A Fray Luis de León (Althaus)

A Fray Luis de León
de Clemente Althaus


Cuando mundano anhelo
o triste vanidad mi pecho inquieta,
alivio pedir suelo
en estancia secreta
a tu divina musa, oh mi poeta.
Siéntese el alma luego,
cual si saliera presurosa de éste,
en mundo de sosiego;
ni hay ya qué la moleste,
y va cobrando un no sé qué celeste.
Su alta nobleza entiendo
y «en suerte y pensamientos me mejoro;»
de la fama el estruendo
desprecio, y el vil oro,
y de mis vicios y defectos lloro.
Y de la «descansada
vida del que huye el mundanal rüido»
y mueve la pisada
por sendero escondido,
me enamora tu cántico sentido.
Y « ¡oh feliz el viajero
humano, luego suspirando digo,
que sigue aquel sendero
al que Dios es amigo,
y desdichado yo que no le sigo!»
Mas del mundo la ira
tú sentiste también, y un lustro entero
la envidia y la mentira
en calabozo fiero
te tuvieron sin culpa prisionero.
Tu ingenio y vasta ciencia
tus solas culpas fueron, y tu pía
portentosa elocuencia,
y, mayor cada día,
el popular aplauso y nombradía.
De ti el vïudo tracio,
tu canto al escuchar, se maravilla,
con Píndaro y Horacio:
tuya es la regia silla
entre líricos vates de Castilla.
Fugaz tiempo y escaso,
antes de que tu luz resplandeciera,
la ocupó el dulce Laso,
y destronarte espera
Rïoja en vano y el divino Herrera.
En tus cantos se hermana,
con tan estrecho nudo e igual parte,
la fuerza soberana
del numen: con el arte,
que no será jamás que de ellos me harte.
Ni tan solo el divino
verso hispano por ti competir osa
con el griego y latino,
más fulgente y gloriosa
se alza por ti la castellana prosa.
Tu frecuente lectura
es plática que tengo yo contigo,
y me es tanta dulzura
cual con estrecho amigo
estar hablando a solas sin testigo.
Pues de los vates uno
eres, que por amigos he elegido,
y en mis lares aduno,
a quienes voy y pido
consuelo y de mis males el olvido;
Por quienes a la lumbre
de vigilante, lámpara desdeño,
por antigua costumbre,
el tentador beleño
el reposo blandísimo del sueño.
¡Cuántas veces y cuántas
me sorprendió contigo el claro día!
¡Qué inspiraciones santas
a tu alta poesía
agradecida debe el alma mía!
El cielo echabas menos,
como si antes en él morado hubieras,
y países ajenos
te eran estos, ni eras
amigo de las cosas pasajeras,
y por eso, de llanto
despidiendo tus ojos larga vena,
desatabas el canto
de la «Noche serena»
para engañar así tu santa pena;
o aquel donde interpretas
el ansia ardiente a tu Rüiz amado
de saber las secretas
leyes de lo creado;
o el que declara tu éxtasis sagrado,
cuando, de tu Salinas
por la inspirada diestra gobernadas,
sonaban las divinas
músicas extremadas,
cual las que oyen las célicas moradas.
Suspiros son continos
de quien del mundo en la prisión no cabe,
son lastimeros trinos
de dulce canora ave
que encierra en breve cárcel dura llave.
También yo mis pesares
aliviar suelo si, pensando cuerdo,
hallo que son mis lares
otros cuyo recuerdo,
aunque antiguo, jamás del todo pierdo.
Y, aunque afectos mundanos
me rigen, y son paro devaneo
mis pensamientos vanos,
también en mí el deseo
arde de contemplar lo que no veo.
Y a las veces del cielo
me poseen vivísimos antojos,
y nada aquí en el suelo
ven entonces mis ojos,
que no me sea lágrimas y enojos.


(1858)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)