van a las fiestas y ocupan
ventanas, plazas y calles;
tal vez por montes y valles
de todo se desocupan
  y, como cabras saltando,
meriendan aquí y allí.

GUALEVA:

¿Y hablan con cualquiera?

REBOLLEDO:

Sí,
con cualquiera van hablando.
  Ellas no dejan jardín,
abejas son de sus flores,
tal vez por hablar de amores
y tal vez a honesto fin.
  Unas toman el acero,
que más de seis yerros cubre,
y lo que han hecho en otubre
quieren curar por hebrero;
  otras se van a pacer
apio y bredos mercuriales
antes que el sol los cristales
del alba salga a romper.
  No hay cosa donde no estén;
ellas saben cuanto pasa.
Hasta quemarse una casa
tienen por fiesta, y lo ven.
  Si entra un señor, allá van;
si ajustician algún reo,
con piedad o con deseo
de verle en la plaza están.
  Ferian, compran, andan, trotan...,
porque todas son, en fin,
devotas de San Trotín;
hablan, piden, alborotan...
  No digo, como encareces,
ir a ver una persona
famosa; pero una mona
la irán a ver treinta veces.

GUALEVA:

  ¿Vuestro Mendoza, en efeto,
todos los indios recibe
que vienen de paz?

REBOLLEDO:

No vive
aquí ninguno sujeto.
  Dos mil veces los perdona
y los carga de regalos,
aunque algunos son tan malos
que los honra y aficiona
  y ellos vuelven otro día
con las armas contra él.

GUALEVA:

De miedo de Tucapel
nunca he visto a don García.

REBOLLEDO:

  Si le vas a ver y hablar,
pues ningún temor lo veda,
de cuanto en España queda
no tienes que desear.
  Persona, virtud, valor,
gracia, ingenio, autoridad
y una real majestad
vestida de resplandor
  verás en aqueste Hurtado
tan suya, en honor del suelo,
que de algún girón del Cielo
dirás que fue hurtado Hurtado.
  Ven y vendrás de sus manos
cargada de ricos dones.

GUALEVA:

Dulces deseos me pones
de ver y hablar los cristianos.

REBOLLEDO:

  Poco a poco te he traído
con engaño hasta el lugar
donde los puedes hablar.

GUALEVA:

Engaño fue consentido:
  yo me he dejado traer.
¿Son estos?

REBOLLEDO:

Sí, aquestos son.

GUALEVA:

¡Oh, siempre hermosa nación!

REBOLLEDO:

Desde aquí los puedes ver.

(Salen DON GARCÍA, DON FILIPE,
DON ALONSO y capitanes.)
DON GARCÍA:

  Pues es mañana, ¡oh, nobles caballeros!,
de aquel apóstol soberano el día
que, muriendo en la cruz con tanto gusto,
le dijo mil requiebros, como a esposa;
aquel que, siendo Lino para el cielo,
quiso pasar martirios como Lino
hasta morir aspado. La grandeza
del día por mil causas nos obliga
a celebrar su fiesta, y no es pequeña,
que el marqués, mi señor, Andrés se llama.
Todos es justo que os halléis en misa
y que con regocijo nuestro ejército
le haga salva al apuntar el día
con las cajas, trompetas y clarines.
Podranse disparar algunas piezas
y a la tarde saldremos a caballo.
Tenga de todo el cargo don Filipe;
don Alonso de Ercilla le acompañe
y cada cual se esfuerce, como es justo,
a salir muy galán por darme gusto.

DON FILIPE:

Estimo en gran favor que esto me mandes,
como quien devoción tan justa tiene
al nombre deste apóstol soberano
que fue cual dicen el primer cristiano.

DON ALONSO:

Bien puedes recogerte, que, dos horas
antes que el alba muestre en el oriente
la cabeza de sándalos ceñida
ni se haya abierto flor a ver sus lágrimas,
habrán los instrumentos militares
hecho salva al apóstol y a los bajos
de las piezas llevado dulces tiples
las chirimías en alegre música.

DON GARCÍA:

Pues yo me voy con esto, caballeros.
Mirad que Andrés es hoy el patrón mío
y que es mi padre Andrés.

DON FILIPE:

Está seguro
que no le harán más fiestas en España
Carlos su rey y el príncipe Filipe,
celebrando el tusón que traen al cuello
por su patrón, Andrés, con aspas de oro.

