Aniceto el Gallo: Nº 4

Aniceto el Gallo: Nº 4. Buenos Aires. - Junio 13 de 1853.
de Hilario Ascasubi

Vamos hablando formal y para los míos

Desde que comencé a escrebir esta Gaceta, creyendo merecer un agrado de todos, me veo en continuos apuros, pues cada vez que suelto el Gallo me aturden a quejas, a pesar del esmero que pongo para que lo lleven a las casas de todos los alistaos, ecétera, como me decía en un tiempo el comendante Yuan das Botas.

-¿Se acuerdan?

Pues, sí, señor: muchas ocasiones me lamento y hasta reniego a veces de haber tomao el cargo de Gallero que tanto me calienta; pero luego me enfrío, moralizando en mi pecho el que quizás no seré yo sólo el único Gaucho apurao en el día y en esta tierra, aonde contemplo los aprietos en que se encuentra todo un señor Diretor de la docena del flaire, desde que se metió a organicista y custitucionero, pretendiendo solamente agradar a los Porteños, y luego afirmársele nada menos que ¡diez años! de la primera sentada a la silla inflada del Gobierno de la Ciudá:

arrejando a salir patas arriba en un pueblo, que ya está acostumbrao a no aguantar un Gobernador diez años, sino a tener ¡diez Gobernadores por año! gracias a la organizadura que Vuecelencia le dio después de la zapallada de Caseros, ecétera, ecétera.

¡Qué barbaridá, la casaca por aonde le da! ¡y luego el empeño que pone el señor Diretor para hacer estirar la docena del flaire hasta catorce provincias y un pico para él! Pero ¡qué pico! nada menos que la ciudá de Buenos Aires, aonde V. E. parece que ya está aquerenciao, desde que es éste el pueblo que ha separao para venirse a gobernar holgadamente con la Custitutión, por la cual tendrá la facultá de hacer, si quiere, hasta tres provincias de ésta, y en ancas la mamada de disponer de la Aduana lechera, como así mesmo del Banco de la moneda, y últimamente de la obedencia de todo el porteñaje de casaca o de poncho; y al fin también del clubo, ese clubo encantador de las Porteñas lindas, con las cuales sueña Vuecelencia el que ya se les viene a bailarles la contradanza, etc., etc.

Después empezará la organizadura en regla, mandando que gaucho ninguno porteño o provinciano pueda nunca tomar un trago, ni jugar a la brisca, ni comer carne con cuero, porque los gauchos de Entrerríos así le obedecían en un tiempo; que ahora, sigún dicen, le han perdido el respeto a tal punto, que el otro día, ahí mesmo en San José de Flores, como sesenta Entrerrianos de la escolta de S. E. le alzaron el poncho, y lo echaron a la Pu...nta de San Fernando, y... ¡viva la libertá!

Dejuramente: ¿hasta cuándo quiere el señor Diretor que lo aguanten los pobres paisanos, y mucho menos que anden haciéndose matar por él, ni por naides, saliendo a campaña todos los días, trayendo sus caballitos y cangallas? ¿y carniando flaco cada tres días a veces, y sin pitar, ni tomar mate, mientras el Diretor viene en galera y con tres carretas de golosinas para él solo?¿O se presume ser más gaucho ni más hombre que naides? ¡Diaonde! Después que cayó D. Juan Manuel, es zonzo todo el que pretenda gobernarnos como quiere D. Justo; y cada criollo sabe ya que vale tanto como el que más, por la LEY y su derecho.

-Cabalito.

De balde ahora se nos viene haciendo el sarnoso por engatusarnos más con las galantías de la Custitutión Urquizana, y con galantías y todo nos tiene amolaos peliando unos con otros, comiéndonos las vacas y acabándonos los mancarrones, y sin poder acabar la guerra después de tanto crédito de que presumía cuando vino a voltiar a Rosas con los 25 mil hombres prestaos; y ahora salimos con que por junto ha mandao traír a los pobres Cordobeses, diciéndoles que venían solamente para amuchar, y el caso es, que con ellos está amuchando los dijuntos de la Recoleta...

¡qué lindo!

Vamos, el señor Diretor se presumió que porque los Porteños, ya cansaos de las guerras, para que se acabasen, le juyeron en Caseros, acá en el pueblo le han de recular, y ajuera le han de sufrir a la helada, mientras que Su Ecelencia noche por noche se lo pasa en las casas de San José de Flores, calientito bailando con las muchachas, ecétera.

-¡No te oigo! después que sacó las uñas en Palermo, asigún lo que nos cuenta el paisano Ceballos en la conversación de más abajito. Óiganle.

Diálogo
Que tuvieron en el Cuartel del Retiro el día 30 de mayo último, entre el paisano Salvador Ceballos recién pasao del campo enemigo, y Anselino Alarcón, soldao de la guerrilla de caballería del mayor Vila

Al fin, amigo Alarcón,
de golpe me le aparezco:
¡eh, pu...cha, que está gordazo
con los pastos!...

ALARCÓN : ¡En el pueblo
usté, señó Salvador!
¿cuándo ha llegao, aparcero?
adelante, vengasé,
deme un abrazo primero:
y eche un trago.

CEVALLOS: Vaya, amigo,
confortaremos el pecho
a su salú: ¿cómo está?

ALARCÓN : Siempre alentao, aparcero,
y en este instante algo más
con el gustazo de verlo,
pues yo lo hacía en su pago
o en algún montejuyendo,
sigún lo que platicamos
la última vez.

CEVALLOS: ¡Qué canejo!
si ahora como siete meses,
en la playa del rodeo,
un novillo de tres años
me atracó un golpe tan fiero
que me postró enteramente:
y estando en mi rancho enfermo,
vinieron los Urquizanos
que hoy mandan a los Porteños,
y de orden del Diretor,
en una arriada que hicieron
de cuatro viejos quebraos,
yo les serví de siñuelo,
y amarrao codo con codo,
a pesar de hallarme enfermo,
hasta los Santos Lugares
como un Cristo me trujieron,
y al llegar me asiguraron
en la estaca un día entero:
y después que me trataron
como se trata a un malevo,
de soldao de infantería
me echaron al campamento.

ALARCÓN:¡Barbaridá! ¿Y su familia?

CEVALLOS: Hágase cargo, aparcero
mi mujer y la muchacha,
del julepe, al verme preso
lo que nunca, atrás de mí
la grimiando se vinieron
sin más prendas que el rebozo
y la camisa del cuerpo.
Así en la mayor miseria
conmigo en el campamento
han sufrido cuatro meses,
al triste abrigo de un cuero
y en la mayor desnudez,
sin más vicios ni alimento
que caracuses y achuras
de unos toros como perros.

ALARCÓN: ¡Infelices! pues, amigo,
aunque me alegro de verlo,
endeveras le asiguro
que me asiste el sentimiento
de que usté se haiga venido,
dejando en aquel infierno
a su familia...

CEVALLOS: ¿Qué dicé?
<mal me reputa, aparcero:
la osamenta, creamé,
hubiese dejao primero
que abandonar mi familia,
no lo dude, acá la tengo.

ALARCÓN: ¡Es posible!
¿se ha venido