Actos de esperanza

Actos de esperanza
de Rafael Barrett


Analizad las virtudes viriles y descubriréis que se reducen a una: la esperanza. No seríamos jamás constantes, heroicos, verídicos, pacientes, si no esperáramos, si no esperara nuestra carne, nuestra inteligencia, nuestro ser oculto, si no confiáramos, hasta durante la agonía, en los frutos del tiempo. El tiempo camina sin mirar atrás; todo le es permitido menos arrepentirse y deshacer su obra. No podemos más que avanzar. El Universo no retrocede. ¿Cómo no llenarnos de esperanza? ¿Cómo no adelantamos a las posibilidades maravillosas? ¿Cómo no sentir la inminencia continua de lo nuevo, de lo que a nada se asemejará? Creíamos que no se debe esperar sino en los dioses; que sólo ellos son sagrados. Error: todo es sagrado, todo colabora, puesto que todo vive. Somos sagrados en primer término; la naturaleza no nos ha revelado hasta hoy ningún factor tan prodigioso como el hombre. Admirémonos de nosotros mismos; esperemos en nosotros mismos. Aprendamos a venerar los misterios que encierra nuestro espíritu y a fiarnos de su incalculable potencia.

El mal es profundamente insignificante, porque no es capaz de detener el mundo. No demos demasiado valor a los males que hicimos; no recordemos demasiado los momentos en que la noción de nuestro destino se oscurecía. Ahuyentemos los dolores estériles, el remordimiento, la idea del pecado, la manía de la expiación. No somos pecadores, no somos culpables; la mayor y la más estúpida de las culpas sería castigarnos o castigar al prójimo. No somos reos ni jueces; somos obreros. No atribuyamos al mal una consistencia que no tiene; matémosle con el olvido. Nuestro corazón está limpio; levantémonos alegres y ágiles en el designio del bien. Un minuto de bien anula los crímenes de la historia. Y olvidemos con igual serenidad el mal y el bien que pasaron. Si fuimos santos o delincuentes, ¿qué importa? No somos ya lo que fuimos. Nos despertamos otros cada mañana. ¿Quién dijo que en nuestra vida no vuelve la primavera? Vuelven amorosamente sobre nosotros innumerables primaveras. Nos renovamos siempre; vivir es renovarse. Olvidemos los fantasmas; esperemos en lo único que existe: en el porvenir.

Y olvidemos también el mal y el bien que nos hicieron. Seamos bastante grandes para amar sin causa. Además, el hombre sincero merece sufrir. Por mucho que yerre, lleva en sí un átomo de esa cosa terrible: la verdad. La especie humana, con un pudor salvaje, se resiste a la verdad que la fecunda, y el hombre sincero padece la traición de los amigos, la persecución de los poderosos, y conoce el abandono y la miseria. Mas ¿qué valen sus molestias exteriores si se las compara con la divina exaltación de su alma? El que bebe en esa copa sublime no se cura nunca. Y poseídos de la embriaguez del bien, del vértigo del futuro, seguimos la marcha. Apartemos los ojos de la noche que se inclina; fijémoslos en la aurora. Y si el pasado intenta seducirnos con su arma de hembra, la belleza, rechacemos la belleza, y quedémonos con la verdad.


Publicado en "La Evolución", 24 de mayo de 1909.