DON GARCÍA:

¡El Cielo os guarde!

DON FILIPE:

A prevenirlo vamos.

(Al irse le ase REBOLLEDO a DON FILIPE.)
REBOLLEDO:

Escucha una palabra.

DON FILIPE:

¿Qué me quieres?

REBOLLEDO:

¿No me conoces?

DON FILIPE:

¿Rebolledo?

REBOLLEDO:

El mismo.

DON FILIPE:

¡Válate Dios! Dijeron que eras muerto.

REBOLLEDO:

Allá estuve cautivo entre esos bárbaros,
que me engañó la hambre y unos plátanos,
adonde me asaltaron tres mil indios,
de los cuales maté... Ya me conoces:
no me quiero alabar.

DON FILIPE:

Cuando te alabes,
puedes muy bien, porque haces lo que dices.
Mas, ¿cómo te has librado de sus manos,
que son crüeles estos araucanos?

REBOLLEDO:

  Sentenciado estuve a asar,
pero, al tiempo de espetarme,
yo supe, señor, librarme.

DON FILIPE:

¿Que te pudiste escapar?
  ¿En qué gente diste?

REBOLLEDO:

Creo
que te cause admiración:
¡de Tucapel!

DON FILIPE:

¡Fieros son!

REBOLLEDO:

¿Quieres cumplir un deseo
  a cierta dama araucana
que, aunque anochece, es un sol
que, para verte, español,
hará la noche mañana?

DON FILIPE:

  ¿Dama de Arauco? ¿Quién es?

REBOLLEDO:

Mi ama.

DON FILIPE:

¿Cómo tu ama?

REBOLLEDO:

Es de Tucapel la dama.

DON FILIPE:

¡Voces tendremos después!
  Pero, ¿dónde está?
Rebolledo

GUALEVA:

don Filipe, mi señor,
te habla.

GUALEVA:

Tu gran valor
me da ocasión que me atreva
  a buscarte desta suerte.
Gracias al Sol que te veo,
porque ha días que deseo,
español, hablarte y verte.

DON FILIPE:

  Este soldado decía
que el mismo sol me buscaba
y que de noche llegaba
para convertirla en día,
  y que se engañó recelo,
porque, buscándome vós,
podemos decir los dos
que me busca todo el cielo,
  que sol, estrellas, esferas,
luna y planetas también
en esta noche se ven.

GUALEVA:

¡Qué palabras lisonjeras!
  Yo pensé que los soldados
menos blandura tenían.

DON FILIPE:

Cuando al campo los envían
de acero y de honor armados
  muestran braveza a los hombres;
pero hablando con mujeres,
¿cómo, hermosa dama, quieres
ver su arrogancia y sus nombres?
  Cuando hablo a Tucapel,
y él lo sabe ya de mí,
soy león; mas, para ti,
¿para qué he de ser cruel?
  Allá deseo rendir;
aquí, estar siempre rendido.

GUALEVA:

¿Que fue de tu mano herido?
¿Que tú le pudiste herir?

DON FILIPE:

  Si tú me has herido a mí,
¿qué te espantas? No es más nombre
que no herir un hombre a otro hombre.

GUALEVA:

Luego, ¿yo te herido?

DON FILIPE:

Sí.

GUALEVA:

  No me acuerdo.

DON FILIPE:

Pues no ha tanto.

GUALEVA:

¿Y es mucho?

DON FILIPE:

¿No lo suspecha
si tienen tus ojos flechas?
¿Para qué preguntas cuánto?
  Basta que a vengar veniste
la herida de Tucapel.

GUALEVA:

Soy noble y no soy cruel.

DON FILIPE:

Tal hermosura te viste.

GUALEVA:

  Ahora bien, ¿cómo veré
al General?

DON FILIPE:

Bien podrás,
y de mí y dél llevarás
prendas de amistad.

GUALEVA:

No sé
  por qué os tiene nuestra gente
por crueles.

DON FILIPE:

Porque son
de indomable condición.

GUALEVA:

Vamos, capitán valiente,
  y veré tu General.
Honradme por Tucapel.

DON FILIPE:

Por ti, señora, y por él.

REBOLLEDO:

¿Qué te ha parecido?

GUALEVA:

Mal.

REBOLLEDO:

  ¿Por qué?

GUALEVA:

Porque me consuela
de lo que no ha de ser mío
decir mal.

