A Déltima
de Salvador Díaz Mirón


Vuelve a mí la odorífera corola
y acoge la oblación de mis gorjeos,
¡oh tú, la rosa mística, la sola
flor viva del jardín de mis deseos!

Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,
es tu cáliz nítido, que adoro,
gota de miel en ánfora de gracia,
grano de mirra en incensario de oro.

A ti van los suspiros y las quejas
del nostálgico mal que me consume.
Las ansias de mi afán son las abejas
y tú eres la dulzura y el perfume.


Mas estas notas que mi angustia exhala
son las últimas ¡ay! que habré de darte...
Son los batidos lúgubres del ala
de la ilusión que se despide y parte.

¡Mujer, entre mi afecto y tu cariño
hay un abismo que mi orgullo ensancha,
y sé que tu virtud es un armiño
que no consiente ni soporta mancha!

¡Altivez infernal! ¡Deber penoso!
¡Escollos de dolor en nuestra vía...!
¡Yo no puedo sin mengua ser tu esposo
y tú no puedes con honor ser mía!


¡Oh memoria... gloriosa infortunada,
llévame hacia el edén que mi alma quiso!
¡Oh mi pobre pasión... Eva enlutada,
toma con el recuerdo al paraíso!

¡Anda! ¡Riega y evoca con tu llanto
tus agostadas primaveras puras,
ángel apocalíptico en el santo
valle de Josafat de las venturas!

¡Después... oh triste mártir que palpitas
de nuevo bajo el paño de la muerte!
¡Noble Cristo interior que resucitas,
huye del cautiverio de la suerte!

¡Rocío abrasador, quema mis ojos!
¡Lluvia de tempestad, inunda el suelo!
¡Plegaria funeral, ponte de hinojos!
¡Volcán, arroja tu erupción al cielo!

¡Oh, mi amor...! ¡Sal del féretro en que yaces!
¡Brota del corazón que has hecho trizas!
¡Sube a Dios, fénix ígneo que renaces
cantando de tus mágicas cenizas!