A la Reina gobernadora doña María Cristina de Borbón

A la Reina gobernadora doña María Cristina de Borbón visitando el Liceo Artístico y Literario de Madrid
de Ventura de la Vega

Cuando la griega juventud volaba
al campo de la gloria,
y al macedón guerrero arrebataba
el sangriento laurel de la victoria:
¿quién a blandir la fulminante lanza
robusteció su brazo?
En el estrago de feroz matanza
¿quién su pecho alentó, quién, sino el fuego
del entusiasmo ardiente
que corrió en viva llama por sus venas,
cuando escuchó elocuente
tronar la voz del orador de Atenas?

Tú fuiste, oh santo fuego,
tú quien el duro mármol animaba
bajo el cincel del inspirado griego;
tú quien la trompa de Marón sonaba:
en cuanto el mundo a la memoria ofrece
de eterno, de elevado,
tu creador espíritu aparece;
tú ante el funesto vaso envenenado,
en el alma de Sócrates brillabas,
tú la mano de Apeles dirigías,
en la lira de Píndaro sonabas
y la lanza de Arístides blandías.

Mas ¡oh!, ¿por qué ofuscada
a tan remota edad vuela mi mente?
La centella sagrada,
de la aureola de Dios destello ardiente,
que de la antigua Grecia derruida
el canto melodioso
eternizó y el brazo belicoso,
¿yace entre sus escombros extinguida?

No. -Como chispa eléctrica impaciente
que, presa en frío pedernal, no pudo
brillar, hasta que siente
de acerado eslabón el golpe rudo:
así en medroso pasmo
en tu pecho dormía,
juventud española, el entusiasmo;
mas cuando el regio acento generoso
retumbó por los ámbitos de España,
de el Pirene riscoso
al confín andaluz que Atlante baña;
estalla al fin la mágica centella
las almas conmoviendo,
y el abatido pueblo se levanta,
y en sed de gloria ardiendo,
lidia el guerrero y el poeta canta.

¡Todo es ya entusiasmo, todo es vida!
Navarra muestra su campaña en sangre
de rebeldes teñida;
allí guerrera juventud, clamando
«¡Cristina y libertad!» En ronco acento,
la espada desnudando,
la vaina arroja al viento,
y al son del himno nacional se lanza
con noble bizarría
sobre la hueste audaz que el polvo muerde
en Luchana, Arlabán, Mendigorría.

Aquí los que sintieron
su pecho palpitar, en mudo asombro
de rodillas cayeron
ante la Virgen pura
cuyo rostro de cándida hermosura
y maternal desvelo
reveló al gran Murillo el mismo cielo.

Los que el sagrado canto
que entonaba León en arpa de oro
oyen con tierno llanto,
y al Dios del almo coro
alzan también el cántico sonoro.

O al robusto sonido
de la trompa de Herrera, ante sus ojos
ven cargadas de bárbaros despojos
a las veleras naves españolas
victoriosas bogar, cuando Lepanto
con turca sangre enrojeció sus olas.
Todos en lazo fraternal unidos,
digno templo a las artes elevando,
preparan ya los himnos merecidos
y aprestan los pinceles
con que en la edad futura eterna sea
la fama de esa hueste generosa
que por su reina hermosa
y por la santa libertad pelea.

Mas ¡oh!, ¿qué nuevo rayo
de luz las liras y los lienzos dora,
como a los campos del florido mayo
el resplandor de la rosada aurora?
¿Me engaña mi deseo?
¡Vedla!... ¡Es ella!... ¡Es Cristina!
su presencia divina
baña de lumbre el español Liceo.

Busca en tu dulce lira
cómo pintar su célica hermosura
que amor y gloria inspira,
si al humano poder por dicha excedes,
inspirado poeta:
búscalo tú, pintor, si hallarlo puedes
en el vario color de tu paleta.
Pintadla augusta, hermosa,
sobre el excelso trono castellano
la frente hollando del rebelde fiero,
y con risa bondosa
ciñendo de laureles con su mano
al pintor, al poeta y al guerrero.


1838