REBOLLEDO:

Mira aquel brío.

GUALEVA:

Todo español me desvela.
  Pero no quieras señal
de rendirse una mujer
como en lo que no ha de ser
mirar bien y decir mal.

(Vanse, y salen con secreto
CAUPOLICÁN, RENGO, TUCAPEL,
OROMPELLO, TALGUENO
y indios soldados con armas.)
CAUPOLICÁN:

  Pisad de suerte que la misma tierra
no sienta las pisadas, conocidas
del viento algunas veces en la guerra,
  porque en la blanda yerba detenidas
apenas lleguen a estamparse en ella,
y no por el peligro de las vidas,
  mas por la gloria desta empresa bella,
pues no siendo sentidos os prometo
que volveremos vitoriosos della.

TUCAPEL:

  Llegado habemos todos con secreto
al español alojamiento, y tanto,
que hará nuestra venida grande efeto.
  Cubrió la noche de su escuro manto
la esclarecida lámpara del día
y bañose la tierra en negro espanto.
  Duerme seguro el español García,
cansado del cuidado de la guerra;
ni suena vela ni parece espía.
  En tanto, pues, que el sueño ocupa y cierra
sus ojos de Argos, acomete, embiste
y libra de sus armas esta tierra.

RENGO:

  Toda la guerra en el ardid consiste.
Ellos duermen; ¿qué aguardas?, ¿prevenciones?

TALGUENO:

Antes que el alba que los campos viste
  declare al español tus escuadrones,
pasa a cuchillo al General dormido
con los demás que siguen sus pendones.

(Dispárense tres o cuatro arcabuces
y tóquense las chirimías, altérense los indios
y digan dentro luego los músicos.)
OROMPELLO:

¡Válgame el Cielo! ¡Si nos han sentido!

MÚSICOS:

(Cantan.)
  Al santo apóstol Andrés
hace salva con el alba
el general don García,
día de su fiesta santa,
que los veinte corazones
que pone Hurtado en sus armas
quisiera que fueran mil
para darle con el alma.
(Tornen a disparar, y luego las chirimías,
tornando a alterarse los indios.)
¡Suenen los tiros, toca las cajas,
dale fuego, dale fuego, hagamos salva
al apóstol Andrés y viva España!

CAUPOLICÁN:

  Vendidos habemos sido;
algunos nos acompañan
que nos deben de vender.

TUCAPEL:

¡Esta es traición!

RENGO:

Cosa es clara.

TALGUENO:

Fuera de senda venimos;
hasta las plumas quitadas
porque no las viese el viento.

OROMPELLO:

Sin duda que están en arma.

(Tornen a tocar cajas y disparar,
y luego las chirimías.)
MÚSICOS:

¡Suenen los tiros, toca las cajas,
dale fuego, dale fuego, hagamos salva
al apóstol Andrés y viva España!

UNA VOZ :

(Dentro.)
¡Notable alboroto suena!

DON ALONSO:

¡Hola! Pase la palabra,
que hay en el campo alboroto.

DON FILIPE:

Soldados, ¿es arma o salva?

DON ALONSO:

Arma, señor don Filipe;
cubierta está la campaña
de indios que, con la noche,
los buenos días nos daban.

DON FILIPE:

¡Ah, famoso General!

DON GARCÍA:

¿Quién es?

DON FILIPE:

Don Filipe os llama.

DON GARCÍA:

¿Qué hay, hermano?

DON FILIPE:

Indios de guerra,
que, aunque secretos llegaban,
los descubrió el santo Andrés,
porque su divina salva
pensaron que era la nuestra.

DON GARCÍA:

¡Qué presto los buenos pagan!
¡Bien haya quien sirve a buenos!
¡Toca al arma!

DON FILIPE:

¡Al arma!

DON ALONSO:

¡Al arma!

(Toquen al arma y salgan todos a ellos,
trabándose una gran batalla,
acabada la cual salgan FRESIA y MILLAURA.)
MILLAURA:

  ¿Dónde tan apriesa vas?

FRESIA:

Millaura, no tiene amor
sosiego y quietud jamás,
porque es un dulce furor
que, oprimido, crece más.
  Arco y flechas he tomado
con ansia de que mi esposo
habrá al español llegado.

MILLAURA:

Ya el asalto riguroso
debe de estar acabado,
  y no tienes que temer,
que, cogiéndolos dormidos,
vitorioso ha de volver.

