Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo I.
Al pasar...
de Manuel Bueno


Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

AL PASAR...

Hace pocas noches se habló de Eusebio Blasco en el saloncillo del teatro Español, tomando pretexto de una de las últimas crónicas firmadas por el maestro. Don Fernando Díaz de Mendoza, que estaba presente, nos enseñó una tarjeta de los hijos del inolvidable escritor en la que se le decía:

«Papá no prueba nada; está delicadísimo, y sin embargo, no deja de trabajar.»

Alguien exclamó:

— Cuando empiece el buen tiempo se repondrá... Blasco es todavía joven.

—¡Ha trabajado mucho, y el pobrecito está muy caído! —añadió el Sr. Díaz de Mendoza con piadoso acento.

Hoy, al despertarme, la prensa me notifica la muerte de Eusebio Blasco, una muerte plácida y serena, la que debía otorgar Dios a quien procuró ser bueno y justo en todo tiempo. No puedo sustraerme a la necesidad de hablar de mí mismo evocando el recuerdo de Eusebio Blasco.

Guardo muchas cartas suyas, en que me decía:

«Manolito: Usted es el escritor joven que yo más quiero. Si algún día me meto en empresas periodísticas, usted será mi brazo derecho.»

Y en efecto, cuando le encargaron de la dirección de Vida Nueva fui redactor a sus órdenes, es decir, como él entendía la subordinación, dejándome entera independencia. En aquel periódico trabajamos asiduamente Cávia, Zeda, Blasco Ibáñez, Picón, Soriano, Maeztu, Verdes Montenegro, el médico ilustre que daba por entonces una tregua a las recetas y a los enfermos; Luis París, el doctor Lluria, sabio y galano escritor, y otros muchos literatos que a poco se desperdigaron. Eusebio Blasco, Rodrigo Soriano y yo fuimos de los últimos en marcharnos, porque nos ataba al periódico un fuerte vínculo de cariño.

Al fin, aceptando la suerte común, nos despedimos.

—Manolito—me dijo el ameno escritor,—es menester tomar otros rumbos. A usted le hace falta un destino...

—Carezco de relaciones políticas—contesté.

—No importa; ya las contraerá V. y le serán muy útiles. De allí a poco me presentó a Aguilera, el cual, con esa campechana bondad con que procede siempre D. Alberto, me procuró un destino en Obras públicas. Blasco no se limitó a eso.

—Hace falta que usted escriba además de en El Globo, en otros periódicos de la mayor circulación...

Y me puso al habla con D. Ricardo Blasco, este compañero mío a quien yo no le he escrito dos líneas siquiera desdeque se fué a París. Ricardo, secretario de La Correspondencia de España entonces, me pidió artículos, cuentos y crónicas, que me fueron pagados puntualmente. Don Eusebio y yo nos veíamos todas las noches en el Ateneo. Recuerdo que con motivo de la guerra hispano-yanquí, corrió el rumor de que el general Cer vera consentiría que fuesen periodistas en la escuadra. Adolfo Rodrigo se propuso embarcar en nombre del Heraldo.

Yo le pedí a Blasco una carta—que él se apresuró a dármela—para D. Miguel Moya, ofreciéndome como corresponsal de El Liberal a bordo. Por fortuna nuestra, el ministro de Marina no consintió que embarcarse nadie extraño a la Armada. Cito estos hechos y me extendería aún más con otros ejemplos, para probar el desinteresado afecto que sentía por mí aquel hombre. Recuerdo que el día 23 de Diciembre de 1901 fracasó una obra mía en el teatro de la Comedia, y que el 24 era ruidosamente rechazado un vaudeville del maestro.

Al encontrarnos la primera vez en la calle, D. Eusebio me dijo:

—Manolito, hay que rescatar esas pesetas que se han ido por el escotillón de la Comedia. Es preciso que usted trabaje con fe y resueltamente...

En ningún trance difícil ó apretado me faltaron su consejo y su ayuda. El, que no se metía en cuestiones, se me ofreció como padrino en un lance motivado por una crónica mía.

Eusebio Blasco fué uno de los hombres más buenos que he conocido. Sencillo, franco, indulgente y servicial, lo comprendía todo y lo excusaba todo. Una vida de lucha de alternativas amargas y felices; una vida de pródigo desorden literario le hizo conocer a la humanidad profundamente, y como conocer y despreciar son sinónimos para todo hombre delicado, Blasco despreciaba sin ofender, con risueña indiferencia.

Blasco ha sido uno de los escritores más leídos en España. Sencillo hasta el desaliño, pueril en sus apreciaciones, vió en la hondura intelectual, en la meditación recogida, un enemigo del periodista. De ahí su inmensa popularidad. La muchedumbre sentíase mancomunada intelectualmente con Blasco, pensaba como él y juzgaba, con su amenaza ligereza. Sus crónicas eran conversaciones impresas, sin sombra de pedantería ni de austeridad. Ignoro si Blasco fué creyente ó no. Advertí en él un fondo de piedad y de resignación que no podía proceder más que de un sano y tónico catolicismo. Sospecho, sin embargo, que de tejas abajo no le interesó nada seriamente, fuera de su familia.

Ha muerto joven, sin dolores agudos ni convulsiones desesperadas. Los que le han visto cerrar los ojos para abrirlos en la eternidad, me aseguran que no se quejó ni tuvo lágrimas en el supremo y definitivo adiós a todos los amores que dejaba en la tierra.

¡Gran escritor y leal amigo mío, descansa en paz! Fuiste bueno, generoso e indulgente. Supiste vivir, comprender y perdonar.

Manuel BUENO.