Amor que calla (22 mar 1904)
de Luis de Ansorena
Nota: Luis de Ansorena «Amor que calla» (22 de marzo de 1904) La Ilustración Española y Americana, vol. XLVIII, nº 11, p. 171
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AMOR QUE CALLA

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I.

Por no turbar la calma
En que la niña angelical vivía,
A adorarla y callar tendió mi empeño,
Por más que la pasión estremecía
Esa ideal concavidad del alma
Donde germina y vivo todo sueño.
Si, á veces, el poder de su hermosura,
Que la luz del candor iluminaba,
A mi anhelante pensamiento daba
Arrebatos con tono de locura,
Antes que á la inocente se mostrase,
Poniendo nubes en su frente pura,
El temor instintivo del agravio
Volvía adentro la amorosa frase
Que echaba el corazón hacia mi labio.
Sufría, sí, al callar; mas ora el mío
De esos suaves dolores
Que ni llevan el alma al desvarío
Ni con su peso pertinaz la abruman;
Semejante á las flores
Que al pinchar en la carne la perfuman...
¿Hablar?... ¿Y para qué?... Fuera torpeza
Irremediable y vana...
¡Siempre, por tosca, la palabra humana
Algo roba al amor de su grandeza!
Siempre rompe el lenguaje
Con impulso violento por lo basto
El brillante y sutil aéreo celaje
En que se envuelve el pensamiento casto.
Siempre que lanza la pasión sus notas
Algo divino on quien escucha hiere...
¡Se siente el ruido de las alas rotas
Y surge la mujer y el ángel muere!...

II.

Hice bien en callar... Cuando ahora pierdo
La mente en el abismo del pasado
Que ilumina la luz de su recuerdo,
De poder hallar gozo el alma mía,
Sólo en haber callado
Con noble obstinación le encontraría.
Matando así, al nacer, toda esperanza,
Logró, si no su amor, su confianza,
Y escuché de sus labios balbucientes
Por la emoción sincera
Mil relatos de sueíios inocentes.
Mezcla de realidad y de quimera.
De este modo, sin duda ni recelo,
Puso ante mí la niña su alma entera,
Que por hermosa y pura parecía
Jirón azul del cielo
Que besó y animó la poesía....
¡Alma sublime, que al tender el vuelo
No sintió espanto ni lanzó una queja!...
¡Aquel ser tan querido
Se alejó de este mundo cual se aleja
El pájaro feliz que va á su nido!
Y al recibir en el supremo instante
La fraternal caricia de su mano;
Al escuchar su voz dulce y amante
Que decía á mi oído:—¡Adiós, hermano!...;
Al notar en sus ojos y en su frente.
No la inquietud que en la agonía aterra,
Sino la augusta paz del inocente
Que ignora las miserias de la tierra;
En medio de las rudas convulsiones
De un dolor espantoso,
Yo bendije el esfuerzo poderoso
Con que pude vencer á mis pasiones...
¡Gracias á él, aquel ser casi divino
No sintió del revuelto torbellino
El hondo resoplar ni el torpe anhelo,
Y si ángel era al descender del cielo,
Volvió al cielo tan ángel como vino!

Luis de Ansorena