FRESIA:

No me dicen los sentidos,
Millaura, que ha de vencer.
  Los ojos, si el campo miro,
todas las yerbas teñidas
de sangre ven; si respiro,
me están quitando mil vidas
y en lugar de hablar suspiro.
  Solo escuchan los oídos
tristes aves agoreras
con cantos aborrecidos
y tal vez oigo las fieras
dar por este monte aullidos.
  Si algo toco, me parece
que luego se desvanece;
si lo gusto, que es veneno,
todo está de sombras lleno;
sangriento el sol me parece.
  Perlas, Millaura, he soñado;
lágrimas tendremos hoy.

MILLAURA:

Los agüeros que has mirado
y los que mirando estoy
crecen más nuestro cuidado.
  Agrádame en los cristianos
el no andar desvanecidos
en estos agüeros vanos.

FRESIA:

Tenemos los recibidos
como por ley los indianos.
  Iré al asalto sin duda.

MILLAURA:

Calla, que vencido habrán
dándoles la noche ayuda.

FRESIA:

Temo que este capitán
todos sus consejos muda.
  Quidora fue con Talguén.

MILLAURA:

Ya no tardará Quidora,
o Gualeva, que también,
como a Tucapel adora,
le fue siguiendo.

FRESIA:

Hacen bien.
  Yo sola vengo a mostrar
en tal tiempo cobardía.

(Sale ENGOL, indio muchacho,
hijo de CAUPOLICÁN.)
ENGOL:

¿Qué nos queda que esperar?

FRESIA:

¿Es este Engol?

ENGOL:

Ya que el día
ni el Sol nos quiere ayudar,
  parece que le ha mandado
a la noche y a la luna
nos pongan en más cuidado.

FRESIA:

¿Qué es esto, Engol?

ENGOL:

La Fortuna
varía en el más firme estado.

FRESIA:

  ¿Qué ha sucedido?

ENGOL:

Llegó
mi padre, Caupolicán,
adonde ayer se alojó
ese español capitán
que con tal dicha nació,
  y cuando pensó que había
de degollarlos a todos
y que el General dormía,
buscando tan varios modos
de hurtalle la cara al día,
  hallolos todos de suerte
que, saliendo y dando en él,
ni Rengo su sangre vierte
ni es valiente Tucapel
ni Caupolicán es fuerte,
  que todos huyendo van
desbaratados, vencidos,
sin orden, sin capitán,
con tantos muertos y heridos
que infamia a su nombre dan.
  Desde que el alba la hermosa
risa a los montes mostró
hasta la tarde dudosa,
nuestra vitoria llegó
y la batalla famosa.
  Mas fue tal la valentía
del heroico don García
que, para aumentar su gloria,
quedó por él la vitoria
y la desdicha por mía.

FRESIA:

  ¡Cobarde! ¿Tú me refieres
que vuelve vivo y sin honra
tu padre, infame? ¿Tú eres
mi hijo y esa deshonra
nos cuentas a dos mujeres?
  ¿Yo te engendré? ¿Tú eres hijo
de Fresia?

ENGOL:

Yo te he contado
lo que Pillolco me dijo;
y aunque a la edad no he llegado,
que esta macana que rijo
  como mi padre la esgrima.
Tú verás que voy por él
si el mundo...

MILLAURA:

[A FRESIA.]
¡Su vida estima!
¡Detenle, que eres crüel!

FRESIA:

Este deshonor me anima.
  Parte, villano, y si vive,
dile que por qué es infame
y en su cara le apercibe
a que mujer no me llame
quien tal afrenta recibe,
  y si es muerto, que es más cierto,
que entres a morir te advierto.
Muere y no quedes cautivo,
porque no te quiero vivo
si Caupolicán es muerto.

ENGOL:

  Pues la licencia me has dado
que otras veces te he pedido
y que siempre me has negado,
tú verás si me has parido
y él verá si me ha engendrado.
  Vive el soberano Apón,
que, si respeto me tienen,
como le merezco yo,
que con los que huyendo vienen,
y que el español venció,
  he de volver atrevido
sobre el español Hurtado,
pues que de hurtármelo ha sido
el valor que tú me has dado
y yo por mí he merecido,
  que bien sé que, aunque me dan
por padre a Caupolicán,
soy hijo del Sol, que el Sol
solo pudo hacer a Engol
donde sus rayos están;
  que al Mendoza, si me esperas,
sacaré con manos fieras
a la venganza dispuesto
más corazones que ha puesto
por armas en sus banderas.
  ¿Qué es para mí don Hurtado?
Yo soy el sol de la tierra
que al del cielo he sido hurtado.

