Fábulas argentinas
Amor sincero

de Godofredo Daireaux


La nutria, con incontrastable emoción, se había fijado en que el terú-terú, cada vez que ella salía del agua y empezaba a cavar en la orilla del cañadón, para buscar raíces o por cualquier otro motivo, se venía disparando para estar a su lado. Le hacía mil saludos, estirando el pescuezo y moviendo la cabeza como títere, gritando de alegría y no dejándola ni un rato, mientras quedaba ella en tierra firme.


No tenía ni la menor duda de ser dueña absoluta del corazón del terú-terú, y pensaba que si él no se había todavía declarado, sólo debía de ser por timidez.


Cuando la nutria volvía a zambullirse, el terú volaba hasta la loma más próxima, donde vivía otra gran amiga de él, que era la vizcacha. Y allí se quedaba, cerca de la cueva, esperando la oración, hora en que salía la vizcacha a tomar el fresco, a comer y a cavar la tierra. Cuando empezaba ella su trabajo, la rodeaba de atenciones, rascando también el suelo, como para ayudarla, diciéndole mil cosas, haciéndole la corte.


Pero un día, la nutria lo sorprendió; no pudo dejar de manifestarle su despecho; y requirió de él declarase de una vez a cuál de ellas prefería.


El terú tuvo que confesar que a ninguna de ellas, y que sólo apreciaba como era debido la fineza que para con él tenían ambas de proporcionarle gusanos de todas clases, con escarbar la tierra, la nutria en los bajos húmedos y la vizcacha en la loma.


La boca da besos a la cuchara, pero no son de amor.