FRESIA:

Aguarda, que en esta guerra
me has de llevar a tu lado.

MILLAURA:

  Mira que es muy niño Engol.
¿Estás loca?

FRESIA:

Ven tras mí.

ENGOL:

Guarda; y aguarda, español,
que baja Engol sobre ti,
hijo de Fresia y del Sol.

(Vanse.)
(Sale CAUPOLICÁN con sangre.)
CAUPOLICÁN:

  ¡Oh, valor invencible de españoles!
¡Oh, generoso mozo don García,
sol que das resplandor a tantos soles!
  Mas, ¿qué se ha hecho la arrogancia mía?
¿Cómo alabando voy a mi enemigo
en este de mi infamia último día?
  Huélgome que tendrás justo castigo,
soberbio Tucapel, de tu arrogancia.
Mas, ¿dónde voy o qué camino sigo?
  Mi tambo está de aquí larga distancia.
Sangre me falta, descansar es justo
si ya es mi vida a Chile de importancia.
  Quiérome echar al pie deste robusto
antiguo tronco para ver si el sueño
templase de mis penas el disgusto.
  No volveré jamás, palabra empeño,
a Arauco, al Sol, a hacer a Hurtado guerra.
Sea de Chile el rey de España dueño
y yo descanse en esta humilde tierra.

(Un árbol esté arrimado al vestuario
y el tronco se abra en dos puertas,
donde se vea LAUTARO.)
LAUTARO:

  ¡Ah, fuerte Caupolicán!
¡Ah, noble amparo de Chile!
¡Ah, general generoso
que en mi valor sucediste!

CAUPOLICÁN:

¡Válgame el Sol! ¿Quién me llama?

LAUTARO:

¿No me ves? No te retires.

CAUPOLICÁN:

Pues, ¿no quieres que me espante
de ver que por alma vives
de un árbol y que su centro
en forma de un hombre habites?
¿Quién eres? ¿Eres Pillán?

LAUTARO:

Pues ya me desconociste.
¿No adviertes que soy Lautaro,
que ya de los lazos, libre
del cuerpo, tomé esta forma
para hablarte?

CAUPOLICÁN:

¿Puedo asirte?
¿Puedo abrazarte?

LAUTARO:

¡Detente,
que el Cielo no lo permite!
Mas este poco lugar
que tengo de persuadirte
escucha.

CAUPOLICÁN:

¿Qué es lo que quieres?

LAUTARO:

¿Por qué, Capitán, desdices
de quien eres? ¿Por qué juras
que al español que persigues
no volverás a hacer guerra?

CAUPOLICÁN:

Porque si el mundo le embiste
con la dicha de Alejandro
y con las armas de Aquiles,
volverá como yo vuelvo.

LAUTARO:

Advierte que en lo que dices
degeneras de tu nombre,
y que si agora no impides
los pasos de sus intentos,
después te será imposible.
¿Al cerro de Tucapel
consientes que ya camine,
y que donde tuvo casa
Valdivia, a quien muerte diste,
funde una ciudad que llama
Cañete, del nombre insigne
del estado de su padre?

CAUPOLICÁN:

¿Ciudad funda?

LAUTARO:

¿De qué sirve
la vida, Caupolicán,
si es sujeta, esclava y triste?
¿No es mejor la muerte honrosa?
Esto he venido a decirte
para que libres la patria,
pues en tu valor consiste.

(Ciérrense las puertas.)
CAUPOLICÁN:

¡Detente!

LAUTARO:

No puede ser.

CAUPOLICÁN:

¡Escúchame!

LAUTARO:

No es posible.

CAUPOLICÁN:

¿Ciudad Mendoza en Arauco?
El Cielo... El Sol me castigue
si lo consintiere. ¿España
ciudad? ¡Deshonor terrible!
Juré no tomar las armas,
mas, pues los Cielos me oprimen
con las voces de los muertos,
¡ánimo, pecho invencible!
¡Al arma, araucanos fuertes!
¡Muera España, viva Chile!